Por Santiago Garmendia, doctor en filosofía.-
Veo dos puntos de interés en el asunto: la transformación de la cortesía y el destrato. La cortesía tenía en sus orígenes el obvio propósito de designar a quienes eran del agrado del rey y se desplegaban correctamente en su entorno. En la modernidad el término ha virado drásticamente en una dirección humanística, hacia una forma de comportamiento universal y no particular hacia una persona. Es más, la esencia de la cortesía es la abstracción de las particularidades del congénere del caso, por más deleznables que nos resulten, por mucha repulsión que causemos. Como dice Antonio Porchia en una sus inmortales “Voces”: “trátame como debes tratarme, no como merezco ser tratado”.
Contaminado de machismo
El problema fundamental es que hay una revolución de todas las instituciones sobre las que se asentaba el respeto: por dar un caso, la galantería, pariente cercano de la cortesía, está con muchos problemas para aggiornarse a nuestra vida cotidiana. Es que su modelo, el galán (y no hablo en el sentido televisivo del término, sino en lo que a maneras se trata), está demasiado contaminado de machismo como para salvarse.
El piropo está tipificado en el borde de lo legal, la primera cita se paga a medias y podemos citar un largo etcétera que descolocaría a cualquier manual de macho argentino. Estos cambios, montados sobre transformaciones políticas y económicas, irán perfilando nuevas maneras de buenas maneras.
Por otra parte, creo que es más preocupante el destrato, que es una suerte de indolencia hacia el otro, egoísta y caprichosa, típica del adolescente, porque efectivamente el modelo de nuestra cultura es el adolescente. Esa idea reguladora de juventud que se la ve en los cuerpos, en las vestimentas, en la industria cosmética, en la forma de expresión de la publicidad, es el valor supremo de nuestro tiempo y todos pagan para cumplir con ese estereotipo que es por definición insufrible y voluble. Lo que pasa es que cuando una persona es adolescente, está en una transición y necesita de la cultura para salir. Cuando es el modelo de lo bueno que impone una cultura, es entonces un desastre. ¡Alto lío!