Pasó de la tristeza a la alegría. De la humillación al orgullo de pertenecer al club de sus amores, San Martín. El pequeño de cuatro años que había sufrido la burla de su maestra de jardín en plena clase por no ser hincha de Atlético, como sus compañeros, tuvo una compensación inesperada. En respuesta al video viralizado por la propia docente, que muestra la cara de decepción del pequeño, el club San Martín buscó al niño en su casa y lo llenó de regalos.
El propio jugador Luciano Pons, en persona, visitó al pequeño y a sus padres, jugó con el niño un partido y le obsequió una pelota. “Como S. hizo tres goles, se ganó por propio mérito la pelota”, contó el deportista. El nene no salía de su asombro y con enorme felicidad recibió además una beca para entrenar en la escuelita de fútbol del club durante un año.
“El mensaje desde el club es promover el respeto para que el chico tenga algo bueno de esta experiencia, que se vaya contento. Además de la pelota le dimos una camiseta con el número 9 y su nombre grabado, un short y dos pares de medias”, contó el jugador. “Desde el club esperamos que S. no sólo haga deportes, sino que aprenda conductas de respeto, compañerismo y buenos modales”, dijo Jeremías Mata, jefe de prensa del club.
Con ello, la institución deportiva sale a reparar un daño que podría dejar consecuencias negativas. Cabe recordar que el video mostraba a una maestra de un jardín de infantes de Tucumán que alentaba a sus alumnos a festejar la clasificación de Atlético a las semifinales de la Copa de la Superliga. Uno de los niños no festejaba y ella le preguntaba insistentemente por qué no aplaudía, mientras lo filmaba con su celular. El pequeño dijo que él era hincha de San Martín, pero ello no mereció el menor respeto por parte de la docente. El video se viralizó y las autoridades del colegio tomaron medidas en contra de la educadora.
La burla de un adulto
Más allá de lo anecdótico, la psicóloga Susana Martínez advierte: “la burla de un adulto hacia un niño es siempre un abuso de poder por la asimetría de la relación. Más grave aún resulta si ese adulto es un docente. El hecho de hacerlo delante de los compañeros implica humillación para el niño siempre”. ¿Cuál sería la consecuencia de esa conducta de la maestra? “Depende de cada niño. No se puede generalizar, pero partimos de saber que las palabras siempre tienen un peso”, remarcó la profesional con amplia experiencia en niños y adolescentes.
“Podríamos decir que se trata de un abuso escolar porque hay una asimetría en la relación entre docente y alumno. Se trata de una humillación extrema en la que se ridiculiza algo que se considera un defecto y se lo presenta como un defecto. Cuando en realidad, lo que deberían hacer la escuela y los docentes es promover el respeto por la diversidad y por la diferencia. El maestro debe posibilitar el pensamiento que es distinto y no generar el temor de expresar una idea contraria”, explica la licenciada en psicología Irma Thomas, del Programa de Conductas Suicidas del Ministerio de Salud de la Provincia.
“Un docente tiene muchas maneras de hacer que el niño pequeño no se sienta mal. En este caso la maestra podría haber pedido otro aplauso para el niño que es de San Martín”, sugiere.
“Las consecuencias que puede traer aparejado un evento de esta naturaleza son muchas: desde ausentismo escolar, pasando por la exclusión de los pares hacia ese chico, aislamiento y hasta la autoagresión, depende de cómo afecta esa situación en el niño. También puede ocurrir que la actitud tomada por la maestra quede como un modelo de conducta para ser repetido por los demás niños. Es decir que el mensaje sea: hagamos burla a todo aquel que no sea de determinado club de fútbol”, advierte.
El coscorrón, el grito, el tirón de patilla, la penitencia de cara mirando a la pared... Más atrás en el tiempo, la obligación de arrodillarse sobre una alfombra de maíz... y en la época de “Juvenilia”, de Miguel Cané, el cucurucho en la cabeza y las orejas de burro enganchadas en las de los chicos que no habían estudiado la lección. Estos eran algunos de los métodos de humillación usados en la escuela del siglo XIX y principios del XX para disciplinar a los alumnos y que deben ser desterrados por completo.