Por Gabriela Abad, psicoanalista.-
La presencia de las redes sociales en la vida cotidiana es un hecho imposible de soslayar, ellas están y forman parte de nuestro universo. Pretender borrarlas, hacerlas desaparecer forma parte de un plan que lucha contra molinos de viento.
Podemos decir, como todos los pensadores actuales, que son una puesta en escena de la intimidad, que borran las fronteras entre los universos de lo público, lo privado y lo íntimo. Que exponen en sus escaparates las ferias de vanidades de cada uno. Pero lo cierto es que están instaladas en las nuevas formas de los intercambios sociales y, por lo tanto, pasaron a conformar las nuevas subjetividades. En los consultorios escuchamos todo el tiempo acerca de los códigos que se establecen en este nuevo espacio, me sigue, me clava el visto, me pone me gusta o me bloquea, y nada de esto es sin consecuencias en el lazo social. Son virtuales pero sus efectos calan en lo más íntimo de los sujetos, tocan al cuerpo y supimos que hasta pueden arrojar al vacío del suicidio. Imponen formas de pensar, moldean ideología, ofrecen espejos a los que es muy complejo
Los efectos están y generan profundos cambios en todos, en la cultura en general, en el modo de relacionarnos, aun en aquel que pretende quedar fuera. Eso es lo que quieren decir cuando se afirma que produce nuevas subjetividades. Este mundo virtual ya está inscripto en nuestro cuerpo.
Una vez aclarado esto, podemos pensar que cada sujeto tendrá que vérselas con su modo de vincularse a través de estas redes, porque obviamente, algunos juegan allí su desmesura, otros su violencia, su ingenuidad y así al infinito. El problema es que nos insertamos en ellas pensando en un distante juego virtual y despertamos a realidad que nos enreda en su trama y nos exige a pensar cómo podemos o queremos jugar ese juego y sus consecuencias.