"La otra pregunta": para Miguel Martín los tucumanos estamos de moda
- En diciembre cumplís 40 años. ¿Te agarró alguna crisis?
- No, no es para tanto. Me echo gel en el pelo, por ejemplo. Me estoy empezando a calentar con el tema de la pinta, pero es porque aparezco más. Mi señora me dice: “¡cómo vas a salir con esa polera horrible”! O si no: “¡sacate el jogging!”
- ¿Y qué indica el espejo?
- Se ve un cambio. Me dicen que estoy más joven que cuando tenía 20 años. Será porque ahora no trabajo (risas). En serio, yo amo lo que hago y eso no es un versito. Me levanto a las 7 y me acuesto a las 3 de la mañana, así todos los días, y aunque el cuerpo te pasa factura lo hago con toda la pasión. Como si fuera a acabarse algún día. Me desespero por seguir pensando y haciendo cosas, ya sea material para las redes sociales y lo que se ve en el teatro, o para proyectar desde lo administrativo, lo económico, lo personal…
- ¿Es cierto que estás levantando plata con pala?
- Levanto aca con pala (risas). La verdad es que se gana bien en el teatro, pero podría ganar mucho más haciendo giras interminables. Hago terapia hace seis años y eso me ayuda un montón, por ejemplo a identificarme como sostén de la familia y saber que lo importante no es la guita. Yo tenía 20 shows por fin de semana, una vez tuvieron que atarme el micrófono a la mano durante una fiesta: eran las 5 de la mañana, todos estaban machados… Cuando llegué a mi casa no podía dormir y mi mujer me dijo: “estás pasado de vueltas. Hacé terapia, bajá un poco”. Y sí, cuando llegás a la pastilla tenés que bajar. Entonces la idea fue proyectar cómo hago para trabajar menos y ganar igual o más. Ahora tengo uno o dos shows por fin de semana y me rinde mucho más que los 20 que hacía contando cumpleaños y casamientos. Me quedé sólo con el teatro y los festivales. Ahí está toda la moneda.
- ¿Cómo manejás esta realidad de ser tan conocido? ¿Es cansador?
- A veces sí, pero noto que a mi entorno le cansa más: a mi señora, a mi manager, a los colaboradores. Para mí no es tanto, será porque soy la cabeza del grupo. Por ejemplo, salimos con mi señora y mis hijos y todo el mundo se acerca a pedir “una fotito”. Al final no terminamos de comer. Y es a mi señora a la que le piden que saque “la fotito”. Así que en lugar de ir al bar de moda nos quedamos en casa y comemos fideos.
- Es parte del juego de la fama…
- Un médico tucumano me contó su experiencia viajando en avión, en primera clase, a la par de Julio Iglesias. Cada vez que le pedían una foto, él se paraba y decía que sí. Le preguntó si no le resultaba cansador y Julio Iglesias le contestó: “esto también es parte de mi trabajo”. Yo lo tomo de la misma manera, no es sólo subir al escenario y contar el chiste, filmar el video o hacer la payasada. Cuando voy por la calle y me piden una foto trato de ser lo más parecido a lo que el público cree que soy. Tampoco es que me la paso contando chistes, en mi casa ni siquiera soy gracioso.
- A los humoristas se les exige que hagan reir en todo momento. ¿Cómo es tu caso?
- Soy más bien alegrón, tengo buena onda. Pero me ha pasado lo contrario. Una vez, saliendo de una fiesta en un country, iba discutiendo con mi esposa mientras retaba a mis hijos. Justo me para el guardia y me pide: “¿podés hacerme un video para el chango mío?” “No, hoy no”, le dije. No me daba para agarrar el celular y hacerlo (imita al Oficial Gordillo). Seguro que hasta hoy él sigue pensado que soy un falso. Esto lo hablo con la psicóloga y ella me dice: “vos sabés lo que sos”.
- ¿Cómo es ser un famaillense famoso?
- Me siento más famaillense que famoso. Me siento afuera de la fama y de la farándula, sobre todo cuando voy a fiestas. Creo que para ser famoso tenés que ser “banana”, un poco estrella, y a mí todavía no me sale. Trato de pasar lo más inadvertido posible, sobre todo por los que no me quieren, pero a la vez tengo que llamar la atención como sea. Como dice Woody Allen: “a la fórmula del éxito no la tengo, pero sí la del fracaso y es tratar de caerle bien a todo el mundo”. Eso lo tengo que trabajar.
- ¿A Famaillá no la habrá imaginado García Márquez?
- Cuando llegan los mellizos Orellana se vuelve la “capital kitsch”. Cuando yo lo viví -desde la niñez hasta los 20 años- era más “normal”. Pero me acuerdo que había un intendente que gobernaba desde la capital, vía satélite, y era un quilombo. Después llegaron los Orellana, que podrán tener defectos y virtudes, pero para mí son caudillos famaillenses. Se calientan por el pueblo, les golpeás la puerta y te atienden. Habrá detractores y seguidores, pero pienso que hoy los famaillenses se sienten orgullosos de su pueblo.
- ¿Qué pasa cuando el público no se ríe?
- Nunca me pasó en el interior del país, sí dos veces en Buenos Aires, porque el porteño es de otro mundo. Palermo es Ucrania, algo rarísimo. Una vez me contrató una empresa para hacer reir a 100 invitados de la más hermosa estirpe porteña y solamente se reían dos: una fotógrafa de Tandil y el de recursos humanos, que era salteño. Los otros no me daban bola. Tenía que hacer 40 minutos, pero a los 15 me fui. En esos casos voy al último chiste de la rutina y digo ¡muchas gracias! Le ofrecí a la empresa devolverle una parte del dinero que me habían pagado y el que me contrató me dijo: “no te hagás problemas, son todos unos amargos”. Ahora, cuando me ofrecen un show y el 90% son porteños, les digo que no y recomiendo un humorista de Buenos Aires. No quiero pasar de nuevo ese momento.
