Juan José Becerra: "la relación entre periodistas y lectores será cada vez más personal"
Para el escritor y periodista, autor de Fenómenos argentinos, la relación entre los periodistas y su público se asemejará a la que se establece entre escritores y lectores: más íntimas, más personales y, por ende, más directas. En esta entrevista habla sobre protagonistas de lo que denomina “periodismo industrial”, una maquinaria de generar noticias y de repetir hasta crear una determinada realidad.
Perfil
Juan José Becerra nació en Junín en 1965. Es autor de los ensayos Grasa, recientemente reeditado, La vaca. Viaje a la pampa carnívora (2007) y Patriotas (2009); de los relatos de Dos cuentos vulgares (2012); y las novelas Santo (1994), Atlántida (2001), Miles de años (2004), Toda la verdad (2010), La interpretación de un libro (2012), El espectáculo del tiempo (2015) y El artista más grande del mundo (2017). Escribe guiones y publica artículos en medios de la Argentina y el extranjero.
- ¿Resultó sencillo encontrar personajes sobre los que escribir para Fenómenos argentinos, el tercer libro sobre la temática tras Grasa y Patriotas?
- Los personajes abundan y seguramente se podrán agregar más a esta galería de monstruos que son fáciles de detectar porque son personajes públicos y, además, personajes del poder. De alguna manera encajan como ladrillos en la catedral del poder. Cada cual aporta su inteligencia, por poca o mucha que sea, para sostener esa arquitectura que es la Argentina conservadora. Pero, por otra parte, no son personajes autónomos. Los veo como objetos más que como sujetos; objetos encadenados al periodismo industrial, que le colocó nombres de fantasía a una Argentina que estaba dividida desde mucho antes y no desde los últimos años. Parecería que por un lado hay un hemisferio oscuro y por otro uno de la virtud. Kirchnerismo-macrismo, por ejemplo, son los nombres pequeños de una discusión más seria y más estructural, que tiene una inmensa variedad de emergentes de cada lado.
- ¿Por ejemplo?
- Hugo Moyano de un lado y Luis Caputo del otro. Moyano es un peronista ortodoxo, con vínculos turbios, con su propia riqueza personal, pero al mismo tiempo es un gran sindicalista capaz de llevar al extremo su convenio colectivo. El otro modelo, el de Caputo, es el de los negocios, el sistema financiero. La diferencia entre ellos es que para el periodismo industrial hay una sola manifestación del mal, que es Moyano, y no Caputo. No se mira con justicia las dos tradiciones de la corrupción argentina. Se mira sólo la del peronismo, porque es la tradición negra. La otra es la corrupción blanca, la que se enriquece con el poder establecido, la que no salta a la vista. En ese marco, los personajes del libro son tipos que adoptan el discurso del amo, el de los magnates, como si fueran propios.
- Entre esos personajes mencionás a Eduardo Feinmann.
- Es un personaje pequeño. Todo es pequeño en él: sus ideas, él mismo es pequeño. Es un personaje marginal. No es un formador de lenguaje, como sí lo fue Lanata, que quiere hacernos creer que la Argentina se dividió ahora, cuando estuvo dividida siempre. Feinmann representa el ala salvaje de la república conservadora. Pero la representa a la medida de su pequeñez.
- Justamente, a Jorge Lanata también lo destacás.
- Lanata es otra cosa: alguna vez tuvo tentaciones literarias. No le fue bien, pero las tuvo. Pero a lo largo de su recorrido vemos que lo único que le importó es el dinero. Es una cuestión de gustos. Si te importa el dinero el sentido te empieza a importar menos.
- Dentro de lo que llamás “periodismo industrial”, remarcás excepciones, como Hugo Alconada Mon, de La Nación.
- El suyo es un caso extraño, porque escribe en un diario que salió de la Batalla de Pavón. Para él debe ser una lucha cotidiana sostener la presión de la marca en la que trabaja. Por esa razón hay que reconocerlo. En el periodismo industrial, que detesta la soberanía de sus empleados, la voz dominante debe ser la de los magnates o accionistas. Si uno observa el panorama, por supuesto que hay periodistas soberanos, como Fernando Soriano, que escribe en un diario dirigido por Daniel Hadad. No hay nada común entre ambos, pero a favor de Hadad se puede decir que soporta la soberanía de su empleado. La seriedad para trabajar uno la puede tener también trabajando por su cuenta. Obviamente con otras condiciones, porque el del periodismo independiente es un mercado deprimido.
- ¿Cómo imaginás el futuro del periodismo?
- Triste: lo único que vamos a encontrar como buena noticia es que habrá algunos periodistas sueltos que sobrevivan al periodismo. Es un campo totalmente entregado al discurso del poder.
