Caminando entre tumbas

En marzo de 1911, el vespertino “El Orden” publicó unas “Impresiones de viaje”, que firmaba Guillermo Sullivan. El autor expresaba que, como se sentía incapaz de producir palabras bellas e inmortales referidas a Tucumán, le dedicaba un texto de “saudades y nostalgias”.

Se estaban construyendo entonces la Casa de Gobierno, el Savoy Hotel, el Teatro Alberdi, los edificios del Banco de la Nación y del Banco Español. Elogiaba sus características, mientras iba recorriendo las calles, que le sugerían reflexiones cariñosas. Sobre la avenida Mate de Luna, comentaba que “no es por ahora el lugar predilecto para los paseos de la muy culta sociedad tucumana, pero acaso lo sería cuando su pavimento cambie...”.

En ese itinerario, “una tarde de cielo encapotado de gris”, Sullivan llegó hasta el Cementerio del Oeste. “No sé si es por costumbre, pero en todos los pueblos y ciudades que visito, siento la necesidad (una necesidad intrínseca de espíritu que ve y quiere ver, aún más de cerca, la verdad de la nulidad humana), siento la necesidad, decía, de visitar esos lugares que tan claro hablan”, confesaba.

Así, cuenta, “recorrí del cementerio de Tucumán sus callejuelas bien delineadas, leí en sarcófagos, tumbas, monumentos, muchos apellidos conocidos en la sociedad argentina: Posse, Padilla, Terán, Frías, etcétera”.

En una bóveda situada en uno de los extremos, vio que se colocaban “flores frescas sobre un largo féretro negro y lustroso. Inquirí y se me dijo que las flores se renovaban continuamente: que los restos guardados allí, eran los de Zenón J. Santillán. Descansaba ahí, pues, el Mitre de los tucumanos”. Sullivan narraba que quiso descubrirse respetuosamente ante esa tumba.