- ¿Hasta dónde llegás con el humor?
- Tengo muchos límites. Dicen que el humor no está al servicio de la moral, pero es difícil… Yo soy de pueblo, no hago humor político ni religioso; trato de centrarlo todo en “autoflagelarme”. Por ejemplo, el Negro Álvarez tuvo problemas en Cosquín porque decían que lo suyo era misógino. Hace unos años puse un chiste en Facebook que era algo así: “en la escuela me dicen el enano. ¿Y qué hacés? Salto y le pego una piña en los huevos…” Un chiste horrible y viejo. La cuestión es que me escribe una amiga y me cuenta que tenía una bebé acondroplástica (con enanismo). Y me explicó lo mal que se sienten por el chiste los chicos que padecen esa enfermedad. Me pasó lo mismo con un chiste de gays y con otro de tartamudos (“era todo risas hasta que nos dimos cuenta de que el tartamudo quería jamón”). Desde ahí empecé a ponerme límites, pensando en que nadie se sienta ofendido. Y además esta clase de chistes ya no se usan.
- Y ni hablemos del fútbol.
- Cuando trabajé en el suplemento deportivo de LA GACETA hacía humor de San Martín y de Atlético y no sabés… Poquito me insultaban. Era muy pantanoso. Para los hinchas, San Martín y Atlético son como un hijo, como una madre, una cosa rara. No se puede hacer humor con eso.
- De todos modos es una autocensura…
- Sí, por eso trato de que todo esté centrado en mí. Una vez, en el Centro Parroquial de Famaillá, Tapalín me dijo “gordo tetudo” -porque yo era gordo y vengo de una familia de gordos-. En ese momento todos se cagaron de risa y cuando lo cuento hoy pasa lo mismo. Si me sentí mal no me acuerdo, porque estaba tan acostumbrado al bullying… Mirá, éramos tan gordos en mi familia que si teníamos una banda le poníamos Los Hijos del Bullying.
- Una de las críticas que se te hacen pasa por el uso del lenguaje. ¿Sentís que lo estás deformando?
- Voy a pecar de soberbio, pero tenés que darte cuenta de un montón de cosas para hacer esto. No lo veo sólo en mí, también en Gabriel Carreras, Oscar Quiroga, Daniel Décima, Adolfo Nicolaus, Capuchón González, Quito y Cepillo… Ahora, si en Famaillá hablabas bien te discriminaban; la cuestión era hablar mal para que te acepten. Pero si se me acerca una señora y me dice: “por culpa tuya el changuito mío habla así…”, le contesto: “¿y cómo andamos por casa? Fíjese cómo habla usted”. Estoy muy orgulloso de cómo hablo, lo veía en Mario Escobar, un ídolo como persona, me sentía cómodo laburando con él… Cuando él lo decía en la radio (los giros “tucumanos” del idioma) lo validaba y eso está bueno.
- ¿Cómo nos están percibiendo fronteras afuera de Tucumán?
- Estamos de moda, como fue el cordobés en un momento. Años atrás, en “VideoMatch”, a Tinelli lo descolocaban los tucumanos, por ejemplo cuando iban a contar chistes. Ahora los vagos van a Mar del Plata y las porteñas les piden que les hablen un poquito: “qué pasa mamila…” Y los vagos enganchan más. Todo esto me favorece. ¿Qué hacía uno cuando llegaba a Buenos Aires? Se hacía el porteño. Ahora no, ahora coman aca (risas).
- ¿Hacia dónde crees que va la industria del espectáculo?
- Ojalá lo supiera. Hay que ir intuyendo y adaptarse. Antes hacíamos videos de siete u ocho minutos y ahora bajó a 15 segundos. Uno se siente en el compromiso de ser gracioso y a la vez no robarle a la gente. En el próximo show sé que tengo que poner más tecnología, más vestuario, más luces… De esa manera voy creciendo.
- ¿Y qué te gustaría hacer?
- Películas de humor tucumano, es mi gran proyecto. Soy fanático de Will Ferrell, de Ben Stiller, de Owen Wilson, de Vince Vaughn, comediantes que son amigos y se dedican a hacer ese tipo de películas. Es difícil trasladar eso acá, en Estados Unidos hay programas con 30 puntos de rating, los traes con el mismo formato y hacés 4. Mi anhelo es hacer cine y con humor de ese estilo.
- El año pasado incursionaste en la TV, un poco con la idea de ser un Jimmy Fallon tucumano. ¿Cómo fue la experiencia?
- Sí, la idea de un talk show americano. Me gustó mucho hacerlo, pero es mucho laburo. Respeto a la gente que hace programas de televisión diarios o semanales. Yo hice sólo 20 programas, nada más, porque era lo que me daba la “nasta” y la verdad es que es un quilombo. Esto de crear todas las semanas es un laburete bien complicado, pero la verdad es que lo disfruté mucho y además me permitió hacer amigos y relacionarme.
- Cumplís 40 años; ¿cómo te imaginás a los 60?
- Ojalá que esté parecido, con mucho trabajo, buena salud y la familia bien. No sé cómo será, pero a lo que venga será cuestión de ponerle el pecho a las balas.