Notificando con vetos, desafíos y pintadas

Notificando con vetos, desafíos y pintadas

Todos se notificaron entre sí y se han resignado a lo inevitable: a que la crisis económica y social les marque la agenda y les haya hecho acelerar las definiciones políticas apuntando a los comicios de 2019. A unos, Cambiemos por ejemplo, la realidad los encuentra mal parados; tanto que desde el Gobierno nacional han tenido que salir a jurar que Macri irá por la reelección en un intento por renovar y recuperar la fe entre los fieles de la clase media que, según encuestas manejadas por la oposición, le han comenzado a dar la espalda y han empezado a dar muestras de fastidio. Se vieron en la obligación de lanzarlo al ruedo para dar señales de una fortaleza que hoy no es tal, tanto es así que tempranamente le están poniendo de “dos” en la fórmula presidencial a la bonaerense Vidal, que mide mejor que él. ¿Desde cuándo el acompañante fortalece y le garantiza “arrastre” al jefe? Esto sólo se puede explicar a partir del mal momento de gestión que atraviesa, el peor desde que asumiera.

En ese marco, el Presidente usó el veto anunciado desde hace semanas como un signo de fortaleza. Lo hizo en medio de la caída de su imagen y desde tierra “amiga”, la salteña, exigiendo responsabilidad a los gobernadores peronistas por los votos en el Senado. Mostró -o quiso mostrar- que es dueño de la iniciativa política, que puede abofetear a la oposición para retarla por su “mal” comportamiento. Sin embargo, la medida de que lo respetan menos y de que ya se le animan más que antes, porque ahora lo ven débil, la dio el propio Manzur cuando salió a retrucarle públicamente la inexistencia de tal irresponsabilidad y cuando terminó avalando al principal vocero del peronismo “racional” en el Senado: Pichetto.

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Inversamente proporcional

En las relaciones institucionales entre dirigentes sobrevuela una ecuación matemática que adquiere rango de verdad política: la fortaleza de uno es inversamente proporcional a la debilidad del otro. Se mueven y discursean en ese plano de creencias sabiendo que lo que hagan y digan será observado desde los alcances de este “principio” adaptado, por lo tanto cabe prestar atención a los gestos y a los discursos para entrever quién cree que es quién en esa relación matemática. Cabe observar, además, las reacciones de los entornos y de las militancias, porque lo que digan y hagan desnudará cómo se sienten respecto de la ecuación. En ese sentido adquiere significado lo que el jefe de Estado les pidió a referentes provinciales de Cambiemos: no dejarse influenciar por aquellos que siempre piensan que está todo mal. ¿Será porque son influenciables? ¿Porque son más los otros? ¿O porque la situación realmente está mal?

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Entonces, a partir de las imágenes comunicadas -rostros serios y de pocos amigos-, de las conductas asumidas y de los dichos anteriores y posteriores, ¿se fortaleció el gobernador tucumano frente al poder central? Por ahora se puede decir que sólo cumplió su papel como una pieza más dentro del engranaje del peronismo que se observa a sí mismo como alternativa electoral con chances para el año que viene. Estaba obligado a reivindicar las posturas justicialistas en el Parlamento y, fundamentalmente, a no contradecir a la figura principal que tiene el PJ no kirchnerista en la Cámara Alta. Lo que conversó con Macri sólo lo saben ellos dos, pero trascendió que con el ministro del Interior el intercambio de palabras fue tenso y menos elegante, tal vez producto de la confianza que se tienen y por la cual se animan a decirse lo que otros no se atreven. Un dato para no dejar pasar es que el macrismo reinstaló a Frigerio en el escenario, una señal evidente de que Cambiemos está necesitando de dirigentes políticos más conciliadores o dialoguistas con el peronismo, que son a los que generalmente se acude en tiempos de crisis. Aunque contra el aumento de las tarifas, la inflación y esta última suba de las naftas poco sirven las palabras para atenuar el malestar social. Muchos frentes tiene Cambiemos en el plano nacional.

Sin embargo, hay preguntas a hacerse sobre el encuentro. ¿Habrán conversado sobre los recursos que se necesitan para reactivar la obra pública en la provincia, y que han provocado advertencias de patrones y de obreros? ¿Uno le habrá exigido al otro el envío de los recursos comprometidos frente a la demostración de fuerza en el Congreso? ¿El otro lo habrá amenazado con hacerle “entender” a causa de la irresponsabilidad parlamentaria? El juego de presiones es inevitable, tanto como la bajada de aquel principio matemático hacia la acción política. La demanda de las empresas constructoras locales de avanzar con despidos y las advertencias de paros de la Uocra por la parálisis debieran obrar como un acicate para apurar un acuerdo inmediato entre el supuesto débil y el supuesto fuerte -sean quienes sean- porque de lo que finalmente se habla es del pan en la mesa de miles de familias de trabajadores.

