Hace menos de una semana, con el 0-3 todavía tostándose en Paraná, Ricardo Zielinski salía masticando bronca del vestuario regalando conceptos claros sobre lo que Atlético no había hecho ante Patronato: jugar al fútbol, presionarlo y cuidar lo más sagrado de cualquier equipo, su propio arco. En su análisis, y antes de despedirse de quienes lo escuchaba, el técnico dejó otra línea de voz interesante. “A veces es bueno que te den un cachetazo”.
Puede ser cierto lo que dijo el “Ruso”, como también que ayer dio la impresión de que Atlético siguió mareado, porque los días no le dieron para recuperarse de una derrota dolorosa y fuera de los libros. En el Monumental no perdió contra los suplentes de Talleres porque Cristian Lucchetti estuvo donde había que estar y tapó todo lo que los depredadores de la “T” intentaron cambiar por gol en los dominios del ídolo mendocino.
En una instancia en la que el margen de error es casi nulo, porque de eso se trata esta historia de grandeza con los que pelean por quedarse con la mejor porción de la torta de la Superliga, Atlético se autoflageló con dos resultados inesperados: sumar un punto de seis posibles es raro, y más si se tiene en cuenta la actualidad de los rivales de la cosecha: uno desesperado por no caer a la B Nacional, al que no supo tomarle el punto ni aprovecharse de sus necesidad, y otro con talento pero en formato de relevo con la cabeza puesta en esta Libertadores 2019, al que tampoco le encontró la vuelta. Es más, si el aplausómetro hubiera hablado, Talleres debería haberse ido con los tres puntos. Los mereció, a partir de plantearle un dilema al “Decano” desde lo conceptual: cinco volantes en el medio, dos delanteros veloces arriba y tres centrales atrás con la capacidad de ir y volver con el tiempo de reacción de Usain Bolt.
Atlético volvió a equivocar el camino. Lo que ante Gimnasia fue una autopista, anoche fue lo más similar a un sendero de montaña sin señalización y con el abismo del gol de contra como principal enemigo. Sin fútbol no hay paraíso. Y eso es lo que olvidó concebir durante casi 100 minutos. A los partidos los gana un equipo, pero cierto es también que al equipo lo forman 11 individualidades, y si las que tienen que guiar al resto se olvidaron de cambiarle la pila a su linterna, entonces ya se habla de estar metido en una ensalada de problemas.
Favio Álvarez es la manija ofensiva. Favio Álvarez anoche ni pintó. Lejos de la pelota, lejos del área de Talleres, lejos de dar un buen pase. Lejos de todo estuvo Favio, y se lo extrañó horrores. Tanto como al club con título de destructor de redes. En esa pérdida de su brújula, Atlético bajó considerablemente el nivel en aciertos y llegadas al arco enemigo. Peor aún, es la primera vez en la temporada que hilvana dos duelos seguidos sin gol. Ni cerca estuvo.
Raro es ver a Zielinski gesticular como si sus manos fueran aspas de helicóptero. Ayer las movió como si intentara él mismo apagar el incendio de sus bomberos.
Ni hablar de cuando la pelota salía de los pies de Lucchetti cortando el cielo y a la nada misma. Era como volver a ver una película cuya cinta se había derretido en las llamas pero cual Ave Fénix resurgido de las cenizas. Y si abusó del pelotazo Atlético fue porque no encontró opción de salida, porque se vio demasiado ancho y con apenas un solitario David Barbona que hizo lo que pudo para evitar el 0-0. En su derecha estuvo el último tiro libre del partido. Lástima, se fue extrañamente lejos, como este andar de Atlético, irreconocible a la vista y en los puntos.