Enjoyment and love (disfrute y amor). Enrique (Tzvika) Feldfogeld pronuncia esas palabras en inglés y en español para describir a su docente ideal. Aquel que ama y disfruta de lo que hace es capaz de transmitir esos mismos valores a sus alumnos, sin importar la edad y las circunstancias: Feldfogel sabe de lo que habla puesto que ha dedicado su vida a inventar juegos que puedan cautivar al que enseña y al que aprende. Así surgió el “Método Accelium” en Israel, un sistema educativo que en el presente es aplicado en más de 25 países, incluida la Argentina.
En una conversación telefónica desde Buenos Aires, ciudad en la que vivió de niño y antes de fijar domicilio israelí, Feldfogel defiende la necesidad de luchar con estrategicas lúdicas contra el tedio que invade las aulas. Si bien admite que la batalla es difícil y que el aburrimiento es un problema universal, se manifiesta convencido de la posibilidad de vencerlo. Está probado que el juego, además de entretener, sirve para brindar una educación de calidad, según Feldfogel, un licenciado en Ingeniería y Gestión Industrial que participó como orador en el IV Congreso de Educación y Desarrollo Económico desarrollado en la capital del país el 28 de junio pasado.
El origen del “Método Accelium” se remonta a unos ensayos pedagógicos con el ajedrez realizados durante la década de 1990. “Los maestros de ajedrez utilizan el juego como una herramienta de orientación que ayuda a sus estudiantes a desarrollarse tanto cognitiva como emocionalmente, y les proporcionan estrategias útiles que pueden ser aplicadas a varios problemas y ámbitos”, explica la página web (Accelium.com). A partir de la experiencia y de la introducción de otros juegos, la metodología fue evolucionando hasta convertirse en un producto de exportación, que incluso incorpora inteligencia artificial. Feldfogel asegura que todos estos desarrollos provienen de ideas muy viejas y, para reforzar ese concepto, “viaja” a la Grecia Antigua. “El docente debería ser como Sócrates: un generador de preguntas”, define.
-¿Cuál es la filosofía de su método educativo?
-En forma muy breve puedo decir que la mejor manera de aprender es por medio de una experiencia intensa. Los juegos logran interesar e involucrar a niños, adolescentes, empresarios y docentes, quienes, así, llegan a desarrollar habilidades de pensamiento. Los conocimientos adquiridos luego pueden ser transferidos a distintas áreas. Estas destrezas ayudan, por ejemplo, a resolver problemas y a ejercitar la tolerancia.
-Sus proyectos buscan aumentar la capacidad de pensar. ¿Cómo cree que se consigue esto?
-Es el punto clave. Hay docenas sino 200 teorías sobre el tema, algunas sin demasiado conocimiento del campo. Fueron elaboradas por escritores teóricos que nunca dieron una clase y que, por ello, no funcionan en la práctica. Nuestro método sí funciona. El “secreto público” es que utilizamos el juego de una manera comprobada. En cada movimiento o jugada hay que tomar una decisión. A partir de allí se puede entender concretamente un proceso abstracto y genérico. No considero que esto pueda ser considerado una innovación aunque entiendo que algunos lo vean así: lo central es que impacta positivamente en las vidas de estudiantes, de profesores y de empresarios en un gran número de países.
-Accelium predica que los chicos simplemente deben estar contentos con lo que hacen. ¿Cómo armonizar ese objetivo con la exigencia?
-Divertirse es esencial. La educación debería ser siempre placentera y, si no lo es, hay algo que no está funcionando. El esfuerzo y la exigencia están bien, y no son contradictorios con el disfrute. Siempre hay que estimular al estudiante, subir la dificultad, pero permitirle ir consiguiendo triunfos. Es, en definitiva, un equilibrio complejo
-¿Cuándo diría usted que la educación mata la creatividad?
-Hay muchísimas maneras de hacer las cosas mal. No sé si soy capaz de responder porque, insisto, hay una lista inmensa de posibilidades de matar la creatividad. Tal vez sería mejor reflexionar en forma inversa sobre cómo estimularla. Digamos que el maestro más antiguo que se conoce en esta materia es Sócrates. ¿Qué hacía? Generaba preguntas. Sobre esta base creo que un docente debería convertirse en un facilitador, un mediador, un Sócrates que formule interrogantes con fines pedagógicos, que genere preguntas cuyas respuestas produzcan más preguntas en un proceso de aprendizaje permanente hasta que el alumno se acostumbre a plantearse preguntas a sí mismo, con una mente muy abierta para asimilar respuestas diversas. Esto lleva, en última instancia, a que cada persona encuentre su Sócrates interior.