Era un triunfazo. O un Victoriazo, mejor dicho. Pero San Martín, como ya le sucedió alguna vez en esta Superliga, se dejó sacar “el bocado del buche”. Cuando los tres puntos que repartía esta final de los “de abajo” ya parecían abrochados, Tigre pegó el alarido del empate final.
Qué lástima esa pelota que quedó boyando ahí en el área chica para que el uruguayo Hugo Silveira decretara el 2-2 casi con tiempo cumplido. Qué lástima, porque el renovado equipo de Gastón Coyette, al igual que como contra Racing y Atlético, había dado vuelta el marcador. Esta vez con un goleador nuevo (Rodrigo “Droopy” Gómez y su pegada), y con un goleador repetido y “consagrado” (Lucas Acevedo y su cabezazo).
Con 35 grados de sensación térmica, un campo poceado y un estadio casi colmado, San Martín despertó en Victoria recién después de recibir la primera cachetada, no antes. Es un riesgo que le convendría evitar. Aunque, a su vez, esa “campanas” es una de las virtudes principales del equipo. Y uno de sus peores pecados es no manejar ciertos momentos de los partidos con más inteligencia.
Bastó que Lucas Janson tocara al gol, luego de que Diego Morales (en clarísimo offside) y Walter Montillo metieran una doble pared ante la pasividad de la defensa, para que San Martín reaccionara y en cuatro minutos igualara, y a diez del final sacara diferencia. Tigre, para entonces, se había reducido a su mínima expresión.
Parecía asunto liquidado. Cerrar el partido se traducía más como buscar (y concretar) el tercer gol, que defenderlo con más gente atrás. Coyette reconoció su error en el pos-partido: ante un cambio ofensivo de Tigre, hizo ingresar a Damián Schmidt por Luciano Pons.
El mensaje fue el equivocado, porque el local se le fue encima y sobrevino la jugada que dejó a San Martín con un sabor amargo: el empate lo condena a esperar al sorprendente Defensa y Justicia, anclado aún a la zona de descenso de la que estuvo a punto de escapar.
Con todo, San Martín se lleva de Victoria varios ítems en su haber: el prometedor debut de Gómez (dribbling endiablado, gol y asistencia), los buenos encuentros entre “Droopy”, Tino Costa y Matías García por la banda izquierda, el revulsivo que significó el ingreso de Nicolás Giménez en el complemento. Y también el hecho de que los otros tres debutantes mostraran algunas virtudes: Oliver Benítez, el juego aéreo; Gonzalo Lamardo, el despliegue, y Valentín Viola, su capacidad de asociación.
En definitiva, San Martín fue más que Tigre. Ya en el primer tiempo había metido un tiro en el travesaño (Pons, con carambola en Ignacio Canuto) y obligado a una salvada del arquero Gastón Guruceaga (buen cabezazo de Viola). En la columna del debe: sigue faltando contundencia arriba, carece de quite en el medio (sin Adrián Arregui se nota más), y sufre por los malos retrocesos cuando pierde la pelota y por su inseguridad abajo.
Protagonismo, actitud, eso le sobra. Por eso se lamenta lo que pudo haber sido y no fue. Sobre todo, considerando que Tigre, esta temporada, es un gatito. Y San Martín no lo supo aprovechar. Ojalá no lo lamente en el futuro.