¿Quién es tan poderoso como para tramar un encubrimiento tan cerrado? La pregunta queda flotando en el crimen de Paulina Lebbos. Es que al final del segundo juicio oral vinculado con este homicidio que ha puesto en la vidriera del mal a la provincia, hay dos cosas contundentes: que la estudiante fue asesinada y que hubo una maquinaria hecha para encubrir ese asesinato. Por eso hubo cinco condenados.
¿Es un hijo del poder? ¿Es alguien que acaso sepa tantos chanchullos del poder que está en condiciones de presionarlo para que lo encubra? ¿Cómo entrarán dentro de ese esquema los nuevos sospechosos Sergio Kaleñuk –hijo del fallecido secretario privado del ex gobernador José Alperovich- y César Soto, ex pareja de Paulina y vinculado a la barra brava de Atlético, cuyo líder, el “Gordo” González, también ha sido mencionado por los jueces para que se lo investigue en este caso? Es decir, hasta qué punto los que saben qué ha ocurrido pueden estar obligados a callarse por miedo a que se compliquen sus intereses personales.
Los escraches, precisamente, se ocupan más de los pecados y las vergüenzas personales que de otras cuestiones. ¿Hubo miedo de alguien a un escrache?
Hace tiempo, el fiscal que investigó todas las hipótesis del crimen, Diego López Ávila, dijo que sorprendería darse cuenta de la cantidad de gente que, en causas complejas, sometidas a presiones, calla lo que sabe. Así pasó, por ejemplo, con el caso Watergate, esa gigantesca red de corrupción montada entre 1972 y 1974 para favorecer, mediante fondos “negros”, la reelección del presidente Richard Nixon: toda la estructura del Estado norteamericano –incluidos FBI y CIA- estaba complotada para proteger el capricho de Nixon, que renunció cuando estalló el escándalo.
Medidas hasta grotescas
Todo el caso Paulina grita que alguien empujó la estructura estatal para el encubrimiento. Hubo un fiscal –Carlos Albaca- acusado de congelar la investigación durante siete años, por lo que deberá responder en pocos meses en un nuevo juicio oral. Hubo una Legislatura que no se inquietó demasiado frente a los pedidos y reclamos de Alberto Lebbos. Y hubo una legión de policías de altos y bajos rangos que arriesgaron sus carreras y honores para embarrar la causa.
Precisamente, a propósito del ataque a Lebbos por parte de tres individuos en una sesión de la Legislatura de aquellos días, hubo un episodio grotesco y tragicómico. Fue cuando al comisario Luis Pereyra, encargado de investigar a esos tres agresores, le dieron tres días de arresto (en 2008) por el caso de los pósters de Wanda Nara. Él era jefe en la comisaría de Cebil Redondo. Un día en que estaba en el despacho de la fiscala Mercedes Carrizo -que debía investigar la agresión a Lebbos- se hizo una inspección en la seccional -la hicieron el entonces ministro de Seguridad, Mario López Herrera, y el entonces jefe de Policía, Hugo Sánchez- y encontraron los afiches de Wanda decorando las paredes del despacho de Pereyra. Después del castigo, el comisario (hoy jubilado) no fue llamado por la fiscala Carrizo (hoy jubilada) para seguir la pesquisa. ¿Para qué irían el ministro y el jefe a ver qué pasaba en una comisaría perdida? “Me plantaron el póster de Wanda Nara”, dice Pereyra.
En ocho días -el miércoles 13- se conocerán los fundamentos de la sentencia. Lo que hizo este fallo fue dejar en claro que existió esa bola de nieve del encubrimiento y pedir nuevas investigaciones que ahora deberán acelerarse porque muchas acusaciones pueden prescribir. La de homicidio prescribiría en 23 meses.
Tecnología y arrepentidos
¿Se podrá avanzar con la pesquisa? Quizá la tecnología ayude, como sirvió durante el juicio para abrir nuevas pistas con los entrecruzamientos telefónicos. En 2013, cuando López Ávila envió al FBI el video de la cámara filmadora de Las Piedras y Avenida Alem en que se ve el supuesto auto en que iba Paulina, le contestaron que no se podía ampliar la imagen porque se pixelaba.
¿Será distinto ahora? Hoy, además, se cuenta con la figura penal del arrepentido, que ha permitido que se abran complejas causas de corrupción en el orden nacional. Con esto, sigue firme la esperanza de Lebbos de que acaso alguno de los nuevos acusados de falso testimonio, o los propios condenados, o sus familias, se arrepientan y digan lo que saben. La bola de nieve del encubrimiento está expuesta. Queda poco tiempo. El día del fallo, Lebbos era optimista. Dijo: “La verdad siempre prevalece”.