Revender. Su nombre es 600 dólares y su apellido puede variar dependiendo con quién está coqueteando. Generalmente, dice, lleva el de su padre, 1.000 y el de su madre, 1200. Esos son, a grandes rasgos, los números que manejan los amigos de lo deshonesto; quienes vayan a saber cómo disponen del menú completo de entradas para todos los partidos del Mundial. La FIFA ha denunciado este proceder de mafias que va contra la ley, pero acá en Moscú los que hacen negocio se limpian la cara con la denuncia. Ofrecen su carta de presentación en la misma puerta de acceso donde el hincha -que tuvo suerte y compró vía online- debe retirar sus tickets. O sea, en la mismísima puerta del local oficial de la FIFA. De no creer.
Los comerciantes lejos están de ser unos improvisados. Querés hablar en inglés, ellos te hablan; Querés usar el español, ellos lo hablan; y así tome nota del portugués, árabe, obvio que el ruso y hasta quizás alguno con recursos para tirar unas líneas en japonés. Profesionales. No usan traje ni corbata, más bien intentan mezclarse entre los hinchas que esperan por ingresar al lugar. Les gusta el dinero.
No es difícil llegar al centro oficial de retiro de tickets. Si están en la zona del anillo uno, enganchás el Metro 5, que es el del anillo, bancás cinco paradas desde Prospec Mira y llegaste a Dobryniskaya, estación que tiene a pocas cuadras de distancia el monumento a Eduard Streltsov, apodado el “Pelé” Ruso que terminó preso y sin Mundial de 1958, justo cuando ya era una revolución su fútbol.
Es algo confusa su historia. Fue condenado a 12 años a una prisión de Siberia por una supuesta violación a una joven de 20 años que él mismo confesó. Se dice, la vieja KGB lo presionó. Eran épocas difíciles en la Rusia soviética. Streltsov era un desertor en potencia, debido al interés de clubes franceses por llevárselo. Eso pudo haberlo sentenciado, que los capitalistas lo quieran. Después vino lo de la condena y su posterior desaparición como futbolista. Aún hoy es declarado el mejor futbolista de la historia de la Unión Soviética.
Si el régimen soviético aún regiría, quienes se pasean por la vereda de donde está el local de la FIFA también estarían en Siberia. La impunidad no tiene techo. Como quienes salen a pasear el caniche Toy, los revendedores hacen el ida y vuelta que los argentinos sueñan mañana de Cristian Pavón. Tiran diagonales. Recurren a su galería musical lingüística y ofrecen vender, primero, y comprar, después. ¿Cuánto sale Panamá-Túnez? “400 dólares, amigo”. Gracias, paso. Tengo Panamá-Túnez para vender, ¿a cuánto la compran? “Ese partido no vale nada, te doy U$S 50”. Cuervo.
El más hábil para hablar portugués tiene casi abrochada una venta importante, cinco tickets con asientos pegados unos a otros. Ganga. Pide U$S 600 a sus amigos brasileños, pero puede hacer descuento por cantidad. Los interesados dudan, ven bien los cartones pero les suena raro estar frente al local de la FIFA y que los buitres se muevan como se mueven. No hay trato. Puede fallar…
Los que retiran su ticket emprenden el regreso a casa, no sin antes también ser interceptados en el túnel que sirve de camino hacia la estación del metro, y desde donde uno buscará su rumbo. Con cartelitos pegados al cuello, invitan a la compra y venta. Ellos venden caro, compran regalado. Injusto.
Una vida de trueque
Entre los que están fuera del perímetro de ingreso del local de la FIFA sobresalen dos personajes. Son hermanos, de Buenos Aires. Están enfrascados en una misión, conseguir dos boletos de ingreso para el último partido de la Selección, el del 26 de junio con Nigeria, en el maravilloso estadio de San Petersburgo, quizás la ciudad más occidentalizada de todas acá en Rusia. Los chicos no quieren ganar dinero. Y eso que no tienen. Los chicos tienen una propuesta.
“Queremos cambiar Brasil-Costa Rica por Argentina- Nigeria, pero no encontré un brasileño que quiere cambiar. Hay muchos que prefieren ver a (Lionel) Messi antes que Neymar”, sorprende con su respuesta Mauro Jorge, el menor de la familia que está acá.
Leonardo agrega que tuvieron suerte con los tickets de Alemania- México, pudieron comerciarlos por Argentina-Croacia. “El único de la Selección que teníamos era el del debut con Islandia, espero que podamos estar para Nigeria. Hay que alentar a la Selección”, pide Leo, de 36 años y periodista deportivo. “hacía cobertura de Banfield, pero ahora no estoy trabajando”, claro, Leo está en Rusia con Mauro.
Intercambios
La cultura del trueque en los Estados Unidos, por ejemplo, supera ampliamente los U$S 1.000 millones al año en intercambios que le sirvan a uno y a otro. El precio y la valoración del producto, en determinados casos, deja de ser un impedimento. Para los hermanos Jorge sí lo es. “Por las entradas que tenemos nosotros acá nos quieren dar U$S 400 dólares por las dos, pero si queremos comprarles una de Argentina-Nigeria nos piden de U$S 1.000 para arriba. Es totalmente desleal”, se queja Mauro.
Lo que impacta a los Jorge es la decisión de los brasileños de cambiar a Neymar por Messi. “Les digo, ‘Brasil, Brasil, pentacampeón’, pero ellos me responden que Argentina es mejor. El sábado contra Islandia había muchos de ellos en la cancha. Increíble”, reconoce Mauro, que con su cartelito hecho con una caja de pizza (“era lo que teníamos a mano”), se suman a la pasarela del resto de los comerciantes. Los Jorge no suponen ser un peligro para los revendedores. No buscan dinero o hacer la deferencia. Simplemente esperan poder cambiar sus entradas. Todo sea por alentar a la Selección.