“Los tipos están pillos, avispados. Hacen lo que sea para vender esa porquería. Si hasta andan en motos vendiendo droga. Ahora tienen quioscos ambulantes”, dijo don Luis, un vecino de Villa 9 de Julio. El hombre, sin ser especialista en la materia ni investigador, sabe cómo cambia el negocio ilícito que está carcomiendo los barrios de la provincia. Y lo conoce porque lo sufre permanentemente.
El narcomenudeo no es sólo un monstruo que se adueñó de la vida de los adictos, sino que tiene un importante poder de mutación para seguir con el negocio. En lo que va del año, la Dirección General de Drogas Peligrosas realizó 154 procedimientos con secuestro de drogas. De ese número, 121 hechos fueron en flagrancia, es decir, decomiso de sustancias para la venta en la calle. Los 33 restantes fueron productos de investigaciones que terminaron en allanamientos.
“Se ha notado un cambio en la metodología de ventas. Por eso se está haciendo hincapié en los controles. Se está dando preparando al personal para que las pesquisas sean más efectivas. No se Incautan grandes cantidades, pero sí cortamos una vía de comercialización y fundamentalmente sacamos dosis de las calles”, explicó el secretario de Lucha contra el Narcotráfico de la provincia, Carlos Driollet.
Hace menos de una semana, personal de la División de Patrulla Motorizada, en procedimientos que se realizaron en Yerba Buena, Alderetes, Villa 9 de Julio y Banda del Río Salí, detuvo a ocho jóvenes por venta de estupefacientes. Les secuestraron más de 100 baguyos de marihuana, 120 dosis de “alita de mosca” y 70 de pasta base. También les decomisaron más de $ 10.000 en efectivo y una balanza de precisión.
“Es cierto que no son grandes cantidades, pero el efecto de sacar esa droga de la calle es clave. No sólo es un golpe económico para los que se dedican al narcotráfico. Además se abren nuevas investigaciones”, analizó Driollet.
Mutación
El narcomenudeo ha ido mutando en los últimos años. Primero, los traficantes vendían en sus propias casas. Luego alquilaron o se apropiaron de las viviendas de sus vecinos, dice una fuente policial. Después ofrecían a los miembros del vecindario que comercialicen las dosis para evitar ser descubiertos. Ahora, utilizan a “soldaditos” para que recorran las calles del caserío en moto o caminando, ofreciendo las dosis.
Don Luis, que conoce muy bien lo que ocurre en los barrios más alejados de Villa 9 de Julio, contó que “andan todo el día. Van y vienen pasando por las esquinas donde se juntan los changos. El problema es que no sólo venden esa porquería, sino que se pelean con otros que andan haciendo la misma. Sin dramas se agarran a los tiros”.
Helena, otra vecina, mientras observaba el megaoperativo que se desarrolló en ese vecindario, después de consentir cada una de las palabras de Don Luis, agregó: “siempre andan de a dos o de a cuatro. Uno lleva la droga y los otros lo protegen. Andan armados haciéndose los malos y metiendo miedo”.
Meses antes de morir de manera trágica, el padre Juan Viroche, párroco de La Florida, en una misa realizada en la calle de la localidad de Delfín Gallo, había advertido de esta modalidad. Contó que jóvenes de la capital se trasladaban a los pueblos del interior en moto y, lanzando bombas de estruendos, avisaban que habían llegado con sustancias prohibidas para comercializar. Desde entonces, esa modalidad de comercialización de estupefacientes fue expandiéndose hasta llegar a los barrios de la periferia del Gran San Miguel de Tucumán.
Driollet reconoció que los responsables de redes de narcomenudeo permanentemente están buscando el modo de evitar ser descubiertos. “La venta callejera es uno de los recursos que están utilizando. Así tratan de evitar decomisos y que sean encarcelados”, dijo a LA GACETA.
Problemas
Justamente, ese uno de los problemas con que se enfrentan las fuerzas antinarcóticos. Muchos de estos jóvenes circulan por la calle con la menor cantidad de drogas en su poder. Quedan procesados, pero no se les imputa el delito de comercialización porque la Justicia Federal entiende que no es la cantidad de droga suficiente. “Es muy poco probable que un consumidor de paco ande con 20 dosis en el bolsillo. Es un problema de interpretación que existe”, dijo un investigador.
“El narcomenudeo es un problema que se debe tratar de manera urgente. Es una cuestión que necesita el máximo esfuerzo de todos para presentarle batalla. Estamos capacitando a los policías que realizan tareas de prevención para que justamente detecten y detengan a los que vendan drogas. Esa es nuestra misión y lo estamos consiguiendo”, señaló Driollet.
Los pesquisas explicaron que, con todos estos cambios, la tarea que desarrollan se complica. “Muchas veces tenemos problemas en probar la venta de drogas en un quiosco. Imagínense si tenemos que debemos seguir a los ‘soldaditos’ que hacen venta callejera para los transas. Es casi imposible; por eso está bien este tipo de controles”, indicó el vocero de una fuerza federal.
Cambios de hábito
Driollet insistió en que los cambios son permanentes y siempre hay que estar atentos. Contó que hace no mucho tiempo asistió a unas jornadas donde disertaron expertos de la Policía Nacional de Colombia. “Contaron que cada vez les resulta más difícil perseguir a los narcos de ese país por los cambios de hábito que tuvieron. Dijeron que ahora, los líderes de las organizaciones más poderosas no viven con lujo, sino que residen en lugares comunes y corrientes, con autos normales y se visten como cualquier ciudadano”, destacó.
“El problema que estamos observando es que las organizaciones están cambiando de formato. Ya no hay un jefe del grupo, sino que hay varias personas que forman una misma línea dentro de una organización. Si uno cae, siguen los otros y así sucesivamente. Ese formato también complica las investigaciones, porque es más difícil investigar a varias personas al mismo tiempo”, concluyó el funcionario.