Ocho minutos. Sólo ocho minutos para sentir que, tal vez, la Selección estaba para otra cosa. Ocho minutos de placer en un Mundial diseñado para sufrir. Ocho minutos, los que mediaron entre el 2-1 de Mercado y la maravilla de Pavard para el 2-2. Ocho minutos en los que Argentina estuvo en ventaja, tal vez con el partido a su medida que había salido a buscar. El espejismo se diluyó en sólo ocho minutos y la realidad, abrumadora e implacable, hizo de las suyas. Argentina llegó donde tenía que llegar en este Mundial que se acaba demasiado rápido, fuera del anhelado grupo de los ocho mejores. Es lo que somos.
El duelo con Francia fue un infierno. Un viaje por el desierto, a pie y sin cantimplora, engañados por esos ocho minutos de lagos y palmeras. Siempre estuvo a pedir de los franceses, que no sólo golpearon con autoridad, sino que en algunos pasajes se quedaron cortos. En el primer tiempo, por ejemplo, que Argentina terminó empatando gracias a ese fogonazo de iluminación de Di María. O en el segundo, cuando con todas las contras a disposición no terminaron de pisar el acelerador para golear. Si Argentina se mantuvo viva durante extensos pasajes del juego fue gracias a la propia Francia y al corazón que puso en medio del desorden.
El descalabro de mitad de cancha hacia atrás generó un par de deja vú. Con la misma facilidad que llegó Francia nos había ganado Croacia. Y también Nigeria, con la Selección a la carga, tuvo sus chances. La lectura, clarísima, es que la defensa jamás funcionó durante el Mundial. Los franceses lo aprovecharon jugando rápido, de primera, en esas estancias de terreno vacío que quedaban detrás de los volantes, con los zagueros desacomodados, a contrapierna, o corriendo a los rivales de atrás. Un regalo de reyes para Griezmann, Pogba y ese fenómeno llamado Mbappé, delantero modelo y modelo de delantero.
Por una cuestión numérica y posicional, el sacrificio de Mascherano y de Enzo Pérez fue inútil ante el trío Kanté-Matuidi-Pogba, figuras de buen pie pero también concentradas y solidarias para jugar cerca de su última línea, sin permitir que Messi encarase cara a cara a Varane y a Umtiti. Ellos recuperaron rápido y después era cuestión de tirarla larga para Griezmann y Mbappé. Así de sencillo resolvió Francia el partido de octavos de final.
Errores conceptuales
A Sampaoli la jugada de prescindir de una referencia en el área no le sirvió. El plan de vulnerar a Francia en velocidad con Di María y Pavón, y Messi moviéndose como falso nueve, naufragó porque Banega no asomó como creador de juego. Messi, absorbido por Kanté y por Matuidi, fue retrasándose hasta perder protagonismo. El equipo se desequilibró con facilidad, se fracturó por culpa de la precisión en velocidad de Francia, y no hubo plan B, más allá del lógico ingreso de Agüero, cuando la historia estaba casi sentenciada.
Antes del penal que abrió la cuenta (indiscutible, de Rojo a Mbappé), Griezmann había reventado el travesaño con un zurdazo de tiro libre. Después se produjo otra jugada al filo, que no resultó penal de Tagliafico por milímetros. Argentina caminaba por la cornisa, pero de pronto, ante la incredulidad general, Di María empató con una preciosura desde afuera del área. Y además el inicio del segundo tiempo fue de ensueño, porque Mercado (¿quiso sacar o poner el pie?) estableció el 2 a 1. Se iniciaban los ocho minutos de gloria, clausurados por el golazo de Pavard y arrollados por el doblete de Mbappé, jugador de la tarde. En el primero de ellos, el 3-1, la respuesta de Armani fue por demás floja. Antes había protagonizado un embrollo junto a Fazio que no derivó en gol francés de casualidad. Llamativo: ni Armani ni Pavón, los jugadores pedidos por los hinchas, estuvieron a la altura esta vez.
Fue curioso el epílogo, con el descuento de cabeza de Agüero -brillante asistencia de Messi- y una jugada en el último segundo en la que la pelota cruzó el área chica francesa. Hubiera sido más que un milagro, casi el nacimiento de un Mesías. Pero Argentina no estaba para eso. Demasiado fue con la dignidad de un solo gol de diferencia en ese resultado final inexorable por lo visto en la cancha.
Una vez más, la Selección no pasó de una conocida combinación de errores y voluntarismo. No debía esperarse otra cosa. Lo que hizo Francia fue, sencillamente, ponernos en nuestro lugar.