Trata de personas: “yo me veía como una esclava”
“Uno no puede ser esclavo y yo me veía como una esclava, ya no es el tiempo de los esclavos, estamos en democracia”. La percepción de Laura, de 51 años, no está tan errada. Durante cuatro años y medio trabajó en una finca haciendo el trabajo pesado sin cobrar ni un peso y a merced de los maltratos de su “patrón”. Sus seis hijos –de entre tres y 19 años- también trabajaban en el campo, ubicado en Leales.
“Vivía en Los Nogales, en un asentamiento. Apareció un hombre que ofrecía trabajo para cuidar una finca. Ofrecía buenos sueldos y podíamos criar nuestros propios animales. Del asentamiento nos estaban por sacar, así que aceptamos. Mi marido vendió la casilla. Yo desconfiaba, no me sentía segura”, relató la mujer mientras cebaba mate dulce en el patio de su nueva casa, cerca de Ranchillos.
“Don Juan”, como menciona al dueño del lugar, primero les decía que no venía bien la cosecha de caña de azúcar y que por ello de manera temporal, en vez de un suelo, les llevaría mercadería. “Cuando estaba mi esposo traía, pero me separé y ya no llevaba nada. Mis hijos más grandes se fueron a la ciudad y me quedé con tres chicas y un varón”, relató.
El día comenzaba a las 6. Debían regar la caña, cuidar los caballos y los chanchos y mantener las cercas y tranqueras en condiciones.
“Yo hacía las cosas a mi manera, lo que podía. Hacer un alambrado o poner un poste. Los caballos salían de la finca y tenía que traerlos. Había momentos en los que me sentaba a llorar sola porque no podía. No teníamos para comer ni para vestirme, los chicos comían en la escuela y yo lo que me daban los vecinos. A veces me daba vergüenza y les mentía que ya había comido. Estábamos en una sola pieza grande sin puertas ni ventanas. En invierno tapábamos con chapa. Era feo. Me enfermaba y no tenía remedios”, lamentó.
El “patrón” iba todos los días después de salir de su trabajo en Vialidad y los fines de semana llegaba con toda su familia. “El venía enojado y me retaba. Yo tenía que servir a todos. No había descanso. Era un hombre malo y agresivo, le tenía miedo. Muchas veces lo denuncié en la comisaría de la zona, porque no me pagaba y me gritaba”, afirmó y dijo que jamás sucedió nada con esas presentaciones.
La directora de la escuela le regaló ropa para que fuera a la capital y un vecino, le dio el valor de un boleto. “Una mañana me levanté y fui. Buscaba la Secretaría de Trabajo, porque en la comisaría denuncié muchas veces y no le hacían nada. Vieron cómo trabajaba y sacaron fotos. Al otro día dejaron la notificación. Cuando se la entregué, me pegó. Me pegó tanto que me rompió toda la dentadura y quedé tirada en el suelo”.
Al poco tiempo, un amigo la convenció de dejar el lugar y cargó sus pocas cosas en una camioneta. “Me compró ropa y zapatillas. Yo soñaba con tener una Topper ¿Qué usaba en los pies? Estaba descalza o con zapatillas que me regalaban de otras personas. Él me acompañó a la Fundación María de los Ángeles. Conté todo y me dijeron que me iban a ayudar. La mente se me ha comenzado a despertar, antes sólo lloraba. Les pido que se animen a denunciar, hay personas que pueden ayudar y lugares donde ir. Si sé de alguien, lo acompaño. Me gustaría acompañar a otras víctimas. Te pintan bien bonito que vas a tener trabajo y después no hay nada. Antes soñaba con una casa y con que mis hijos tengan un plato de comida al mediodía. Voy cumpliendo”, aseguró con orgullo.
En el Programa de Asistencia de Víctimas gestionaron que Laura y otras víctimas fueran incluidas en el programa “Hacemos Futuro”. Ella lo califica como una “bendición”, porque podrá terminar la primaria y quiere aprender algún oficio. Con lo que percibe también se compró un freezer y planea vender achilata a sus vecinos. Pudo revestir su casa de ladrillos y levantar su propio horno de barro. No va a parar hasta cumplir todos sus sueños, prometió.