Buenos Aires se ve tan susceptible… El G20 comienza oficialmente hoy, pero ya ayer la autónoma ciudad capital de la Argentina estaba crispada. Lucía así en sus calles, que desde primera hora comenzaron a acusar recibo del arribo de las comitivas internacionales.
Poco antes de las 8 llegó Mohammed Bin Salman, junto con 400 personas, seis aviones y cuatro vehículos blindados (además de las denuncias por violaciones a los derechos humanos, tanto por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi como por el conflicto armado en Yemen). El paso por la autopista del príncipe heredero de la corona saudita, cuya presencia dividirá aguas entre los asistentes a la cumbre de líderes, obligó interrumpir el Metrobus y algunas “bajadas” a la Capital. Así que temprano nomás, la más cosmopolita de las urbes argentinas comenzó a mostrarse como la ciudad de la furia.
Es que en Buenos Aires, “el tránsito” es una entidad en sí misma. Una monstruosa serpiente escamada de automóviles, que viborea por las avenidas sin solución de continuidad y “agarra” a los porteños en las horas pico y los paraliza sin demostrarles ninguna piedad. Cuando a esa abominación se la alimenta de interrupciones en el fluir vehicular, el resultado es dantesco.
Un ejemplo de ello se vio al mediodía cuando comenzó a ser cerrado con vallas el sector de la plaza San Martín lindero al Sheraton donde se hospedan miembros de la comitiva de China, así como periodistas de ese país. “Yo trabajo hasta hoy y vuelvo el lunes. Me voy a quedar en mi casa a ver Netflix. Y si me viene la loca, me rajo a Villa Gesell”, pensó en voz alta el taxista Ignacio Javier Hernández, para sintetizar acabadamente el carácter expulsivo que, para muchos de sus habitantes, tiene por estas horas esta ciudad que tiene un puerto en la puerta.
Una doméstica prueba de ello tuvieron ayer los pasajeros del vuelo AR 1473, de Aerolíneas Argentinas, que partió a las 8.20 del aeropuerto Benjamín Matienzo con destino a Aeroparque: el avión tenía una inusual cantidad de asientos vacíos. Hasta tal punto que hubo un par de filas sin ocupantes. A pesar, incluso, de que muchos de los pasajeros a los que les cancelaron el vuelo del lunes de ese mismo horario, tomaron el de ayer. Como el matrimonio de la abogada Nina Manson y el ingeniero Edmundo Martelotti, que sólo hacían escala en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). Nadie está viniendo a Buenos Aires salvo que no sea por imperiosa necesidad o por el G20. Ayer lo ratificaba la odontóloga Daniela Auad, que esperaba su valija en la aeroestación de cabotaje porteña para seguir viaje hacia la Costa, para participar de unas jornadas profesionales.
En el centro de la ciudad autónoma, a la estresadísima hora de la siesta, la crispación ya no sólo se veía: también se oía. Las inmediaciones de la esquina de la Avenida de Mayo con la 9 de Julio era un desconcierto de bocinazos e insultos, mezclado con los silbatos de los agentes de tránsito que con señas acentuadas y nerviosas mandaban a los automovilistas a continuar la marcha por la colapsada Rivadavia porque adelante había una protesta con bombos y redoblantes de columnas de Barrios de Pie y del Polo Obrero, en reclamo de mercadería y en repudio por la realización del G20, y la visita de los presidentes de las naciones “que vienen a llevarse todo de la Argentina”.
Hoy será infinitamente peor. La zona del Puerto y de la Costanera Norte van a ser bloqueadas desde las 21 y hasta el sábado a las 22. El área de Costa Salguero, epicentro de las reuniones plenarias de los mandatarios, será literalmente cerrada. A los periodistas, que tendrán el Centro Internacional de Prensa montado a pocos metros, en el Parque Norte, ni siquiera se les permitirá transitar a pie: sólo se permitirá el desplazamiento de vehículos oficiales.
Lejos de allí, pero motivadas por lo que allí ocurre, tendrán lugar las manifestaciones anti-G20, en el centro porteño. Para hoy está previsto un acampe en la Plaza Congreso. Para mañana, en “un lugar a confirmar”.