El ídolo ha bajado de su altar (una cancha de fútbol) para pisar el mundo ordinario (afiliándose al Partido Justicialista). Al admirador corriente de ese héroe se le desacomodan las ideas y los sentimientos. Se percibe decepcionado. ¿Por qué el ídolo -”Pulguita”- no se quedó en el lugar que le corresponde, allí donde recibe el amor de la gente, donde es indiscutido, casi adorado, para enredarse en el barro de la política? El ídolo se vuelve terrenal por obra y gracia de un compromiso partidario y más de un hincha llega a verlo como una traición. Pero “Pulguita” eligió desacralizarse, alejarse de su zona de confort futbolero, porque es la única manera de la que podrá completar su viaje personal.
En 2019 se cumplirán 70 años de la publicación de un libro fundacional. En “El héroe de las mil caras”, Joseph Campbell describe ese derrotero plagado de aventuras, obstáculos, triunfos y derrotas. El héroe enfrenta una y otra vez la adversidad, parece a punto de desfallecer, supera el miedo al cambio y emerge victorioso. Uno de esos inevitables pasos es el “camino de vuelta”, cuando el héroe se despega del carácter legendario de sus hazañas para pisar tierra firme. En ese tramo del viaje se lo ve a “Pulguita”. Para él la seguridad está, citando al gran Ángel Labruna, en el “verde césped”. Fuera de ese rectángulo la magia de un gol imposible no funciona. No hay superpoderes que valgan en los amaneceres de Simoca. Pero “Pulguita” no es uno más en su pueblo.
Cada vez que el ídolo cuelga la capa para mezclarse con el común de los mortales pasa a ser carne de cañón de la crítica. Como si debiera aferrarse a un mandato de silencio que lo preserve incontaminado. En el caso de los futbolistas, subestimados por el cuerpo social si no hay una pelota cerca, la reacción es mucho más virulenta. Si lo sabrá Diego Maradona, a quien se crucifica una y otra vez si opina sobre los temas más variados. Los prejuicios son tan profundos que terminan invalidando al futbolista-ciudadano. “Al ‘Pulguita’ lo están usando”, es la conclusión que más se escucha. Como si fuera una cosa.
Además, “Pulguita” eligió afiliarse al PJ. Si, como apuntó John William Cooke, el peronismo es el hecho maldito del país burgués, “Pulguita” pasó a convertirse -para el afuera- en otra pieza de un aparato puesto al servicio del mal. Festejando un gol a todos les cae simpático; en la sede del PJ, y flanqueado por Osvaldo Jaldo, se lo aprecia víctima de una transfiguración. Como José Sanfilippo, uno de los “notables” que acompañó a Perón en su histórico regreso al país, el héroe-futbolista mete una cuña en las costuras, en este caso del Tucumán burgués. Puede perdonársele que erre un penal, no que ejerza su condición de hombre libre para hacer públicas sus convicciones.
“Pulguita” nunca dejó de ser un hombre de pueblo. Podría disfrutar panza arriba en el Caribe, pero prefiere organizar un partido a beneficio en la víspera de Navidad. Y no en el “Monumental”, sino en su tierra. Haber nacido y crecido en el Tucumán real y profundo le permite mantener una mirada genuina de lo que sienten los simoqueños. Qué hará con ese conocimiento de aquí en adelante sólo él lo sabe. El resto, esas “gambetas políticas” que preceden a la definición de las candidaturas, es cosa de las mesas de arena. “Pulguita” fue de lo más preciso en sus declaraciones: no le firmó cheques en blanco a nadie, al menos frente a los micrófonos. Y si lo hizo en privado corre por su cuenta.
Campbell explica que después del “camino de vuelta” llega “la resurrección del héroe”. Implica que pronto el paso transitorio por el mundo ordinario derivará en nuevas aventuras, cuando el héroe retornará a su elemento -el fútbol- para afrontar las últimas y más terribles pruebas. Todo concluye en el “regreso con el elixir”, que no es otra cosa que el definitivo aterrizaje del héroe en el hogar, portador de una poción capaz de remediar los males. Es el héroe como encarnación de las soluciones, suerte de salvador, una fuente de luz que irradia el calor de la protección. El viaje de “Pulguita” está lejos de terminar, aunque ya avisó que no es un ídolo con pies de barro ni alas de Ícaro. Será lo que deba ser, a su debido tiempo. Ni más ni menos que Luis Miguel Rodríguez.