El ofrecimiento de Alperovich y la respuesta de Alfaro

El ofrecimiento de Alperovich y la respuesta de Alfaro

El hombre, identificado comúnmente como el de mayor confianza del senador José Alperovich, se arrellanó en el mullido sillón del despacho de la Intendencia de San Miguel de Tucumán durante la mañana del miércoles. Con tono sereno, pero firme, le explicó a Germán Alfaro que la razón de su visita era llevarle “un ofrecimiento” del ex gobernador. Aunque en realidad no era una propuesta, sino dos.

Sobre la mesa ratona de vidrio macizo expuso la oferta: una alianza electoral en la que Alperovich sostiene su postulación a gobernador, Alfaro mantiene su candidatura a la reelección como jefe municipal y, para sellar el acuerdo, la vicegobernación es para la diputada nacional Beatriz Ávila. Hombre diplomático si los hay (y sobre todo, hombre que sabe lo que significa estar casado), el emisario deslizó una aclaración destinada a no herir susceptibilidades: esos dos lugares son para el Partido por la Justicia Social. Es decir (sin que hiciera falta decirlo), Alfaro podía ir en la fórmula y la parlamentaria (a la sazón, su esposa) competir por la intendencia.

Cuatro razones para el “sí”

Conviene detenerse por un instante a dimensionar, más allá del “ofrecimiento” puntual, todas las implicancias que la propuesta contiene.

Desde el punto de vista de la campaña al intendente capitalino, le están ofreciendo coprotagonizar uno de los acontecimientos más escasos y más valiosos en cualquier proceso proselitista: la sorpresa. Una sorpresa, ciertamente, cataclísmica para el resto de las fuerzas. La política, remanidamente definida como “el arte de lo posible”, alumbraría en esa alquimia una alianza impensada entre históricos antagonistas, que tomaría desprevenidos a propios y extraños. Y los desacomodaría hasta la desesperación. Una sorpresa que revertiría la desnutrición estructural del alperovichismo y lo tornaría un competidor con chances. Una sorpresa que dejaría desahuciado al macrismo tucumano, que perdería al socio que administra el distrito con la mitad de los votos de Tucumán.

Desde lo electoral, precisamente, a Alfaro le proponen la posibilidad, rayana en la certeza, de una victoria alfombrada el 9 de junio. Hoy sigue liderando las encuestas y la coalición con el alperovichismo le sumaría una porción del electorado que no lo respalda. Claro que en el “pase” perdería votos, pero de buenas a primera los compensaría con los del nuevo aliado.

Desde la gestión, y ya no en el plano de las conjeturas, el “ofrecimiento” del Frente Hacemos Tucumán le daría mayoría en el Concejo Deliberante, algo que la Casa de Gobierno se empecinó en conjurar. Eventualmente, perdería el apoyo de tres ediles radicales (y habría que ver si sería así), pero sumaría el de los cuatro alperovichistas, entre quienes se encuentra el actual presidente del órgano deliberativo, cuyo voto vale doble en caso de empates.

Desde lo personal le están ofreciendo una revancha. Una de índole familiar. La propuesta de que la diputada Ávila (ex legisladora durante tres períodos y ex concejala electa por la capital) sea candidata a vicegobernadora es lo que jamás, nunca, le insinuó siquiera la senadora Silvia Elías de Pérez. Pese a que Alfaro es el dirigente más importante de Cambiemos en Tucumán.

Además de estas cuatro variables, visibles y públicas, la mente de Alfaro debe haber barajado un número exponencialmente mayor de otras ventajas coyunturales. A una velocidad que, muy probablemente, debe provocar síndrome vertiginoso.

Sin embargo, el intendente de la capital no aceptó el ofrecimiento alperovichista.

Cuatro razones para el “no”

De las públicas razones que pueden inferirse (las privadas son imposibles de desentrañar periodísticamente), la primera refiere a la condición de político tradicional de Alfaro. Lo que en términos descriptivos equivale a que el pragmatismo tiene un límite. El actual intendente es quien, siendo secretario de Gobierno durante la gestión de Domingo Amaya, lapidó a Alperovich como un hombre que “entiende la política como un negocio”. Léase, Alfaro no pudo aliarse con un dirigente con el que se dijo “de todo”. Y ese es un freno (condicionante, debilidad, falta de flexibilidad, tener códigos, o como se prefiera) de la política tradicional.

