Es una mano tendida. Un puente entre las personas, las que tienen recursos y los que menos tienen. Es el abrazo que nos hace sentir más humanos. Será por eso que la escritora Gioconda Belli dice que “la solidaridad es la ternura de los pueblos”. Las acciones solidarias nacen de ciudadanos bien intencionados que quieren hacer cosas con los demás, ayudarse entre ellos.
En nuestra edición del jueves, contamos la historia de Miguel y Carla que se conocieron en el profesorado de Educación Especial. Él es ciego y ella le prestó el hombro para caminar por el oscuro y poco inclusivo sistema educativo. Él, a cambio, le mostró el mundo, no menos sombrío, de las personas con discapacidad visual; ambos se complementaban muy bien. Se les ocurrió crear un voluntariado para ayudar a personas ciegas a seguir estudios secundarios y superiores. De ese modo, nació la Red Mate, un espacio que pretende que los jóvenes con discapacidad visual tengan autonomía.
Un docente de la escuela Luis Braille y de un centro de rehabilitación para personas con baja visión explicó que son voluntarios que se dedican a digitalizar material de estudio y adecuarlo para que los estudiantes puedan rendir sus materias en tiempo y forma. Se dictan cursos sobre tecnología adaptada y educación especial para personas con y sin discapacidad visual.
El servicio es gratuito. El grupo se autofinancia a través de campañas de socios promotores, rifas y dos veces al año organizan un festival musical para pagarle el sueldo a una persona que se encarga de corregir apuntes escritos a mano o en letra impresa para poder pasar a sistemas digitales de audio.
Este voluntariado ayuda en los estudios a los ciegos e intenta cambiar la mentalidad de los empleadores. “Muchos no tienen trabajo por desconocimiento de las capacidades que puede tener una persona ciega. Hoy, con un lector de pantalla una persona con discapacidad visual puede trabajar perfectamente”, dijo Carla.
En nuestra provincia, son muchas las personas que llevan adelante acciones solidarias en forma individual o colectiva, sea en las villas miseria, ayudando a los indigentes a organizarse en cooperativas, asistiendo a enfermos, a ancianos, a víctimas de la droga, a personas con discapacidad, o se dedican a la promoción de la donación de órganos o de médula ósea.
Hay comprovincianos que van a leerles cuentos a chicos en las plazas, a pacientes en los hospitales, o que efectúan una tarea recreativa con los ancianos en los geriátricos, o velan por los indigentes que viven en la calle.
La solidaridad se aprende con el ejemplo de los otros. En ese sentido, nos parece que sería importante profundizar los objetivos del programa nacional de Educación Solidaria y ampliarlo a todos los niveles del sistema educativo, de manera que los alumnos se concientizaran sobre las necesidades de los sectores desfavorecidos de la sociedad y del aporte invalorable que podrían hacer a través de acciones solidarias.
El hecho de trabajar no para los demás, sino con los ellos, puede producir un crecimiento individual y colectivo significativo y tender puentes para mejorar las relaciones humanas. “Cuando una mano se alarga para pedirme algo, pienso que esa mano puede ser, mañana, la que me ofrezca un vaso de agua en mitad del desierto”, decía el escritor mexicano Alfonso Reyes.