Alfred Hitchcock, la mirada omnipresente
Un nuevo aniversario de la muerte del genial cineasta (el lunes se cumplieron 39 años) es una buena excusa para hacer un repaso por sus obras más emblemáticas, intentando identificar una relación entre su cine, la literatura y el psicoanálisis, tema recurrente en sus películas.
Por Matías de Rose
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
Cuando tenía 16 años, Alfred Hitchcock descubrió la obra de Edgar Allan Poe. Probablemente fuera la impresión que le causaron sus historias lo que le llevó a dedicarse a realizar películas de suspense. Era lector de John Buchan, Gilbert Chesterton y Gustave Flaubert, por lo que se podría afirmar, del mismo modo, que de allí provienen los lineamientos temáticos de su carrera —mayormente vinculados al suspenso, los crímenes, el sexo y la violencia.
En El cine según Hitchcock, libro del realizador francés François Truffaut, basado en las conversaciones mantenidas entre ambos cineastas, el autor sostendrá que hay un gran número de adaptaciones literarias en la obra del londinense, pero que se trata casi siempre de una literatura estrictamente recreativa, de novelas populares que él mismo reelaboraba. Lo cierto es que Hitchcock no se interesaba realmente por el estilo literario, excepto en Somerset Maugham, cuya sencillez admiraba.
Lo real, lo imaginario y lo simbólico
El cine y el psicoanálisis tienen un origen decimonónico (Sigmund Freud publicó los Estudios sobre la histeria -1895- en el mismo año en que los hermanos Lumière presentaron su primera película). Tanto uno como el otro se deben a la propulsión científica y tecnológica del capitalismo industrial, participando en la construcción de los horizontes de sentido que definirán la imagen del mundo y del hombre moderno.
Hitchcock es uno de los realizadores más marcados por el pensamiento freudiano. A menudo, sus filmes presentan una concepción ampliada de la sexualidad, de sus relaciones con el acontecer psíquico y su reflejo en lo sociocultural. “Vértigo” (1958) habla de la obsesión, la parálisis psicológica y física, y la frágil naturaleza del amor; “Spellbound” (1945), “Psycho” (1960) y “Marnie” (1964) presentan casos de trastornos mentales, madres sobreprotectoras y conflictos edípicos.
En “Spellbound,” explora el estudio del psicoanálisis a través de escenarios oníricos diseñados por Salvador Dalí: en su pintura paranoide, una multiplicidad de ojos nos observa desde lo alto, a través de planos inclinados por los que nos deslizamos de manera irrefrenable. Allí podemos observar los mecanismos de condensación y desplazamiento descubiertos por el neurólogo austríaco.
“Psycho” es considerado por gran parte de la crítica como el primer thriller que explora el estudio psicoanalítico. La mansión de Norman Bates tiene tres plantas, en paralelo con los tres niveles que Freud atribuye a la mente humana: el primero sería el “Superyó”, en el que la madre de Bates vive; la planta baja sería el “Yo”, donde Bates aparece como un ser humano aparentemente normal; y el sótano donde Bates baja el cadáver de su madre, que sería el “Ello” o inconsciente, como símbolo de la conexión que se postula entre el Superyó y el Ello.
Por lo expuesto, no quiere decir que el realizador haya empleado al cine como un método de investigación psicoanalítica, aunque de alguna manera su obra pueda consistir esencialmente en evidenciar significaciones inconscientes de las palabras, actos o producciones imaginarias (sueños, fantasías, o delirios) que les dieron vida a sus personajes.
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Matías de Rose - Periodista, crítico de cine.