La primera transmisión radial pública

GABINETE DE RADIO HISTÓRICO. El alumno Desiderio Dode posa frente a uno de los aparatos del padre Cazes.  GABINETE DE RADIO HISTÓRICO. El alumno Desiderio Dode posa frente a uno de los aparatos del padre Cazes.
04 Septiembre 2018

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MANUEL RIVA - LA GACETA

La noche se presentaba calma. La temperatura acompañaba el cierre de una tarde cálida. Las calles comenzaban a despoblarse. Algunos rezagados que salían del teatro o de los bares comenzaban su retorno a casa. Los ruidos se iban apagando. Quedaba el acompasado paso de los caballos de carruajes o el menos común resoplido y traqueteo metálico de los pocos automóviles que había en la ciudad. Sin embargo, ese primero de septiembre de 1923 Tucumán incorporaba un adelanto tecnológico trascendental: se producía la primera transmisión radial abierta que podía ser recibida por aquellos que tuvieran los receptores correspondientes.

Las emisiones de nuestra primera “broadcasting” se realizaron desde la planta alta de la Sociedad Sarmiento. La estación y el montaje de los aparatos fueron obra de socios del Radio Club Tucumán: Ricardo Frías, el doctor Ricardo Bascary y Alberto González Acha.

Nuestra crónica de aquel histórico día expresaba: “la prestigiosa institución tucumana cuyos recientes triunfos la han colocado en lugar destacado entre sus similares, inició sus programas de conciertos selectos cuya realización constituye uno de los fines principales de la estación instalada en el edificio de la Sociedad Sarmiento”. En aquella misma noticia se destacaba que el transmisor era producto de la industria nacional y provenía de los “talleres de la Compañía Radio Telefónica Argentina”. Había sido vendido por la casa Guerrero y Gache de Buenos Aires. Todas las instalaciones de la estación y el montaje de los aparatos había sido proyectados y dirigidos por la comisión especial designada a esos efectos, compuesta por Frías, Bascary y González Acha.

Primer programa

El programa, que comenzó puntualmente a las 22, fue abierto por el director de la Sarmiento, Juan Heller, que habló de ese trascendental avance para la provincia y para la región. Aquella primera audición se completó con una serie de interpretaciones de prestigiosos artistas y aficionados a la música de nuestra comunidad. Hubo una decena de actuaciones que se inició con “Preludio de Chopin y Vals de Brahms” a cargo de la pianista tucumana Sarah Carrera.

Con sus palabras el doctor Heller, quien años después fue presidente de la Corte Suprema, se convirtió en la primera persona cuya voz pudo ser escuchada a través de una transmisión radial pública en nuestra provincia. La profesora Carrera fue la primera mujer e intérprete musical que fue escuchada a través de las ondas hertzianas en esta zona del país.

El violinista Heraclio Vivié interpretó Aires Rusos de Wieniawski. Luego se presentó el violonchelista Carlos Olivares con Réverie de Schumann y Gavotte de Popper. Al alcanzar la mitad de la programación, los tres músicos interpretaron Trío I de Mendelsshon. Tras ellos, Haydée Malmierca recitó el poema La vuelta de los vencidos de Luis de Oteyza y casi al finalizar la velada volvió al micrófono para presentar Romántica de Teodoro Llorente. De igual manera la soprano Irma Horrock intercaló sus actuaciones con los poemas de Malmierca. Horrock interpretó, en primer término, la canción mexicana Estrellita y casi sobre el cierre, Villanelle, de Eva Dell Acqua.

Aquella emisión histórica concluyó con la presentación de Delfín Valladares, que declamó su “Plenilunio rural”. De esta manera, el padre de los reconocidos folcloristas Rolando “Chivo” y Leda Valladares, fue quien le puso punto final a la primera transmisión pública de radio en Tucumán.

Estos programas se mantuvieron en forma regular. Se iniciaban a las 22 y estaban en el aire durante dos horas. Antes y después del horario de transmisión estos pioneros de la radiotelefonía interactuaban, con esos mismos equipos, con otros radioaficionados. De esta manera se ponía en marcha una nueva forma de escuchar música, ya que hasta ese momento sólo se podía hacer con fonógrafos y con orquestas en vivo.

Nuestros “locos de la azotea” emularon la primera transmisión radial Argentina que tres años antes, desde el techo del teatro Coliseo de Buenos Aires, Enrique Susini, César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica habían realizado el 27 de agosto de 1920, con la emisión de la ópera Parsifal. En Buenos Aires entonces había apenas 50 aparatos receptores. No sabemos cuántos había en Tucumán cuando se hizo la primera transmisión, pero aquellos pocos que pudieron escucharla vivieron un momento único e irrepetible.

Operación técnica

La crónica continuaba relatando: “el ‘estudio’ está construido cuidadosamente con grandes tapizados que impiden la resonancia y el eco, cuyos efectos son perniciosos en las transmisiones. Esta parte de la instalación es quizás la más delicada y en ella ha sido necesario tener presente todas las leyes de la acústica para lograr la mayor perfección posible en la reproducción de los sonidos”.

