NOVELA
EL NERVIO ÓPTICO
MARÍA GAINZA
(Anagrama – Buenos Aires)
No se regresa de un viaje siendo la misma persona. Esta frase, convertida en un lugar común, también se aplica respecto a la mirada: no se vuelve a ser el mismo luego de haber contemplado/vivido ciertas imágenes. Porque no sólo se ve con los ojos. O no sólo se necesitan los ojos para mirar. En las contratapas de Juan Forn reunidas en El hombre que fue viernes, el hilo que reúne los relatos es la voz de un narrador, que en el caso de la novela de María Gainza, es la de una crítica de arte cuya vida también toma sentido a partir de la mirada, siempre como algo incompleto, inacabado, móvil. El nervio óptico es la línea de contacto, el vínculo entre un ojo abierto y el mundo. Pero ese ojo, el lugar por donde pasa la luz, es en verdad todo un cuerpo. Un cuerpo “frágil”, que vive la enfermedad con “doloroso asombro”, que late o tiembla incontrolable, que al ver “doble” prefigura todo en “dos siluetas permanentemente desencajadas, imposibles de unir”.
Frente a los que afirman que hay que viajar para conocer el mundo, ella les contesta que es posible ir de un cuadro (un lugar) a otro en un parpadeo y hasta con los ojos cerrados. Por ello, pone de relieve los grandes artistas y obras que hay en la Argentina, por ejemplo en el Museo Nacional de Bellas Artes. Nos habla de la potencia visual de las obras de Cándido López, los espejos cotidianos de Augusto Schiavoni o las formas enrarecidas en los cuadros de Miguel Carlos Victorica. Porque tampoco es necesario estar frente a la pintura original. Al ver una pintura de Mark Rothko en una reproducción, como un póster en una sala de espera, también allí se erige un momento imborrable, el espacio íntimo de la mirada: “los elementos más poderosos de una obra con frecuencia son sus silencios”. En la mirada que se posa sobre los cuadros de Rothko, el Greco, Rousseau, Courbet, de Dreux, persiste la conciencia de la fatalidad, las ruinas, lo borrascoso, el ocaso del final que atraviesan la vida como trazos continuos, ondulantes y firmes.
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MÁXIMO HERNÁN MENA