El sprint final de Manzur

Los movimientos recientes permiten aventurar que Juan Manzur arrancó el sprint final para buscar su reelección dentro de 15 meses. A partir de la crisis nacional que arrincona al macrismo, el gobernador se muestra más movedizo e inquieto que de costumbre; incluso, transmitiendo la sensación de sentirse más a gusto con el rol que le toca ocupar.

Que la Casa Rosada haya posado sus ojos en Tucumán por la reunión de gobernadores peronistas fue, seguramente, el guiño que esperaba Manzur para mostrarse revitalizado. El tucumano venía de un golpazo difícil de sobrellevar. El nuevo procesamiento en su contra dictado por el juez Claudio Bonadio por presuntos sobreprecios y cartelización en el Plan Qunita le había devuelto la imagen de extrema debilidad. Por eso, haber sido anfitrión de sus pares justicialistas justo en el momento de mayor flaqueza de Mauricio Macri le dio oxígeno para encarar las semanas de muñequeo político que afrontará el país.

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Rodeado de dos presidenciables, como Juan Schiaretti y Juan Manuel Urtubey, el tucumano logró que el mensaje se escuchara en Olivos. Desde aquí, los gobernadores justicialistas dejaron en claro que no aceptarán que la Nación los coparticipe en la reducción del déficit fiscal y que las consecuencias, buenas o malas, del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional deberán ser asumidas exclusivamente por Mauricio Macri. En Buenos Aires tomaron nota del tenor del mensaje, al punto que el viceministro del Interior, Sebastián García de Luca, reconoció que en Cambiemos habían interpretado la cumbre tucumana como un paso hacia la constitución de una alternativa de poder para 2019. A modo de devolución de gentilezas, le recordó a Manzur que ellos también trabajan para la consolidación de un espacio que le compita en Tucumán el próximo año.

Manzur se inmiscuye en la rosca nacional porque delega en el vicegobernador, Osvaldo Jaldo, el cuidado de las trincheras locales. Y el tranqueño aprovecha esa libertad de acción que le depara la ausencia del gobernador para presionarlo, desde la gestión, a tomar distancia del senador José Alperovich. Justamente, mostrar los contrastes entre los 12 años de alperovichismo y los primeros cuatro del ex ministro de Salud parece ser el eje sobre el que transitará lo que resta del mandato. Una muestra clara es la apuesta del Gobierno por capitalizar la lucha contra el narcomenudeo. Encuestas en mano, Manzur y Jaldo diagramaron la creación de un área específica en la lucha contra el narcotráfico. Pero esa oficina resulta absolutamente innecesaria si no hay herramientas legales para que la Policía de la Provincia pueda entrar a los barrios. La repentina discusión en la Legislatura no se focaliza sólo en apurar a los siempre reticentes miembros del Poder Judicial, sino en una cuestión de oportunismo político. El tándem Manzur-Jaldo entiende que, sin obras para presumir y con una crisis económica que amenaza con estacionarse un tiempo más, presentarse inflexibles en un asunto tan sensible para la sociedad puede darles un plus. Es una apuesta arriesgada que Alperovich nunca quiso asumir y con resultados inciertos; sin embargo, parten con la ventaja de que sólo podrán compararlos con la inacción que los precedió.

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De sopetón, las preocupaciones de la Casa Rosada cambiaron radicalmente. De acicatear a los gobernadores a sancionar las leyes que les pidieran y de instalar temas de debate en el Congreso, el macrismo pasó a contar los billetes en el día a día. Manzur se ha percatado de esa nueva realidad, y por eso en el oficialismo local hasta se jactan de que no hay apuro ni necesidad aún de avanzar con la reforma política. A destiempo como casi siempre, los referentes locales de Cambiemos pretenden presentar en público esta semana su proyecto integral de cambios electorales e institucionales, que incluirá limitaciones extremas al acople y Primarias Abiertas. La respuesta del peronismo, a ambos asuntos, será negativa: cada día que pasa, en la Casa de Gobierno están más convencidos de que no deben tocar el régimen de acoples. La tijera oficial llegaría sólo a los partidos municipales y comunales y, a lo sumo, el peronismo aceptaría replantear el órgano de fiscalización electoral.

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