Entrar a un baño público en Tucumán se parece a abrir una caja de pandora, porque el interior siempre sorprende. A Bruno Santillán, que trabaja en una sanguchería ubicada en Barrio Sur, le tocó limpiar un inodoro en el que habían dejado siete pañuelos de telas de distintos colores. “Lo primero que se nos cruzó por la cabeza fue que era una brujería”, recuerda el joven.
Según el relevamiento de “Panorama Tucumano”, son pocos los sanitarios de la capital a los que da gusto entrar. Sobre todo en algunas facultades de la UNT y en bares frecuentados por los más chicos. Es habitual el olor nauseabundo, que falte papel, jabón y basureros; que haya espejos sucios, puertas sin picaportes, paredes con caños a la vista, azulejos rotos, techos sucios y con humedad e inodoros sin tabla. Y, a pesar de los numerosos carteles que piden arrojar los papeles en los basureros, se pueden ver papeles, toallitas y hasta preservativos en el piso o en los inodoros. “Una vez tuve que clausurar el baño porque una señora ensució con materia fecal los azulejos (dentro y fuera del cubículo) y el espejo. Era un asco total”, cuenta Cinthia, encargada del local Pizza Nuova.
Mantener la higiene es un dolor de cabeza sin remedio para los administradores de los baños. Afirman que el mal estado de las instalaciones se debe a que los tucumanos no las cuidan y, en muchas ocasiones, las roban. De hecho, la mayoría de los dueños de bares y cafeterías del centro consultados aseguran que tienen que lavarlos cada media hora o una hora durante horarios pico, y que los de mujeres son los que más trabajo requieren. En promedio, la limpieza les cuesta alrededor de $ 7.700 por mes.