María José Medina sube al auto y se le eriza la piel. Es de noche. Le espera un largo viaje. Dentro de ocho horas conocerá a su alma gemela. Piensa: ¿cómo será en persona? ¿se emocionará al verme? ¿será que estaremos unidas para siempre? Se siente rara. Se plantea qué paradójica es la vida para que alguien que ni siquiera conoce tenga casi sus mismos genes. Y que, por esas cosas del destino, le haya tocado salvarla.
La abogada de 37 años está entrando a la casa de Ramona Maldonado, en Córdoba. Es 31 de diciembre de 2018. La puerta se abre y ella tiembla. Ramona también tiembla. Cruzan las miradas durante algunos minutos. La visita es una sorpresa para la mujer que ha superado una gravísima enfermedad. “Gracias”, le dice. Una y otra vez. No lo puede creer. “Contame cómo fue todo”, le pide María José. “También quiero conocer tu parte”, agrega, ansiosa, la joven tucumana. Y entre las dos reconstruyen así el minuto a minuto de esta historia de solidaridad y entrega.
Mayo de 2017
“Encontramos alguien que puede salvarte. Es una argentina”, le anuncian a Ramona, que entonces tenía 53 años y ahora 55. El rastreo por el banco de datos genéticos mundiales había empezado unos días antes. Había cuatro posibilidades. Pero la de María José era sorprendente: compartía un 70% de sus genes. Una coincidencia que a veces no existe ni entre hermanos.
Ramona, que es ama de casa, había pasado dos largos años en tratamiento para superar una patología llamada mielodisplasia (es la incapacidad del cuerpo de producir suficientes células sanguíneas normales). “Estaba cansada y muy enferma. Los médicos me dijeron que esta era mi última oportunidad, el trasplante”, cuenta. Sólo sabía que María José era una mujer de su mismo peso. Y confiaba ciegamente en que ella iba a hacer lo posible para ayudarla a curarse.
Impactada
Pero esta historia había comenzado mucho antes, a 700 kilómentros de distancia. Corría 2014. Una mañana María José –que es abogada del sistema penitenciario- salía a trabajar cuando encontró a una mujer pegando afiches en los postes de las veredas de Barrio Sur. Le impactó que en esos papeles una madre pidiera a la gente donar médula ósea para ayudar a su hija, que necesitaba un trasplante. “El caso de Rafaela Vaccarone (que aún espera encontrar su alma gemela) me conmocionó y averigüé de qué se trataba. También recordé el caso de un vecino que tenía de niña, que falleció de leucemia. Averigüé cómo podía ayudar. Me sorprendió que era una simple extracción de sangre. Fui y lo hice”, relata.
Así fue que ingresó al Registro Nacional de Donantes de Células Hematopoyéticas, entidad encargada de incorporar candidatos dispuestos a donar células para ser utilizadas en un trasplante.
“Deseaba que me llamaran para decirme que me necesitaban. Pero en el fondo pensaba que eso nunca iba a pasar. Uno tiene sentimientos encontrados. Te da felicidad, pero también tristeza porque sabés que esa persona que te necesita la está pasando muy mal”, añade.
Cuando la contactaron desde el Incucai (Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante) ella estaba a pocos días de irse a vivir a España por amor. “Me dijeron que tenía que viajar a Buenos Aires. Mi perfil era compatible con una mujer argentina que necesitaba un trasplante de médula ósea. No me dieron más información”, resalta.
Quince días después los análisis enviados al exterior confirmaron la compatibilidad. “Pedí que se hiciera cuanto antes el trasplante porque me iba a España”, recuerda María José. Le intrigaba saber quién estaba del otro lado. “Pensaba que si era una mujer; seguramente era una madre a la cual sus hijos la necesitaban mucho”, recuerda. Volvió a viajar a Buenos Aires para la extracción de células. Mucha gente le preguntó asustada cómo iba a hacer eso. “Hay muchos mitos. Creen que te abren a la altura de la columna, que es algo doloroso y que te puede dejar discapacitado. ¡Nada que ver! Es un procedimiento sencillo. Te conectan a una máquina de donde te sacan sangre, una máquina separa las células que necesita tu receptor y luego te devuelven la sangre al cuerpo. Ni siquiera te sentís mal ni duele”, aclara. “Lo único que te piden es que unos días antes que te cuides mucho la salud y te ponen unas vacunas para prepararte”, resalta.
Ramona escucha atenta. “Fue todo muy rápido”, recuerda la mamá de tres mujeres y una abuela muy presente, que siempre cuida a sus nietos. Aún no puede creer que esté curada. Pasó momentos muy duros. Tenía las defensas tan bajas que se le sumaban otras enfermedades. Estuvo internada con neumonía. Eran días de aislamiento y soledad. Incluso a uno de sus nietos, cuando nació, no tuvo más opción que conocerlo por una foto en el celular.