Claro que para dimensionar esta cuestión hay que hacer un balance de lo que significó “la nueva política”. Era la promesa de “algo distinto” a la “vieja política”, esa en la cual los que llegaban a un cargo por un partido no dudaban en pasarse a otro de la noche a la mañana. Visto en perspectiva, los promisorios “emergentes” pregonaron el fin de la “borocotización”… pero son legión los que abrazaron el “panquequismo”. “Antes me decían el da’o vuelta”, le confiesa Inodoro Pereyra, el renegáu, a su fiel Mendieta, en una tira del “poema telúrico” de Roberto Fontanarrosa. “Ahora me llaman el vuelta y vuelta”.

Tucumán vio mucho de eso este año. Y esta semana. Acaso Alfaro también se rehusó al trato para marcar una diferencia. Externa e interna. Porque no filtró el ofrecimiento entre sus socios radicales y del PRO para “cotizarse”, ni para formular exigencias bajo amenaza de abandonar el Frente Vamos Tucumán. No es cierto que el que avisa no traiciona: el preaviso no modifica la naturaleza de la deslealtad. La lealtad, por lo mismo, se práctica sin necesidad de audiencia.

Se observan, también, razones prácticas en la negativa a la oferta. Se sintetizan en el hecho de que, evidentemente, el alperovichismo no luce confiable para el alfarismo en la promesa de cogobierno que entrañan las candidaturas ofrecidas. “No confiable”, cabe aclarar, no en términos personales, sino históricos. Para ahorrar ejemplos, Alperovich jamás tuvo con sus vicegobernadores (Fernando Juri y Juan Manzur) la relación participativa que Manzur mantiene con Osvaldo Jaldo. Alfaro lo sabe en vivo y en directo: la relación del ex gobernador con Amaya dejó de ser amistosa en 2007, cuando “El Colorado” pasó de ser un delegado del Ejecutivo validado por los concejales a ser un intendente consagrado por el voto popular. La guerra estalló en 2011, cuando Amaya sacó más votos que Alperovich en la capital.

Se puede entrever, además, una lógica electoral en el rechazo. Es, por supuesto, una razón inspirada en un convencimiento de la gestión municipal: Alperovich necesita de Alfaro para ser gobernador, pero Alfaro no necesita de Alperovich para volver a ser intendente. En el “no” de Alfaro, entonces, se asoma una revancha (a él le hicieron pagar con el llano sus críticas contra el entonces gobernador). Con su “no”, el jefe municipal deja exhibida la debilidad del ex mandatario.

Justamente, en ese hecho hay, si acaso no un mensaje, por lo menos toda una pedagogía del intendente dirigida al oficialismo provincial, que lo ha combatido de manera encarnizada, encumbrando para ello a dirigentes que, luego, dejó ir de sus filas. La didáctica de Alfaro se resume en una idea: el “enemigo político” no es él, sino Alperovich.

Finalmente, aparece una razón prospectiva. Cuando el Partido por la Justicia Social realizó un “cabildo abierto” en febrero, la propuesta de “fijar las bases para Alfaro 2023” iba en serio. Entonces, aliarse con Alperovich ahora, en esta provincia que permite una reelección consecutiva, es incompatible con el objetivo fijado para dentro de cuatro años.

Cuatro mensajes para dudar

Alfaro maduró entre la noche del miércoles -en familia- y la mañana de ayer -en el desayuno con colaboradores- la convicción de que haber rechazado la oferta alperovichista fue la decisión correcta. Tampoco disponía de mucho tiempo para solazarse: las elecciones son en 57 días, Vamos Tucumán no despega y Cambiemos no abunda en buenas noticias nacionales.

Al mediodía, después de objetar en una entrevista con LA GACETA el rumbo de las políticas económicas de la Casa Rosada, el teléfono del intendente parecía empecinado en derrumbar el convencimiento alfarista. Su celular hervía en reclamos de sus socios tucumanos, que le reprochaban esos reparos. (El futuro electoral del alperovichismo es dudoso, pero es lapidario su triunfo en la batalla cultural sobre los “adversarios” que no admiten autocríticas).

Los mensajes de texto iban desde el reproche por “perder la línea” hasta el reclamo para que recuerde “las obras” que realizó el macrismo, pasando por la demanda de “marcar las diferencias” de otra manera. Y hubo quien, al borde del grito herido, le escribió para espetarle que a él (que acaba de rechazar el facilismo ofertado por el senador para ratificarse en la difícil “revolución de los corazones” de la senadora) se le había “saltado la cadena”.

Cuánta vocación por no entender nada…

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