La oferta de alimentos que encuentran los chicos en las escuelas es la mayor preocupación que tienen los docentes. Salchichas a media mañana, milanesas con papas fritas a las cuatro o cinco de la tarde. “Nos cuesta mucho ser el motor de cambio. Todos debemos cambiar para mejorar la salud alimentario de los niños”, coinciden Laura Ibáñez y Andrea Santiso, dos docentes que participaron del curso de capacitación que hizo la semana pasada en la provincia.
A ellas no les importa haberse convertido en las enemigas número uno de los quiosqueros. Siempre están protestando ante la directora de la escuela en la que trabajan por las cosas que les venden a los chicos. Tanto adentro del establecimiento como en la puerta.
Laura cuenta que planificó una visita al CAPS cercano a la escuela con sus alumnos de jardín de infantes. Allí los pesaron y los midieron y salieron a la luz algunos casos de sobrepeso. Entonces, se habló con los padres. “En general los niños no se alimentan bien, por eso hacemos talleres con los padres. Quienes viven en estado de vulnerabilidad social tienen menos probabilidades de alimentarse en forma saludable”, señaló la docente.
Además habló del complemento que les dan a los chicos en la escuela. “Algunos días es mate cocido con tortilla, otra vez yogurt con cereales y también les mandan jugo con sandwich de queso. Me parece que si queremos combatir la mala alimentación estos complementos deberían pensarse bien”, sostuvo. Andrea, quien coincidió con Laura, llegó a trabajar a Tucumán en 2003. Eran tiempos en los que se veían más casos de desnutrición y bajo peso.
En la actualidad todo ha cambiado en el jardín de infantes, donde lo que más se ve es sobrepeso, indicó. “En casa sala que me toca, de cada 24 niños por lo menos cinco o seis denotan claramente exceso de peso. Hay que concientizar a los papás porque ellos tampoco tienen una buena alimentación. Pero el docente no puede hacer todo desde el aula. Los directores también deberían exigir que se cumpla la ley de quioscos saludables. Es ilógico que aquí yo promocione las frutas y verduras y ellos salgan al recreo y les ofrezcan salchichas”, protestó.
Asimismo recalcó que les enseñan a los chicos la importancia de tomar agua, pero que no se les provee en las escuelas buenas condiciones para tomar este líquido esencial. “¿Los alumnos tienen que ir tomar agua del caño que hay en el baño? Eso no puede ser”, recalcó.
Cintia Bazán, maestra de primer grado, notó que sus niños eran muy inquietos y después de investigar se dio con que una de las causas podía ser la mala alimentación. Así fue que les pidió a los niños que llevaran todos los días una fruta a clases y una botellita de agua. El más cumplido siempre se lleva un premio. “Es impresionante los cambios que noté en la atención de los niños”, comentó, orgullosa.
Exceso de peso y discriminación, difíciles de separar
Además de los problemas de salud con los que están asociados la obesidad y el sobrepeso en el largo plazo, desde el punto de vista social existe una alarmante realidad: las personas con exceso de peso figuran entre las que más sufren discriminación.
Precisamente, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) advirtió que aumentaron las consultas de la población respecto a la discriminación por aspecto físico, específicamente la obesidad.
“El desafío que se nos presenta como profesionales de la salud y comunidad es repensar el problema de la obesidad, integrando componentes biosociales y culturales que forman parte del problema en sí mismo. La devaluación de las personas que padecen la enfermedad es un hecho: siguen siendo estereotipados como perezosos o carentes de fuerza de voluntad”, explica la licenciada Lucía Vallejo Trejo, del Centro Provincial de Trastornos Alimentarios.
“La mayoría de las personas desconoce como causa de la obesidad a los factores genéticos involucrados, lo cual aumenta el estigma hacia los sujetos con esa condición, ya que se ve la obesidad como un defecto moral o asociado exclusivamente a la conducta del individuo”, evaluó.