Hace poco más de un mes y medio, el sábado 29 de septiembre, la única parte de la delegación de Atlético que llegó al Nuevo Gasómetro fue la utilería: cuando los jugadores comenzaban a subirse al colectivo para jugar contra San Lorenzo, la Superliga suspendió el partido porque los alrededores del estadio estaban anegados. Fue, ahora lo sabemos, lluvia bendita.
Como aquel equipo todavía afrontaba un doble frente en Superliga y Libertadores y había anunciado una formación alternativa (tres días después debía enfrentar a Gremio, en Porto Alegre), quedó claro que Atlético ganó cuando no jugó y volvió a ganar ayer, con un 2-0 clarísimo sobre una víctima recurrente, Jorge Almirón (derrotado en los octavos de final de la Copa con Atlético Nacional), pero a la vez inédita: fue el primer triunfo del “Decano” contra el “Ciclón” en Buenos Aires.
Ya recuperado su partido pendiente, y en la mitad del torneo (se jugaron 12 fechas de 25), Atlético hace historia desde las estadísticas y desde lo intangible: el equipo de Ricardo Zielinski es el único escolta, a cuatro puntos de Racing, y de terminar bien el fuertísimo fixture que le queda de acá a fin de año (Belgrano, en Córdoba, San Martín, en el Monumental y Boca, en La Bombonera), ¿por qué no pensar que en 2019 se jugará a pelear su primer título de Superliga?
Contra un San Lorenzo en el taller mecánico, con técnico nuevo y sin sus delanteros más picantes, Nicolás Blandi y Pablo Mouche, Atlético se mostró en pleno rodaje, consolidado. Si los equipos fuesen personas, el “decano” es ese joven que nuestros abuelos calificarían como un “buen candidato” para presentar como pareja: serio, responsable, de buen pasar. Y no sólo en el juego hubo diferencia, también en el plantel: el banco de suplentes de Atlético parecía ofrecer muchas más respuestas que la de un rival en transición.
Al nuevo escolta del fútbol argentino le alcanzó con sus habituales columnas, un arquero decisivo (en especial en el mano a mano que Cristian Lucchetti tapó contra Rubén Botta, con el resultado ya 2-0), dos centrales que devuelven hasta el viento, un Juan Mercier cada vez más cacique y una dosis ofensiva módica pero letal. Atlético tiene la lógica del escorpión: cuando pica hiere.
A la deliciosa pared entre Guillermo Acosta y Rodrigo Aliendro que terminó en la mano de Fabricio Coloccini le siguió, además, una dosis de fortuna en el penal que Nicolás Navarro parecía haberle atajado a Luis Rodríguez y que terminó en gol después de que la pelota, que ya volvía hacia mitad de cancha, pegara en el arquero. De eso también se alimenta Atlético: hace goles hasta cuando le atajan penales.
Siempre tranquilo en el trámite, como si fuera un viaje de placer a Buenos Aires por el fin de semana largo, Atlético terminó de dar el golpe de nocaut muy pronto, antes de que terminara el primer tiempo, cuando José San Román convirtió mucho más que su primer gol en Atlético. Fue sobre todo, en 202 partidos de trayectoria, su segundo gol como profesional (el anterior había sido en 2010, en un 5-1 de Tigre contra River, en el Monumental).
El segundo tiempo podría haber durado dos tiempos de 45 minutos que, salvo algún susto aislado, San Lorenzo podría haber descontado pero jamás empatado. Si Atlético no terminó goleando fue porque Leandro Díaz armó una extraordinaria jugada con una errónea definición: hizo un último toque de más cuando debería haber rematado al arco o habilitado a Rodríguez, sólo por el centro. Pero en cierta forma, el 2-0 se ajusta más a Atlético que el hipotético 3-0: es un equipo que se lleva mejor con la solidez que con el brillo.
En esa lógica de discreción, que el fútbol argentino continúe distraído con los River-Boca de las finales de la Copa Libertadores que Atlético, en silencio, ya está segundo. Y si a alguien le sobra algún peso para fin de año, que vaya por el Gordo de Navidad o apueste por el “decano” de Zielinski. Pasó un “santo” y en el horizonte aparece otro.