La “previa” ya es una parte insoslayable en el ritual de la salida nocturna. Se trata del puente que permite sortear la incómoda grieta entre tener que salir de la casa demasiado tarde -con el riesgo de quedarse dormido mientras se hace tiempo, sobre todo a partir de cierta edad- y caer al boliche demasiado temprano, con la certeza de encontrarse con un espacio casi vacío y poco atractivo.
Aunque algunos optan por amenizar la espera en un bar, por razones de economía y comodidad, la “previa” en sentido estricto, es la que se hace puertas adentro. Y para ello, primero tiene que haber alguien dispuesto a poner la casa, con todo lo que ello implica. En el caso de quienes viven solos no hay mayores inconvenientes; la cuestión surge cuando se trata de alguien que todavía vive con sus padres. Conseguir la autorización paterna para albergar una reunión con bebidas alcohólicas y música hasta las 2 o 3 de la mañana puede resultar una misión imposible para algunos chicos.
Para otros, en cambio, es mucho más sencillo. Conscientes de que los jóvenes van a tomar alcohol en un lugar o en otro, algunos padres prefieren ofrecer su casa para tener un mayor control sobre lo que hacen sus hijos y con quiénes, aunque sea al precio de tener que soportar el volumen de la música hasta altas horas o tener que limpiar al día siguiente.
“Lo ideal sería que no bebieran, pero si lo van a hacer, me siento más seguro si están en una casa”, opina José María Peludes, de 36 años y padre de un chico de 16. “En algunas ocasiones, con su grupo de amigos hicieron la previa en mi casa. Por suerte, son chicos responsables y entre ellos mismos se cuidan y se ponen límites”, asegura.
A cambio del permiso para alojar la “previa” en la casa familiar, los padres suelen exigir el cumplimiento de ciertas condiciones. “Yo tengo un hijo de 21 años, que hace unos años me pedía hacer la previa en casa con sus amigos. Sólo se les permitía cenar y beber algo, y llegado cierto horario salían en taxi todos juntos. Y al momento de volver, los iba a buscar yo o algún otro padre del grupo. Si no, debían estar de vuelta hasta las 5 y siempre en buen estado”, detalla Susana Carelli.
Según Raquel Ygel, madre de un adolescente, lo peor que puede hacer un padre es negarse a la realidad de que el consumo de alcohol estará presente en las salidas de sus hijos, sean varones o mujeres.
“El mío juega al rugby y se junta en las previas con los de su división antes de ir a algún cumple de 15 o de 18. ¿Toman? Seguro que sí, pero si le digo que no lo haga es peor. Simplemente lo aconsejo. Igual, él como deportista sabe bien que si no lo hace con límites, se habrá matado entrenándose y yendo al gimnasio para nada”, advierte Raquel. Y enfatiza en que los padres deben adaptarse a los nuevos tiempos.
Cambios
Si bien las opiniones de los padres sobre permitir o no que las “previas” tengan lugar en su casa están divididas, la mayoría coincide en aceptar que los tiempos han cambiado y que el consumo de alcohol y otras sustancias está cada vez más naturalizado y a edades más tempranas. Además, el mayor costo de las bebidas en los bares y boliches lleva a estirar las “previas” lo máximo posible.
“Las previas con alcohol me parecen una estupidez, En mis tiempos sólo nos reíamos y charlábamos. Nos arreglábamos y dábamos 1.000 vueltas antes de salir”, cuenta Gabriela Armella, de 46 años y madre de dos hijos de 15 y de 24.
“Mis amigas y yo tampoco tomábamos alcohol cuando éramos adolescentes. Sí en el último año de secundaria, pero no al nivel que lo hacen hoy”, compara Raquel. “Las épocas cambian y nosotros debemos acompañar ese cambio. No digo apañar a los chicos, porque deben aprender que sus actos tienen consecuencias, pero tampoco ponernos en contra porque es peor. Yo prefiero que mi hijo tenga la confianza para decirme la verdad y así sabré qué hacer si le pasa algo. Otros padres se desentienden y ni saben lo que hacen sus chicos, y después los encuentran en el hospital por un coma alcohólico o peor”, completa.
Susana, por su parte, opina que “lo fundamental es estar, que los chicos se sientan acompañados y sepan que hay un límite. Me parece que lo que ha cambiado también es que los padres a veces tenemos miedo a decir no. Y no se establecen límites claros”.