Chabay, el bicampeón que encontró un hogar en Tucumán

Con San Martín se identificó más allá de las conquistas, al punto de tejer lazos que lo devolvieron más de una vez a esta provincia.

EN SAN MARTÍN. Chabay lo condujo dos veces a Primera. ARCHIVO LA GACETA EN SAN MARTÍN. Chabay lo condujo dos veces a Primera. ARCHIVO LA GACETA
Guillermo Monti
Por Guillermo Monti 02 Noviembre 2018

Las lágrimas también forman parte de los cumpleaños. Es el espacio para la nostalgia que encierra cada celebración, aunque en el caso de San Martín es tan próxima la pena que el nudo quedará alojado en la garganta durante quién sabe cuánto. Murió Nelson Chabay y por esas cosas de la vida su partida quedó asociada con un aniversario del club. El “santo” sopló 109 velitas y el uruguayo se apagó con 78 años. Dos veces el personaje y la institución cruzaron felices caminos, aquellos ascensos a Primera del 88 y del 92. Dos veces Chabay condujo y dos veces San Martín se hizo más grande. Se entiende entonces por qué tanto dolor.

Al corazón de Chabay lo alimentaba la sangre de tres clubes. Con San Martín se identificó más allá de las conquistas, al punto de tejer lazos que lo devolvieron más de una vez a Tucumán. El puente de afectos que unió la provincia con Uruguay se mantuvo firme con el paso de los años. Pero antes del técnico estuvo el Chabay jugador, aquel marcador de punta implacable que se dio el gusto de integrar dos equipos emblemáticos de la segunda mitad del siglo XX: el “Racing de José” y el Huracán del 73, ambos campeones, ambos admirados hasta hoy.

Martín, Perfumo, Basile y Chabay. La defensa de aquel Racing dirigido por Pizzuti salía de memoria y perduró durante un ciclo excepcional, coronado por la conquista de la Copa Intercontinental ante el Celtic de Glasgow, la primera obtenida por un club argentino. Chabay, Buglione, Basile y Carrascosa. También se recitaba de memoria la última línea de aquel Huracán que, de la mano de César Menotti, hizo del fútbol un espectáculo de ballet.

EN RACING. Chabay y la Academia, en los 60. EN RACING. Chabay y la "Academia", en los 60.

Racing, Huracán y San Martín son tres hogares en los que la figura de Chabay se acomoda con autoridad en la galería de figuras. Pero se había iniciado en otro Racing, el de Montevideo, donde jugó dos años antes de instalarse en la Argentina. Le decían “Buche” y las fotos explican el por qué: siempre serio, de pie y de brazos cruzados, como posaban los defensores en las clásicas fotos futboleras (el nueve en cuclillas, al medio y acariciando la pelota con la yema de los dedos). En esas postales de los 60 y los 70, los cachetes inflados del Chabay listo para clausurar el lateral de turno son una marca de época.

La carrera de entrenador le dejó alegrías y sinsabores. Tuvo sus oportunidades en Racing y en Huracán, pero ya los tiempos institucionales y económicos no eran los mejores. Pasó por otros vestuarios (Mandiyú y Unión), y en 1995 le tocó la más amarga de las tareas: derrotar a San Martín en la final por un ascenso a Primera. Chabay dirigía a Colón y, en medio del festejo tras la consagración, no pudo evitar que el alma se le estrujara un poco. Lo confesó más de una vez. Es que su cariño por el “santo” y por Tucumán era genuino.

A las históricas campañas del 88 y el 92 las separaron nombres, circunstancias y estilos. La primera fue un aluvión excepcional que llevó a San Martín –sin escalas- de la Liga Tucumana a la máxima categoría del fútbol nacional. Ese rush se concretó a caballo de un equipo fenomenal, lleno de figuras que llenaban los ojos a puro fútbol. La final con Chaco For Ever se definió de visitante y el público anfitrión supo aplaudir a los dirigidos por Chabay. La del 92 fue una historia distinta, escrita con menos lujos y más fuego interior, y también se cerró fuera de casa, gracias a un gol olímpico del “Bomba” Scimé que selló la serie decisiva contra Almirante Brown, en Isidro Casanova.

No era polémico ni verborrágico, pero sí firme en sus convicciones. Un uruguayo clase 40 –muy buena cepa- que hizo del fútbol su vida y lo transitó con paso seguro. Le tocó integrar grandes campeones y eso nunca es fruto de la casualidad. Y un día llegó a Tucumán, en tiempos del San Martín de Natalio Mirkin, y encontró un nuevo lugar en el mundo. No fueron tantos años, pero sí de los buenos. Por eso, en medio del festejo por su aniversario, San Martín abre los brazos para abrazar por última vez, y a la distancia, a un hombre de la casa.

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