¿Vale arrepentirse?
Como el caso de Ramona cada año se diagnostican cientos de enfermedades hematológicas como leucemia, anemia aplástica, linfoma, mieloma, errores metabólicos o déficits inmunológicos. Esas patologías pueden requerir un trasplante de médula ósea. Las CPH son células madres encargadas de producir glóbulos rojos y blancos, y plaquetas.
María José rememora que mientras sus células viajaban en una conservadora hacia Córdoba, ella abordaba el avión para irse a España. En “La Docta” esperaba Ramona. En su organismo habían hecho un tratamiento previo al trasplante: le destruyeron las células enfermas para ingresarle las sanas de la donante. “Es por eso que, como donante, vos te podés arrepentir hasta solo 10 días antes, que es el momento en que le empiezan a sacar todas las células al receptor. Si lo hacés en ese momento es declararle la muerte prácticamente”, comenta.
Medina agradece haberse sentido contenida y cuidada durante todo el proceso por el personal del Incucai. “En ese momento, aunque no tenía idea de quién recibiría mis células, la sensación es de una gran satisfacción por ayudar a alguien con el que se tiene una compatibilidad genética”, resalta.
¿Cómo se conectaron?
Después de recibir las células de María José, Ramona tuvo el alta médica a los 35 días. Se recuperó de su enfermedad y pronto pudo retomar su rutina: volvió a casa y a disfrutar de sus nietos.
Pasado el año del trasplante, se puede solicitar al registro la liberación de los datos. María José lo hizo. También una hija de Ramona. Así fue que empezaron a escribirse cartas. “Gracias por tus células mágicas”, le puso la receptora.
Vuelve a decirle gracias varias veces ahora que la tiene enfrente. “No me conocías, pero igual no dudaste en salvarme la vida”, remarca. A Medina la idea de conocer a su receptora se le ocurrió cuando decidió dejar España y volver a Tucumán. Después de que cada una rememora todo lo que experimentaron en aquellos días del trasplante, se miran de nuevo. “Hasta somos parecidas físicamente; es increíble”, comenta la abogada. Y Ramona asiente con la cabeza. Están en la mesa de la cocina. Se reconocen. Se abrazan. Lloran. Y se despiden. No es un adiós. Es un hasta siempre. María José se sube al auto. Vuelve a pensar en lo magnífica e impredecible es la vida. Ahora siente alivio y satisfacción: ¡qué lindo es saber que uno tiene un alma gemela y haberla encontrado!
Qué tenés que hacer para convertirte en donante
Más de 500 argentinos tuvieron una segunda oportunidad y salvaron sus vidas gracias a que otros ciudadanos decidieron dar una muestra de sangre e ingresar al Registro Nacional de Donantes de Células Progenitoras Hematopoyéticas (CPH).
Este registro forma parte de una red internacional que cuenta con donaciones de más de 32 millones de personas distribuidas en 63 países. Esto posibilita que, cada vez que un enfermo requiere un trasplante, la búsqueda se realice entre todos los donantes registrados en el planeta.
En Tucumán, la referente del registro de donantes de Médula ósea del CucaiTuc, Karina Jerez, contó que ya hay 9.300 inscriptos. La idea es llegar a los 10.000 este año. Con ese objetivo se aprobó la semana pasada una ley provincial que obliga al Estado a realizar más tareas de concientización.
Jerez contó que el año pasado cinco tucumanos tuvieron la posibilidad de ser donantes y salvar a la misma cantidad de receptores de Argentina y del mundo. En total habían sido 40 los preseleccionados para trasplantes.
El proceso para convertirse en donante de médula ósea es sencillo. Se debe recurrir al Banco de Sangre (avenida Mitre 236), adonde se hace una donación de sangre y sus datos ingresan al registro para que puedan ser comparados con los de algún paciente que está buscando un donante. La compatibilidad debe ser del 100%, una suerte que tiene sólo un paciente cada 40.000 donantes.
Los hermanos son los mejores donantes para alguien que necesita un trasplante de células progenitoras hematopoyéticas (CPH). Pero las chances de ser compatible con un familiar son una en cuatro.
Existen dos métodos de extracción de células y es el donante el que elige: puede ser por punción de médula ósea (a no confundir: ¡no es la médula espinal!) o por aféresis.
Este es el método mayormente elegido: sólo se extrae de forma selectiva las células madre que circulan en la sangre, devolviendo el resto de la sangre al donante. La separación de las células madre se realiza mediante la centrifugación de la sangre en una máquina a la que el donante está conectado de 2 a 5 horas y se lleva a cabo como un procedimiento ambulatorio.