La oralidad de quien mejor escribía

La oralidad de quien mejor escribía

Ciclo de conferencias que dio Borges en 1977.

12 Mayo 2019

REEDICIÓN

SIETE NOCHES

JORGE LUIS BORGES

(Sudamericana - Buenos Aires)

En el cuento La conferencia (Los casos del comisario Croce, editorial Anagrama, 2018) Ricardo Piglia lleva a un viejo escritor (es ciego, se apoya en un bastón, es presidente de la Sociedad de Escritores) hasta un ignoto pueblito de la pampa húmeda para dar una charla: “y no había nadie”.

Es 1954 en la ficción.

Primer precepto: Borges es como París: no se acaba nunca.

“En el decurso de mis muchas, demasiadas conferencias”, dice el mismo Borges en un pasaje de Siete noches. Y esta vez habla de las reales, ya no las ficticias, que, en su imaginario literario, suelen ser tan reales como las otras.

Siete noches es un registro de una serie de conferencias que dio en el Teatro Coliseo de Buenos Aires entre junio y agosto de 1977, publicado originalmente en 1980, y a cada una le corresponde un tópico: La Divina Comedia, La pesadilla, Las mil y una noches, El budismo, La poesía, La cábala y La ceguera.

Allí Borges despliega su extensa cadena de influencias, lecturas y relecturas, placeres, taras y obsesiones, temas que ya habían surgido con reincidencia en su poética y cuentística.

“Los sueños son el genero; la pesadilla, la especie”. Los sueños, sí, recuerdan aquel memorable comienzo: “nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”. Las pesadillas, por su parte, traen otras cuestiones que el autor ha fatigado en su obra: los espejos y los laberintos. Para la poesía, un hecho estético (el lenguaje en sí mismo lo es), instala como primordial la percepción del lector, recuerda aquella máxima de Heráclito (“la famosa frase de Heráclito que citaba siempre Borges: un hombre no puede entrar dos veces en el mismo río, porque no es el mismo hombre, ni el río será el mismo” en palabras de Abelardo Castillo), o, refiriendo a Platón, “esa cosa liviana, alada y sagrada”.

De la ceguera, “mi modesta ceguera personal”, dirá que “es un don”, no “una total desventura”; retomará su paso por la Biblioteca Nacional, el amarillo oro de los tigres, el Paraíso bajo la forma de un libro. Para Las mil y una noches (Noches arábigas, según el conferencista), un diálogo definitivo entre Oriente y Occidente, reserva una confesión, “lo he querido desde mi infancia”, y un innumerable conjunto de citas y autores.

Alguna vez él mismo dijo que Siete noches era su testamento. Quizás ahí también estuviese, como Piglia, fabulando. Pero eso es lo de menos.

Primer y último precepto: Borges no se acaba nunca. Por azar, por destino (por su inestimable calidad literaria), lo ha ganado ya una de sus máximas preocupaciones: la infinitud.

© LA GACETA

HERNÁN CARBONEL

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