Creer o googlear
La furia de las biografías hace pensar. El descubrimiento de cartas, de escritos póstumos, anécdotas de la vida de los escritores y conexiones con hechos históricos nos obliga una y otra vez a revisar nuestras lecturas. Para dar un ejemplo, los Nachlass de Ludwig Wittgenstein son unos 40.000 folios escaneados. Y siguen apareciendo, para desgracia de los que trabajamos el autor y para alegría de los editores.
Por Santiago Garmendia - Escritor, profesor de Filosofía de la UNT.-
Samuel Schkolnik, en su libro Algunas claves, sostiene una postura extrema, un antídoto que en la dosis del tucumano es un veneno. Dice: El humanismo es la doctrina para la cual el argumento ad hominem no es una falacia. Dejemos un minuto de lado la ironía de la expresión y la interpretemos del siguiente modo: las doctrinas según las cuales los pensamientos están condicionados por la situación social e histórica de los hablantes, lleva a eliminar la posibilidad de la verdad. O sea, lo que se va a resaltar en el caso de que uno suscriba a tal teoría es al asertory no a lo aseverado.
James Conant en su artículo “Philosophy and Biography” tipifica las dos visiones como Reductivistas y Compartimentalistas respecto a la relación entre biografía y obra. La primera puede llegar a ser una suerte de “expresionismo epistémico” que reduce la obra a su autor o a su biografía, con los fines más variados. Tim Mandigan en su artículo sobre usos y abusos de las biografías en filosofía, caracteriza al libro de Paul Johnson, Intelectuals, como una muestra extrema de reduccionismo. Allí, por si no lo han frecuentado, carga de drogadicto a Sartre, de explotador de su familia a Marx, de sádico a Rousseau, etc. No sé si alguien ha presentado algún cargo contra el propio Johnson, pero es él quien abrió la puerta a la crítica inmanente y podría aparecer una meta-biografía del gran biógrafo descalificando, supongamos, a Johnson por borracho resentido.
El compartimentalista será entonces el que niegue el vínculo y por tanto el valor de la biografía para entender el pensamiento filosófico de una autor. Para redondear con Schkolnik, cuando sondeamos una pregunta filosófica, él considera que no importa de qué época y lugar surja tal pregunta: “somos coetáneos de todos los que exploraron la región de la que la pregunta del caso es nombre y emblema”, que resuena a la idea borgeana de que cuando nos hacemos la pregunta por la realidad suprasensible como Platón, en ese momento somos Platón.
Pero no somos Platón. Ni pensamos que la obra de Platón se reduce a una ecuación biográfica.
¿Cuál es el problema de estos extremos? Que ambos tienen la misma obsesión con la verdad. Ambos escinden la escritura del autor: unos haciendo de la verdad algo ahistórico, universal, inhumano en una palabra. Los otros al fundir libro y autor también anulan al texto, que queda reducido a enunciados psicológicos, sociales o históricos. Estos elementos existen y enriquecen nuestro encuentro con el libro, pero que al convertirse en el único criterio de lectura anulan la trascendencia que persigue y justifica todo texto.
El texto no es sólo el papel, ni el autor es el que lo escribe. El autor se escribe junto al texto, para un lector que se lee en él.
Creer o googlear.