Empiezo contando la historia de Guido Cueva como si se tratase de alguien que cumplió el sueño del pibe, el de todo hincha de Atlético. En realidad, este flaco que podría salir volando si el viento lo soplara de cerquita, ha logrado eso: trabajar de lo que le gusta en las entrañas del club de sus amores. Es más, es tan fanático Guido que durante sus dos primeros meses como colaborador adjunto de la preparación física de la Reserva estuvo más atento a inmortalizar sonrisas con sus ídolos en su celular que en trabajar. “Veía a (Cristian) Menéndez en el gimnasio y le pedía una foto. A (Fernando) Zampedri, al ‘Laucha’ (Lucchetti). Bueno, así con todos. No me importaba cobrar, estaba cerca de los jugadores, je”, recuerda hoy junto con LG Deportiva quien está de fiesta, porque volvió, primero, a nacer gracias a varios milagros, y porque se ha afianzado como uno de los ‘profes’ de la categoría telonera del fútbol de la A. La Reserva, propiamente dicha.
Cueva es pasión por la camiseta y devoción por su esposa y compañera de toda la vida, Natalia Ruiz; por su mamá, una titán, Margarita, y sus hermanas Cinthia y Silvina. “A todas les debo algo, en especial a mi mamá y a Natalia. Siempre estuvieron”.
La desgracia
Nadie mejor que Guido para describir cómo es la vida de un preparador físico. “Nosotros los ‘profes’ estamos acostumbrados a trabajar de sol a sol, desde las 7 de la mañana a las 23. Tenemos más de un trabajo, sino no alcanza, ¿viste? Por cumplir en uno de esos laburos me pasó lo que me pasó.” Pausa. Cueva no es el rey del misterio, ni tampoco juega a serlo. Necesita una respiro. Lo que sigue a continuación puede ponerte con los pelos de punta, hacerte sentir con piel de gallina y a su vez generarte tanta bronca que querrías, quizás, pelearte con la justicia. A Guido lo apuñalaron.
“Jamás opuse resistencia de nada. Me la dieron de atrás. Dos veces. Imaginate, estaba con mi esposa. Si el vago venía y me pedía la moto de frente, se la daba de una”... Dueño de un pequeño gimnasio en el barrio Terán, Cueva recibió el mensaje de una de sus clientas. Le pedía si, por favor, podía acercarle unas llaves. Era de día, casi el mediodía de un día como cualquier otro de esos del invierno tucumano medio traicionero. Le pidió a su señora que lo acompañara. Quedaba de paso a la casa de su suegros, donde iban a almorzar. Los Cueva se subieron en la motito 110 de Guido y viajaron ahí nomás, cerquita, al barrio Copiat. “Queda pegado al Terán”, te ubica Guido.
El horror
“Le digo a la señora que me espere en la puerta de su casa. Cuando paramos con la moto, de repente, me aparece un vago de atrás y me mete dos puñaladas. Así, de una. Sin nada. Acto seguido, me agarra una mano (la derecha, gesticula) y me dice: ‘dame la moto, dame la moto’. Hago así (ademán de soltarla), abro las piernas y dejo caer la moto al suelo. Mi esposa tenía gas pimienta. Se lo vacía al tarrito en la cara. Ciego, el vago le tira una puñalada en la panza. Como tenía una campera térmica, le patina el puntazo y le roza la cara. Iba al ojo.” Horror en primera persona. Sigue. “El vago, ensañado, nos seguía tirando a los dos. Seguía tirando así, sin parar...”.
Fue el grito de los vecinos, y la mano negra salvadora de un cómplice que ayudó a escapar al atacante ciego lo que apagó la película de terror. “Después de eso, comenzaron a suceder uno tras otros los milagros”, recuerda alegre Cueva. Si Dios quiere, avisa, podrá irse finalmente de luna de miel. “Me apuñalaron, exactamente, una semana después de casarme.” Era el momento más feliz de su existencia, porque unía lazos con su compañera eterna. Guido tiene 32 años y desde los 14 que está con Natalia. “Mi única novia, mi única todo. El amor para toda la vida existe”, asegura.
Jamás se descompensó
“Había visto un documental que decía que si vos te asustás bombeás más sangre y te morís desangrado. Entonces, yo tranquilo razonando”, acompaña lo insólito del trance. Pasó después que él fue moviendo el pañuelo de emergencia, mientras una vecina, su primer ángel guardián, lo llevó hasta el hospital Padilla. Natalia le pedía que aguante. Natalia presionaba la herida. Ni Guido ni ella sabían que el pulmón derecho de Guido había sido perforado, al igual que su hígado. “Venía bien hasta que llegué a la Bernabé Araoz y Lavalle, me acuerdo. Ahí le dije a mi mujer que no podía más. Ella me pidió que aguante. Llegamos a la guardia, bajé del auto e hice dos pasos. Llegó un enfermero con una silla de ruedas, me senté y morí.” Literal. Debieron reanimarlo dos veces. “No sé cuándo ni dónde, pero sé que morí. Todavía tengo las marcas de las dos veces que me pusieron el desfibrilador, ja”.
De esta vida no te vas
Despertó a la semana de estar en coma. Lo que recuerda de cuando estuvo apagado fue haberse encontrado con Benicio, su padre, al que el pucho traicionó y se lo llevó cuando él tenía nueve años. “Él me llevaba a la cancha de Atlético”. En esa misma sala también estaban Margot y Antonio, sus abuelos. “Pudo haber sido un sueño, pero no me olvido de que mi viejo me tenía tomada una mano y me decía que todavía no era mi momento, que no me iba a ir a ningún lado. Después desperté y vi a mi señora”.
La recuperación de Guido merece entrar en un récord Guinnes. “Me dijeron que iba a estar tres meses en el hospital y me dieron el alta a los 10 días. Después, que no iba a poder trabajar por seis meses y a los tres ya estaba en Atlético, sin poder hablar ni moverme, pero estaba”. Haber vuelto al “Decano” lo ayudó a borrar fantasmas, a escaparse del terror y a recuperar su pulmón, con una receta maravillosa: gritando goles, riendo y agradeciendo de que está vivo. Fin.