Germán tiene 74 años y, desde hace cuatro décadas, corre cada día de su vida
Es loco: cuando corre, se olvida de todo. Es apasionado: cuando corre, puede hacerlo durante horas. Es feliz: cuando corre, se envuelve en una especie de universo paralelo. Germán Torréns es -también- neonatólogo y deportólogo. Pero no pasa un día sin que se sienta en el paraíso con sólo atarse las zapatillas. Historia de un runner, que pudo no haberlo sido.
Si uno lee la historia de cómo Germán Torréns empezó a correr, lo primero que piensa es que la vida está hecha de elecciones. Y que somos la suma de esas elecciones; de todas y cada una de nuestras elecciones. A sus ocho años, iba a la escuela Salustiano Zavalía, en la capital tucumana. La bandera se arriaba a las 17.45. Mientras la enseña bajaba del mástil, los niños alcanzaban a oír desde alguna radio cercana (en esa época no había televisión) los gritos de Tarzán, la novela sobre el rey de los monos que les fascinaba. Los galpones del ferrocarril estaban a media cuadra. Las locomotoras andaban a carbón y las brasas se arrojaban en unos pozos que se cavaban junto a las vías. Cuando las maestras los despedían, los alumnos salían como bala de cañón hacia sus casas, para escuchar la radionovela. Germán era veloz, así que siempre corría por delante del resto.
Una de esas tardes de segundo grado cayó en un pozo con cenizas. Sólo recuerda el dolor. Fue un jueves de 1952. Desde entonces, el jueves es un día emblemático en su vida. Estuvo internado durante dos meses. Y durante otros dos siguió yendo al sanatorio. Eran momentos dramáticos: tenían que sacarle las escaras producidas por las quemaduras, lo que le provocaba un sangrado abundante. Al cabo de seis meses, pudo volver a caminar. Y cuando dio esos primeros pasos, tambaleantes, su madre lloró como nunca antes lo había hecho. El niño Germán pensó que eran lágrimas de emoción. Dos décadas después, supo que eran de alivio, en realidad. Tenía 29 años y había vuelto al sanatorio Pasquini, donde estuvo internado en aquellos tiempos. Entonces leyó su historia clínica, que aún permanecía archivada: “amputación de ambos pies”, habían escrito con letras rojas. “Es por esto que dejo cualquier cosa por salir a correr todos los días”, dice hoy, a sus 74 años.
Ahora, si uno tiene enfrente a Torréns y le mira los pies, con unas difusas marcas de ese pasado, la anécdota de sus inicios se vuelve carne. Se hace presente. “Cuando tuve el accidente, nunca pensé que no volvería a caminar porque nadie mencionó, ante mí, esa posibilidad. Cuando corro, nunca pienso que no llegaré a la meta. Tampoco existe la posibilidad. Quizás, esa sea la razón por la que nunca abandoné una carrera. Si alguna vez no puedo correr, caminaré. Pero llegaré”, añade este hombre que en el transcurso de sus últimos 40 años ha trotado en Budapest, Londres, Boston, Madrid, Chicago, Maceió, Buenos Aires, Hungría, San Pablo, Río de Janeiro, París y Nueva York, entre otras tierras. Neonatólogo y deportólogo, ha escrito también un libro titulado “Correr... la felicidad”, en cuyas páginas relata sus experiencias y habla de cómo prevenir enfermedades, cómo alimentarse y cómo entrenarse, entre otros temas.
- ¿Por qué corre?
- Correr me regaló amigos extraordinarios. Me llevó a lugares preciosos. Mejoró muchísimo mi calidad de vida. Y me hizo, sobre todo, alcanzar la felicidad.
- Eso dicen los que corren: que mientras lo hacen, son felices. ¿Cómo se explica eso?
- Es difícil para quien no corre comprender esto. Hasta que uno no lo vive, no lo entiende. Cuando un corredor ha aprendido que para ser eso, un corredor, hay que saber correr cansado, ha logrado su objetivo. A partir de ese momento, se transforma en un runner; un corredor de larga distancia que puede hablar con su compañero mientras trota. Puede disfrutar del paisaje. Y puede sentirse feliz. Porque la felicidad sobreviene al sacrificio.
- ¿Qué piensa mientras corre?
- Cuando corro, me parece que todo lo puedo hacer. A veces, hasta que logro alcanzar mi ritmo, demoro. Y durante esos kilómetros me cuesta sentirme bien. Pero una vez que me acompaso, me transformo. Siento una placidez general. Siento que podría correr todo el día. Hasta me olvido de que estoy corriendo. Le cuento una anécdota: una vez subí a trote desde la rotonda de la avenida Aconquija hasta San Javier. Cuando bajé, en vez de detenerme en el punto de partida, donde había dejado mi auto, seguí corriendo hasta mi casa, a unos seis kilómetros. Llegué. Me bañé. Y solo después, me acordé del auto.
- ¿Es fácil correr después de los 70 años?
- Yo sigo corriendo distancias. Sigo haciendo maratones. Y sigo entrenando tres veces por semana. Correr tres horas seguidas es como entrar en otra dimensión. Ingresa una vorágine de aire a mis pulmones que me renueva; desaparecen los problemas. Es como un nuevo hálito de vida. Una vez mi señora, a quien no pude transformar en una corredora, me dijo muy campante: “vos todo lo arreglás corriendo”. Y sí, le respondí. Si comprendemos que correr nos hace bien, si somos capaces de dimensionarlo, podremos entender porqué el ser humano siempre debe trotar o caminar. Debemos luchar contra el sedentarismo que atrofia las fibras musculares y sofoca al corazón.
- ¿Cómo es su rutina? ¿Dónde se entrena?
- Hace 30 años que mis pies acarician los senderos del parque Guillermina. Para mí es un lugar maravilloso. Ahí empecé a correr. Sigo haciéndolo ¡Mire si no será mío ese parque! Atesoro todos sus rincones. En Tucumán, en verano corremos con temperaturas superiores a los 40°. Pues bien, hay un recorrido que transcurre en un 80 % bajo sus árboles.
- ¿Cuándo empezó a correr?
- Tenía 35 años cuando empecé con las carreras de larga distancia. Después llegó mi primera maratón internacional: nada menos que en Nueva York. Fue la emoción más grande del mundo. La ciudad estaba engalanada y en el Central Park había más de un millón de personas que gritaban “¡go, go, go, go!”.
- ¿Cómo se prepara para una carrera?
- Para una maratón se necesita entrenamiento, constancia y dedicación. Es verdad que con voluntad todo eso es posible. Pero es una verdad mayor que es indispensable una preparación mental. Un deportista de elite puede tener tres o cuatro deportistas iguales. ¿Quién ganaría una competencia?: aquel que esté mejor mentalmente.
- ¿Y cómo se entrena a la mente?
- Nunca pienso que me va a pasar algo. Siempre pienso, al contrario, que voy a llegar. La única promesa que me he hecho en mi vida es que nunca voy a abandonar. Para nosotros, los corredores amateurs, llegar es triunfar. No importa el lugar. Solo la satisfacción de llegar nos hace sentir héroes.
- En su libro aparece la frase “la felicidad no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos”¿Podría explicarla?
- Correr es, literalmente, natural. Cuando nacemos, lloramos y nos movemos porque nuestro cuerpo es una unidad activa. Cuando empezamos a caminar, logramos independencia. Y cuando corremos, logramos libertad.
Torréns se pone de pie. Un apretón de manos y una sonrisa de despedida. Parece una persona feliz. Realmente, lo parece. Quizás sea cierto que la vida está hecha de elecciones.