- ¿La crisis de la profesión es económica porque no se sabe qué destino tendrán los medios tradicionales…?
- Creo que hay varias crisis. La del papel es una: no recuerdo cuándo compré por última vez un diario. Cambió la tradición de lectura. El acceso a muchas plataformas de lectura es gratuito. La crisis económica también es un motivo. Las empresas periodísticas independientes son las primeras afectadas. Y también afecta a las grandes. Habría que pensar una salida para esto, pero la salida será más factible en la medida en que haya soberanía para el periodista, que el lector sienta que el periodista es alguien confiable. Me parece que se empiezan a armar relaciones más personales, como las que se dan entre un escritor y sus lectores. Un pacto de confianza que ya no es masivo. Hoy, el que sigue un diario sabe que hay periodistas en los que se puede confiar y otros en los que no.
- ¿Cómo definirías a Fenómenos argentinos?
- Me da la sensación de que es un libro del star-system de los lenguaraces de la Argentina conservadora. Forman un sistema de estrellas. Veo mucho odio ahí. Uno ve el odio en el discurso, porque es evidente que tienen como objetivo la destrucción de algo, pero al mismo tiempo eso se ve en el cuerpo de esas personas. Dan la sensación de que quieren destruir la Argentina popular, que con todos sus defectos tiene derecho a la existencia. Es muy notable que en todos ellos el cuerpo, el discurso biológico, el énfasis con el que dicen las cosas, es más importante que aquello que digan en el campo verbal. Fernando Iglesias, Lanata, Feinmann, Casero, Longobardi a su manera diplomática, odian ese objeto llamado la Argentina popular. Creen que es mejor que no exista. Ahí veo, además del odio, una razón racista. Me parece que ese odio es racista. Estos personajes comprenden a la Argentina popular como una raza inferior.
- Dedicás un capítulo al vacío de los noticieros. ¿Por qué se miran tanto los informativos aún cuando se repiten durante horas y días?
- Supongo que el público de los medios, que es el de la clase media informada, detesta el silencio y el vacío. Hay una relación adictiva con el suceso. El asunto es que no hay tantos sucesos. Y al ser estrecha la agenda de sucesos, la máquina de periodismo industrial lo único que puede hacer es repetir eso mismo a niveles exponenciales. Las cosas que pasan, pasan una sola vez. ¿Por qué repetir tanto, hasta el hartazgo? Porque es evidente que el problema del periodismo industrial es la falta de contenido. Hay un pacto de neurosis, un pacto diabólico, porque tiene dos elementos que lo hacen funcionar y ambos son enfermantes: la infra-información de pocos acontecimientos repetidos, y la sobre-indignación, porque la repetición satura la tolerancia. Si un crimen que sucedió una vez lo ves mil veces, equivaldrá al efecto de mil crímenes. Eso hace que tengas una bronca por mil. La gente cree que está informada, y a veces hasta ilustrada, porque (Nicolás) Wiñazki o Feinmann les contaron una causa judicial. Esa es la maestría de los reducidores de noticias.
- Hay, además, un trabajo silencioso de ese periodismo industrial, ¿no?
- El periodismo industrial trabaja perfectamente el melodrama, que es el género dominante del periodismo hoy: todo el mundo se indigna, todo viene adjetivado, con su sentido dado. Si el periodismo no regresa al discurso de los sustantivos, que es el de simplemente contar los hechos, estaremos en problemas. Verbo y sustantivo. El adjetivo debe quedar para el lector o el espectador, que tiene que decir si tal o cual persona es un corrupto o no. Ese derecho está anulado por la vocación adjetivista del periodismo industrial, que a todo le pone un valor. El adjetivo infla el sentido las cosas. Tenemos la cabeza reventada de adjetivos. Hay que aflojar con los adjetivos.
- Uno de los más criticados por su bajo nivel es el periodismo deportivo. ¿Coincidís?
- El periodismo deportivo es malísimo, pero en los últimos años el político fue peor, lo ha superado en degradación. En términos industriales, me refiero a las máquinas de hacer chorizos. Porque el periodismo político además causó un daño social. Es como que el periodismo político, en términos futboleros, ha hecho que el país juegue infiltrado. No creo que el periodismo deportivo sea un emergente de la sociedad. Si la sociedad argentina es descerebrada en su relación con el fútbol, el periodismo de deportes no tendría que acompañar esas reacciones. Debería poner un límite al delirio y dejar de fomentar el enfrentamiento llamando a la reflexión. Todo termina con el cliché de “no existís”. No se trata de una división en el sentido de rivalidad, si no de un mecanismo de supresión del otro. El panel de periodistas deportivos que no grita, no funciona.
© LA GACETA