La crisis debería acelerar los consensos y no las acusaciones, aunque en este país el juego nacional para sortear los problemas es apuntar siempre hacia las responsabilidades del otro. Nadie tiene culpas. Ya es tiempo de aprender a compartirlas; lamentablemente unos y otros, como lo dijimos al comienzo, han notificado que están mirando más hacia 2019 que hacia las dificultades del presente.

Es también lo que sucedió en la provincia el miércoles pasado, al mismo tiempo que en el Senado se discutía y se terminaba aprobando la ley sancionada en Diputados, y que luego sería vetada por Macri. Allí, en la Cámara Alta, Alperovich sorpresivamente usó de la palabra y, entre otras cosas, defendió su gestión como gobernador: “tuve 12 años de superávit y no le hice pagar a la gente humilde”. ¿Lo dijo para que lo escucharan por estos lares y para que no se olvidaran de su paso por el Gobierno?

No se puede dimensionar si estos dichos están enmarcadas en su propósito de tratar de disputar nuevamente la gobernación, pero ocurrió justamente cuando en el parque 9 de Julio sucedía un hecho significativo: en la reunión de Manzur y de Jaldo con comisionados rurales -en un restaurante del parque 9 de Julio cuyo nombre aludía la condición de estos delegados del interior- se mandaba a pintar “Manzur-Jaldo” por los pueblos. Declaraciones de guerra; de uno para que no lo olviden y lo tengan en cuenta, y de otro para que lo tengan presente para el futuro. Juego de palabras que no es tal.

También es una movida para determinar, en ese ambiente, quién es el fuerte y quién el débil. Porque si bien puede significar una forma de ordenar la propia tropa, o de encolumnarla, de lo que realmente se trata es de saber con quiénes se cuenta y con quiénes no. Una manera de contar los porotos propios, pero también de conocer los ajenos. Una treta muy peronista y demasiado antigua. Porque los obliga a definirse, a que digan con qué grupo van a estar.

Los que opten porque se repita la fórmula gubernamental actual en 2019 van a tener que escribirlo en las paredes, dejando una huella inconfundible para contabilizarla del lado de la dupla gobernante. Los que no lo hagan, ya sea por omisión, por olvido o porque no están convencidos o identificados, serán contabilizados para el lado contrario. Han “apurado” a los comisionados peronistas a dar un paso al frente. En la cadena político-institucional son el eslabón más débil.

Arma de doble filo

Habrá que salir por las rutas del interior para hacer las cuentas sobre los muros pintados, pero también a contar los despintados y los no pintados. Allí empezará a inclinarse la balanza. La batalla interna comenzará precisamente donde el peronismo es electoralmente más fuerte; en el interior. No es una movida al azar, sino premeditada, aunque de doble filo. Casualmente, la suma de los votos de las secciones II y III, este y oeste, son los que han ofrecido la diferencia de 100.000 boletas para imponerse a la oposición en los comicios de 2015.

¿Implica que Manzur ya ha decidido repetir al frente del Ejecutivo y que ha salido a enfrentar resueltamente a su mentor? Por ahora indica que ha resuelto salir a medirse, a observar las reacciones, a otear el horizonte, a determinar si los números le dan para salir a desnudar públicamente sus pretensiones.

El vicegobernador, en tanto, guardó un prudente silencio. Nada dijo sobre lo acontecido el miércoles en el almuerzo con los “rurales”. Por decirlo de alguna manera, su suerte también está atada a las pintadas, porque su apellido es el que tiene que aparecer en las paredes detrás del de Manzur. El tranqueño no es de los que se quedan quietos esperando que los acontecimientos se produzcan por generación espontánea, pero seguro también estará contando y viendo como resuelven jugar esos “porotos”, observando las movidas del contrincante; porque, como se suele señalar entre los que no quieren que los agarren desprevenidos: el otro también juega.

Se ha diseñado estrategias desde el oficialismo; ahora las piezas tienen la responsabilidad de decidir dónde instalarán, si en el lugar de las blancas o el de las negras. Sin estridencias ni definiciones políticas en forma pública, en el peronismo tucumano comenzó la lenta pelea por la conducción del espacio oficialista. Cuando los platillos de la balanza se terminen inclinando, los que resulten victoriosos podrán decir que todo comenzó en un encuentro con empanadas por la zona rural.

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