Oportunidad. Tucumán fue sede de una cumbre Latinoamericana y se destacó. Transformó hoteles y abrió los brazos a presidentes de toda la región. Tucumán vivió el bicentenario de la declaración de la Independencia de nuestro país. Fue protagonista y anfitrión. Fue fiesta y emoción. Tuvo los brazos abiertos para recibir y abrazos para despedirse. Fueron oportunidades y se aprovecharon con responsabilidad. Y la provincia fue un ejemplo en todo el país. Este fin de semana se abre una nueva oportunidad: Se juega un clásico. El sábado el fútbol tucumano puede dar el ejemplo de una fiesta o simplemente puede dar un mal ejemplo. La Provincia -los tucumanos- tiene la posibilidad de demostrar, una vez más, que estamos en condiciones de organizar un clásico difícil y apasionado, pero también somos capaces de obtener resultados que demuestren que en el país no todo es fracaso ni es escándalo. No se trata de un Boca-River, como el que puso a la Argentina en el peor escalón de la vergüenza; pero es un Atlético-San Martín, uno de los espectáculos deportivos más importantes del país.
Lo que pasó este último fin de semana en el barrio de Núñez está cargado de violencia, de corrupción, de negocios espurios, de funcionarios corruptos y de impotencia. Todos estos son componentes de una sociedad que prefiere el atajo al camino correcto, pero fértil para las generaciones que vendrán.
Tucumán no escapa a esta realidad del país. Las instituciones son las mismas, con los mismos vicios, con la misma corrupción y con las mismas debilidades. Sin embargo, esa misma sociedad tiene una oportunidad. Enfrenta la posibilidad de empezar de nuevo. Este clásico invita a transitar una instancia diferente donde lo que se destaca es la alegría, la familia caminando por las calles y entrando y saliendo de las canchas como si fueran sus propias casas. Tranquilidad y felicidad pueden ser el antídoto para el cambio.
La tapa de LA GACETA de ayer tuvo esa intención editorial. Ver a dos cracks abrazados es un mensaje de un mañana diferente. Se trata de Alfredo Juárez y de Walter Jiménez. Uno le dio alegría al corazón de los sanmartinianos; el otro le ofreció entusiasmo y tardes pletóricas de pasión. Eran encuentros fraternos, con hinchas locales y con hinchas visitantes. Con mucho café y sin droga. Ellos traen recuerdos del pasado y proponen ilusiones futuras. Eso es su abrazo, eso implica la camiseta rojiblanca pegada a la blanquiceleste.
La rivalidad no implica enemistad. La broma, el chiste entre amigos invitan a la risa y a compartir, de ninguna manera son la antesala de la agresión. Un partido es un entretenimiento y puede implicar negocios y profesionalismo, pero de ninguna manera puede ser la puerta a la corrupción o a la muerte, como ha ocurrido más de una vez.
Tucumán puede confirmar que desde un lugar del norte del país estamos en condiciones de dar un ejemplo al mundo. Este desafío compromete a los dirigentes, responsabiliza a los hinchas y pone en jaque a los que tienen que atender la seguridad y la buena convivencia entre los tucumanos.
Imaginar a Daniel Angelici y a Rodolfo D’Onofrio juntos, coincidiendo, no debería ser un sueño. También ilusionarse con el equipo de Boca y de River llegando juntos en un mismo ómnibus y entrando a la cancha no debiera ser algo utópico. Tal vez los tucumanos podrían hacerlo y abrirían así una ventana a otro mundo.