“Si la mitad de la población infantil sufre de malnutrición, el problema dejó de ser individual o familiar; es socioambiental. Y el Estado tiene mucho que hacer al respecto”, lanza, preocupada, Laura Cordero, licenciada en Nutrición, especialista en Salud Social y Comunitaria, y doctora en Ciencias Sociales, con orientación en... Geografía. Sí, ese es el “combo” vocacional de Laura. Y además es mamá.
Como becaria posdoctoral en el Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES, Conicet/UNT) está abocada a explorar y describir las características de la distribución espacial de la malnutrición infantil en áreas urbanas y rurales de la provincia.
“Hay datos que llaman mucho la atención. Por ejemplo: la desnutrición infantil es superior en el departamento de Yerba Buena, el más rico en términos de calidad de vida del Norte Grande (NOA y NEA), que en el de Simoca, cuyos índices -cuenta- están entre los más bajos, tanto en la provincia como en el ámbito nacional”. “Y así, el dato impresiona -añade-, pero eso no es lo más grave; en realidad, el gran problema hoy no es la desnutrición. Todo lo contrario: casi la mitad de los niños de entre 8 y 12 años sufre de exceso de peso; y el 22% de obesidad”.
Vocaciones
Cuando Laura se inscribió en Nutrición, su “llamado” primigenio, ni se le pasó por la cabeza que terminaría apasionándose por la cartografía. Ni que -menos aún- ambas cosas serían perfectamente compatibles. “Uno entra con una visión muy acotada de la carrera. Pensaba ‘nutricionista’ y la imagen que se formaba en mi mente era un consultorio”, reconoce. Pero después de recibirse trabajó 10 años en el CAPS de Los Nogales, y se le hizo imperiosa su especialización en salud comunitaria. “En el trabajo de campo uno toma conciencia de la importancia de los ámbitos socioculturales y la importancia de una mirada territorial para entender cómo se manifiesta la salud”, explica.
Entonces aparecieron el tercer llamado, la orientación en Geografía y los mapas. “Son instrumentos muy útiles. Estudiar la geografía de la salud permite tomar decisiones políticas; sin embargo, su utilización en el estudio de la nutrición es reciente. Por otra parte, su análisis permite sostener una cuestión disciplinaria: “la calidad de la nutrición depende de factores biológicos e individuales; pero también el lugar donde se vive genera efectos e impactos”, asegura. “Sería muy simplista echarle la culpa a la gente cuando hay todo un trasfondo, un medioambiente que nos engorda y que está configurando un panorama en salud cada vez más difícil”, añade. Y eso es especialmente importante en contextos en los que la pobreza compromete la salud y la calidad de vida infantil.
Análisis novedoso
Además de evaluar el estado nutricional de los chicos de Simoca y de Yerba Buena, Laura estudió cómo ellos perciben su salud. “Es lo que se conoce como calidad de vida relacionada con la salud (CVRS). Se evalúa, desde su mirada, cuestiones tanto propias (físicas y mentales) como externas (sus relaciones sociales), que inciden sobre su salud -explica-. Se analizan los datos desde otro ángulo: la mirada está centrada en el bienestar”. No es un dato menor: de lo que se trata es de la promoción de salud, como un fin en sí misma. Y lo que suele ocurrir es que sólo nos preocupemos por ella “en las últimas”
La investigación
Sobre la base de la matrícula escolar (de gestión pública), la muestra incluyó 1.000 chicos de Yerba Buena y 666 de Simoca. Su percepción confirma las mediciones: los niños y las niñas con sobrepeso u obesidad perciben peor su salud (especialmente en aspectos psicosociales como estado anímico, autonomía, aceptación social y percepción de los recursos económicos familiares) que aquellos con un peso adecuado.
Se observó que, a medida que los chicos aumentaban de edad, la percepción de su salud empeoraba. En general, asociaron el sobrepeso y la obesidad con una percepción negativa de los recursos económicos. Por otro lado, el sobrepeso se correlacionó con bajo estado de ánimo, y la obesidad con baja autonomía y baja aceptación social.
“Pudimos constatar que, por lejos, la desnutrición no es el problema preocupante... desde los datos, pero sí lo es entre la gente: ‘si es gordito, está sano’, afirman, asociando la gordura a la abundancia”, relata Laura preocupada, y añade: “no podemos olvidar la carga de estigma que la desnutrición tiene en Tucumán, desde la exposición mundial de muertes infantiles por desnutrición, causadas por la crisis de 2001”. Entonces, cuenta, en los comedores -cuyos recursos, además son cada vez menos- se entiende que al chico que quiere comerse la cuarta tortilla, se la den: la comida (la que sea) debe estar garantizada.
“‘Cómo no le voy a dar’, te dicen con cara de ‘no podés ser tan cruel’”, describe... y comprende (por las razones socio-económico-culturales de nuestra provincia)... y reclama casi a gritos que el sistema (todo) empiece urgente a modificarse. Porque es grave: hoy estos chicos, como resultado de su estado nutricional, tienen menor calidad de vida que sus padres. Y si las cosas no cambian, seguirá empeorando.
> La investigación
Así se pudo establecer la percepción que los chicos tiene de su salud
Este fue el primer trabajo que indagó en el país posibles diferencias en la salud percibida de niños residentes en contextos urbanos y rurales. Lo que se hizo fue describir la calidad de vida relacionada con la salud de escolares de entre 8 y 12 años en Tucumán; y analizar si esa percepción variaba en relación con factores macrosociales (calidad de vida del departamento donde residen, si es población urbana o rural, nivel socioeconómico) e individuales (edad y sexo). Para ello se aplicó la versión para niños de un cuestionario internacional conocido como Kidscreen-52, adaptado y validado para la población argentina. El cuestionario proporciona un perfil de salud a partir de la medición de 10 dimensiones: bienestar físico, bienestar psicológico, estado de ánimo, autopercepción, autonomía, relación con los padres y vida familiar, amigos y apoyo social, entorno escolar, aceptación social (bullying) y recursos económicos. Cada dimensión tiene preguntas y cada respuesta, cinco opciones.
> Obesidad y desnutrición
Datos biológicos.- Como complemento de la información sobre auto percepción de la salud se realizó un estudio antropométrico de cada participante. Se relevó peso corporal y estatura total o talla. A partir de la fecha de nacimiento se determinó la edad exacta, y con los valores de peso y talla se calculó el índice de masa corporal (IMC), que fue relacionado con el sexo y la edad. Los casos de sobrepeso, obesidad y bajo IMC se determinaron empleando un programa informático. Así, quedaron definidos tres grupos: niños con sobrepeso; niños con obesidad y niños sin exceso de peso
La desnutrición no es estructural.- La forma predominante de desnutrición detectada es el bajo estado nutricional, no la baja talla. “Eso indica que los chicos no viven con un déficit de larga data; lo más probable es que los casos de desnutrición se deban situaciones actuales, o a concurrencia de otros factores, como una parasitosis, pero no a carencias desde su nacimiento”, explica la nutricionista Laura Cordero, autora del trabajo de investigación.
El peso de los contrastes.- Resulta llamativo que los escolares de Yerba Buena, departamento con mejor ICV, hayan evidenciado peor apreciación de la situación económica familiar que los de Simoca. “Esta aparente paradoja podría entenderse teniendo en cuenta la gran fragmentación socioterritorial característica de Yerba Buena, donde coexisten familias con condiciones económicas, estilos de vida y posición social claramente antagónicas. La exposición de chicos de estratos sociales menos favorecidos a estas realidades tan contrapuestas podría explicar la percepción negativa que tienen de su propio contexto”, explicó la investigadora.