Carlos Cecilia (59) abre la puerta del horno y observa el interior con resignación. El túnel oscuro de cuatro metros de alto por 80 metros de largo lo demuele. En el centro de la fábrica, donde hasta hace sólo un par de meses se cocinaban 2.000 ladrillos por tanda a más de 860 grados, ahora hace frío. Y no está planeado que vuelva a hacer calor. “Hace frío hasta en el corazón”, confiesa el ex herrero de la cerámica Ameriplastes, que cerró a fines de junio luego de 25 años de actividad.
La caída de las ventas y la suba de los costos fueron los verdugos de la empresa ubicada en Ranchillos, a 24 kilómetros de la capital provincial.
Cecilia comenzó a trabajar en la fábrica en 2003. Hasta ese año había administrado un videoclub y un bar en Ranchillos. Los negocios se habían fundido por la popularización de la televisión por cable. Pero tuvo suerte. Al bar asistía seguido a tomar café Carlos D’Angelo, el dueño de la cerámica hasta el cierre. Un día D’Angelo le consultó qué sabía hacer. Cecilia le contestó que era soldador, y como al empresario le hacía falta una persona que trabaje de eso, fue invitado a sumarse a la fábrica.
Una vez dentro, el herrero fue el encargado de construir piezas para que el proceso de producción de ladrillos se automatice. Antes de él, se hacía todo a mano. El hombre construyó las zorras y las vías por donde circulaban esas carretillas con ladrillos. También preparó las estanterías donde se los almacenaba y se encargó del mantenimiento.
Cecilia ubica los “buenos años” de la empresa desde su ingreso hasta el 2015. Cuando habla del cierre lo hace con mucha nostalgia. Extraña trabajar en la fábrica -dice-, que está instalada en un terreno de casi dos cuadras de extensión. No es cualquier predio: en ese mismo lugar funcionó desde 1910 hasta 1966 el ingenio San Antonio de Ranchillos, uno de los 11 ingenios que cerraron en el 66 por decisión de la dictadura de Juan Carlos Onganía. La chimenea es lo único que actualmente quedó de aquella fábrica.
Dolores de cabeza
A partir de junio de 2016 la venta de ladrillos comenzó a caer, recuerda Cecilia. Al mismo tiempo aumentaban los costos: subían la luz, el gas y el precio de la arcilla, que es la materia prima para producir ladrillos.
La empresa Ameriplastes producía ladrillos huecos para paredes exteriores, de 8, 12, 18 y 33 centímetros. También ladrillos de techo, de 12 centímetros y medio. Sobre este último tipo, precisa: “éramos la única empresa de Tucumán que los fabricaba”.
“Lo triste fue cuando veías que se terminaba la materia prima (la arcilla). Cuando no quedó nada (de materia prima), se paró (la producción de ladrillos)”, explica. Cuenta que la empresa trabajó un año a pérdida hasta que la situación no dio para más.
El herrero explica que él y sus 44 compañeros que hoy están en la calle entendieron las razones que desencadenaron el cierre, que se llevó a cabo en buenos términos con el dueño. “Este hombre vendió propiedades para pagarnos el sueldo. Hasta incluso nos dio un predio atrás de un terreno para cada empleado de acá. Ahí vamos a construir nuestras casas”, cuenta con una mezcla de resginación y agradecimiento.
Luego de 15 años de trabajo, y estando a 6 años de jubilarse, el herrero tuvo que empezar rebuscársela con changas de su profesión. Todavía sigue yendo al predio donde está la fábrica para ayudar a cerrarla.
Cuando camina por ahí observa con detenimiento, cigarrillo en mano. Se pasea por los rincones del enorme galpón. Le duele que hasta las palomas, que hacían nido en el techo, estén abandonando la cerámica. Recuerda al detalle el paso a paso de la cadena de trabajo. Sonríe, aunque le cueste, cuando cuenta de las jornadas de trabajo con sus compañeros. La fábrica está desolada. Pero el herrero no pierde todas las esperanzas de que alguien compre la cerámica y pueda volver a trabajar.