Además se informaba que allí estaban instalados los micrófonos especiales para música, conferencias, etcétera. Y la mesa del “anunciador”, que tiene a su alcance, además de la caja de interruptores, un teléfono directo que lo comunica con el operador. La línea de micrófonos tenía 50 metros de extensión y terminaba en dos “chokes” de radiofrecuencia destinados a impedir los efectos de reacoplamiento.

El operador controlaba la transmisión a la entrada de los aparatos de transmisión, a fin de ajustar convenientemente la corriente que pasaba por la línea de micrófonos y el volumen de los sonidos. La corriente una vez amplificada, “entra recién al equipo transmisor, cuyos tubos osciladores y moduladores irradian las corrientes que impresionan los teléfonos de las estaciones receptoras”.

“Un tablero de distribución de energía eléctrica y los equipos receptores completaban el conjunto de aparatos instalados en la casilla construida en la terraza del salón de actos, donde terminan también la bajada de la poderosa antena y la toma de tierra que ocupa una superficie aproximada de veinte metros cuadrados”, culminaba la detallada información de la transmisora.

Para oír los conciertos, explicaba nuestra crónica, bastaba un simple aparato con “detector a cristal cuyo precio varía entre treinta y cincuenta pesos, en el comercio y mucho menos si se los construye”.

La primera transmisión

La primera transmisión radioeléctrica de Tucumán tuvo lugar el 29 de junio de 1919. Fue en esa fecha que el sacerdote lourdista Juan M. Cazes, desde el Colegio Sagrado Corazón, donde vivía y enseñaba física, logró ser captado por otro pionero de la radiotelefonía tucumana, Ricardo Frías que tenía apenas 17 años, en su casa de calle Las Heras (hoy San Martín) al 400, actual sede de la FET, distante casi un kilómetro.

La historia dice que estas comunicaciones fueron preparando el camino para lo que vino después. Tras aquello según relata El Orden del 14 de octubre de 1922: “Luego de las más diversas experiencias que la época podía brindar -escribía el joven Ricardo Frías (h)-, con mi transmisor de apenas 5 vatios y el del Colegio Sagrado Corazón, construido en colaboración con el padre Juan M. Cazes, mantuvimos una conversación que fue oída en el tren El Rápido, que viajaba con destino a Retiro y estaba pasando por Ranchillos, a unos 35 kilómetros de esta ciudad”. El transmisor de cinco vatios construido por Frías comunicó con el tren a plena marcha; allí se había instalado una antena en el coche comedor a 15 cm sobre el techo.

Una coincidencia

Un juego del destino hizo que en aquel momento de 1923 los cines tucumanos exhibieran en sus pantallas una serie norteamericana titulada “El rey de la radio” (The Radio King). La producción, compuesta de 10 capítulos por entregas semanales, había sido estrenada en Estados Unidos hacia fines de 1922. El film dirigido por Robert Hill era protagonizado por Roy Stewart, Louise Lorraine, Sydney Bracey. Una síntesis de la historia señala que Bradley Lane (Stewart) era lo que solía llamarse un “detective científico”, alguien que usa la última tecnología para resolver crímenes. Su especialidad era la radio. Micrófonos, auriculares y escuchas telefónicas, algunos de los aparatos eran de su propia invención, formaban parte de su arsenal tecnológico. Se enfrentó al científico loco Marnee, el “Mago de los Electrones”, que era un agente soviético en silla de ruedas que planeaba conquistar el mundo. Marnee (Bracey) tenía varias armas avanzadas a su disposición, una de ellas era la poderosa “master wave” (onda maestra) que “puede anular la radio y la electricidad en todo el mundo”. Por su parte, Lane tenía un androide creado por él que usa para engañar a quienes lo querían matar. Finalmente, Lane triunfa y Marnee se vuelve más loco.

La propaganda de la película señalaba: “Cuenta a los fanáticos de la radio entre sus seguidores”. Otra publicidad hablaba de “la más novedosa acción en un thriller electrizante. Por primera vez la fascinante maravilla de la más popular cosa de nuestra era -la radio- es exhibida en un emocionante thriller”. La película fue considerada de ciencia ficción con ciertos elementos del policial americano. Como puede verse, Hollywood siempre incorporó en sus producciones lo último de la tecnología no sólo detrás de cámara sino también como tema de su filmografía y la radio no podía ser menos.

La producción original de la serie, una idea de Gerorge Bronson Howard, fue realizada para ser un radioteatro y ante la gran acogida recibida por los radioescuchas, Carl Laemmle la produjo para la pantalla grande. Pero como si fuera una broma, la película que relataba las peripecias del investigador que usaba la radio, o sea el sonido, para sus investigaciones, no podía ser escuchada por ser una producción para el cine mudo. En la actualidad la cinta no existe y se la considera desaparecida.

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