El partido terminó. La Selección está afuera de la Copa. Los franceses ya se marcharon rumbo al vestuario, felices. Quedan en la cancha los 23 argentinos, con los brazos en jarra. Algunos miran al cielo, otros al piso. Están aferrados a la cancha del Kazan Arena, conscientes de que es el último retazo de césped mundialista que pisarán en Rusia. En ese momento en el que todo es dolor e incertidumbre, una camiseta empieza a girar al viento. Son dos. Son cinco. Y de repente mil. “Es un sentimiento, no puedo parar…” cantan los hinchas. Los rusos miran incrédulos. Y después, cuando los jugadores finalmente entienden que es tiempo de decirle adiós al sueño, la gente los aplaude. No hay insultos ni reproches, al menos en ese instante congelado en el tiempo que ofrece la tarde del sábado. Los hinchas los aplauden y, recién entonces, emprenden la vuelta a casa.
Ellos ya ganaron
El de Rusia será para siempre el Mundial de la gente. Hubo miles de argentinos en torneos anteriores. En los tiempos del 1 a 1, como Estados Unidos 94 y Francia 98. En Alemania 2006 y en Sudáfrica 2010. Ni hablemos de lo visto hace cuatro años en Brasil, con la salvedad de que los partidos se jugaban tan cerca que hasta era posible llegar en auto. Pero esto de Rusia, con la distancia, con los costos, con los desafíos que planteaba un anfitrión al que se pintaba frío y hostil, hasta peligroso, desbordó toda lógica posible. Los hinchas fueron una fiesta en sí misma que fascinó a los dueños de casa desde el primer día. Pusieron tanto color, tanta pasión, que su partida significará un vacío enorme justo cuando la Copa ingresa en su fase decisiva.
En LG Mundialista narramos infinidad de historias. Las de familias que “perdonaron” las faltas de los chicos a clase con tal de hacerlos vivir el Mundial. Las de padres e hijos que se debían una aventura de esta naturaleza, mano a mano, abrazados, seguros de que son cosas que se comparten una vez en la vida. Las de parejas que decidieron hacer de su luna de miel un encuentro con la pelota. Las de grupos de amigos que organizaron minuciosamente, durante meses, el día a día del Mundial. Las de locos que se largaron a último momento, sin entradas, apenas con la ilusión de entender desde adentro qué es esto de la Copa del Mundo.
Hicieron todo por amor
Los hinchas se subieron a micros que dudosamente pasaron alguna verificación técnica. Contrataron combis manejadas por inmigrantes que de ruso sólo comprenden un puñado de palabras. Viajaron hacinados en vagones sin asientos, cerrados a cal y canto en pleno verano, o compartiendo literas de a dos o de a tres en camarotes multitudinarios. Durmieron en hostels, en barracones, en estaciones, allí donde la noche los encontró. Comieron lo justo y necesario, un festival interminable de pan y fiambre al paso. Y todo, todo esto, lo hicieron por amor.
El sentimiento por la camiseta del club es poderosísimo, pero algo genera la Selección en época mundialista que va más allá de eso. Es posible que la sequía de títulos sea el combustible para tanta pasión. Que la gente, advertida de que el fútbol nacional se acerca a los 30 años sin conquistas significativas de los mayores, se vea obligada a ponerle el pecho. Es difícil explicarlo. Hay una generación de argentinos que nunca vio a la Selección celebrar un título. Ese golpe a nuestra historia, que perdura y se extiende, también lo recibe la gente.
Lo cobardes de siempre
También pasó por Rusia la lacra de los barrabravas. Algunos, como los cobardes que patearon a un croata en el piso, fueron oportunamente deportados. Otros mantuvieron el perfil bajo y vieron los partidos desde ubicaciones VIP. Pero no es a ellos, los indeseables funcionales al poder, a los que vale la pena rescatar en este momento. Esta es la columna de los que lloraron, se angustiaron, aguantaron la respiración ante cada puñalada francesa y al final, en una conmovedora entrega de amor no del todo correspondido, aplaudieron al equipo.
Los poetas vienen escribiéndole al amor desde que el mundo es mundo. Algún bardo inspirado podría dedicarle odas al hincha que todo lo dejó, que corrió el riesgo de perder el empleo, que vendió el auto, que se endeudó con una maraña de préstamos, que quemó los ahorros y que puso en veremos las próximas vacaciones familiares. A un personaje capaz de amar tanto, a fondo, con la piel, ¿cómo no entregarle alguna simbólica y merecida Copa del Mundo?