"No me puedo sacar los gritos de la cabeza; cierro los ojos y escucho la explosión"
“No me puedo sacar los gritos de la cabeza. Cierro los ojos y escucho la explosión y la gente que corre y se desespera por salir. El polvo que va cayendo e invade todo”. Bárbara Pérez trabaja en un local a media cuadra de la esquina de Buenos Aires y 24 de Septiembre. “Todo era un caos. Iba a la farmacia que queda pasando el edificio que se derrumbó y nunca pude llegar. Las ambulancias ni el carro de bomberos podían acercarse a la zona porque la Buenos Aires está hecha para que pase un solo vehículo. Muchos tuvieron que levantar los autos a pulso, entre varias personas, y ponerlos en la vereda para que la emergencia pudiera llegar para socorrer a las víctimas”, cuenta la testigo.
A las 20.20, el centro estaba lleno de gente. Esa misma tarde pero más temprano, Bárbara había visto descender a alumnas del colegio Santa Rosa de un transporte justo frente al edificio que después se terminó desplomando.
“Me salvé de milagro; si daba un paso más, me caían todos los ladrillos encima; casi muero”
“Esa tarde llego a la esquina de Buenos Aires y 24 de Septiembre y escucho un ruido como una explosión. La gente que gritaba, el polvo empezó a volar y cubrir todo. Todos estábamos descolocados, no sabíamos qué pasaba. Una señora me agarra de la cintura para que yo no siga caminando directo hacia donde se produjo el derrumbe. La gente retrocedía corriendo enloquecida. Los autos chocaban entre ellos porque frenaban y chocaban al de atrás”, recuerda Bárbara, que desde entonces ha quedado impresionada y pensativa. “Me ha servido para saber que uno cree que todos los días son iguales y sin embargo no sabes si mañana volvés a tu casa”.
“Las impericias ponen en riesgo la vida”
Asustada después de ver todo eso la joven relata que volvió al negocio y allí se encuentra con una clienta llorando a mares porque su hermana había ido a buscar a su hija al colegio y no le contestaba el celular. “Le tuvimos que dar un vaso de agua para que se pudiera calmar un poco”, cuenta. “De pronto me quedé pensando en la señora que tenía un puestito de venta de praliné y que siempre le compraba para mis tres hijos”, dice. Otro testigo contó que la señora que vende en la calle no había ido a trabajar ese día.
Tucumán sin preparación
En el poco tiempo que estuvo Bárbara en la esquina de 24 de Septiembre pudo ver el desorden producido por el escaso espacio que tienen los conductores para maniobrar. “Había un auto que estaba destruido por los cascotes que le habían caído encima. La gente lo levantó a pulso y lo puso en la vereda. Una camioneta de la Policía hizo marcha atrás sobre la 24 de Septiembre y chocó a una señora y a otro auto. Además al principio habían traído excavadoras para sacar los escombros y después se dieron cuenta y empezaron a sacar los ladrillos con la mano. Mucha gente se sumó a ayudar”, dice. “Todo era muy lento y las ambulancia no podían pasar. Llegó a haber tres filas de autos”.
“Era desesperante, no sabíamos si había más víctimas debajo de los escombros”
“Pero lo más llamativo fue la gente invadiendo el lugar y desesperada por sacar una foto y filmar con los celulares el desastre. La Policía le pedía por favor que haga silencio, pero la gente no se daba por aludida. Había más de 200 personas en las cuatro esquinas, tratando de ver qué estaba pasando y de meterse sin importantes nada”, critica.
“Cuando pasaba por ahí me cruzaba de vereda”
“Siempre me cruzaba de vereda porque sabía que ese edificio en cualquier momento se podía caer. Cuando voy a comprar el Telekino, tengo que pasar por frente del ex Parravicini. Pero las últimas veces le veía que el techito tipo alero que tenia estaba inclinado”, cuenta Hilda Fernández, vecina de Buenos Aires al 200. “Muchos edificios antiguos deben ser revisados, como por ejemplo el de la Buenos Aires y Las Piedras, por Buenos Aires. Tiene una grieta que cuando llueve se filtra el agua”, afirma.
“Ese día me desocupé antes de que ocurra todo”
Roque Vergara trabaja hace 40 años en la esquina de Muñecas y 24 de Septiembre vendiendo LA GACETA. “Siempre paso por la vereda de ese edificio para venir aquí, pero por suerte ese día me desocupé antes de que ocurra todo el desastre. Pero pensaba en la señora Juana, que vende praliné por ahí cerca. Después me enteré de que no había ido a trabajar ese día pero que había mandado al nieto. El changuito se corrió y no le pasó nada”, dice el gacetero solidario.