Pasaba muy poco en el estadio “Nicolás Leoz” antes de “esa” jugada. Pero muy poco. Casi nada. Libertad y Atlético aburrían a un estadio que -como muy pocas veces en la historia- tenía más hinchas visitantes que locales. Pero sucedió.
Un pelotazo largo y cruzado como el de Frank de Boer a Dennis Bergkamp, en los cuartos de final del Mundial ‘98. Así de doloroso para Atlético, como lo fue para Argentina en ese momento. De izquierda a derecha, como un puñal que cruza desde la clavícula hasta el centro del torso.
Lo clavó Salustiano Candia y Antonio Bareiro terminó de asestarlo. En los momentos previos, Gabriel Risso Patrón se durmió y Alejandro Sánchez debió salir atolondrado a cortar. Tarjeta roja para él y sin descanso, sin previo aviso, ni saludo Fair Play, comenzaba otro partido. El resultado de ambos partidos sería el mismo: 0-0 y Atlético lograría su épica misión: avanzar en la Copa.
Franco Pizzicanella tuvo su propia hinchada en un sofá de la calle Libertad
En ese nuevo partido, en el que pese a que siguió sin ocasiones reales de peligro, el “Decano” sufriría hasta el último minuto. No sólo había un jugador menos en su equipo para ese nuevo partido, sino que había ingresado el cuarto arquero de la plantilla. Franco Pizzicannella, un juvenil con un currículum llenado sólo con partidos de la Liga tucumana, hacía su debut absoluto en la Copa Libertadores. Y justo en el partido que podía darle al equipo del que es hincha, una histórica clasificación a octavos de final.
Por Atlético, sus hinchas van a todos lados
Ese fue el escenario desde los 42 minutos del segundo tiempo. Ricardo Zielinski, expulsado ante Peñarol, que estaba sentado en la tribuna hecha “palco” en el modesto estadio del “Gumarelo”, se tomaba la cabeza. Le explicaba cosas a Miguel Abbondándolo, amigo suyo y dirigente. Le gritaba otras tantas a Emmanuel Depaoli, su ayudante y reemplazante en el banco.
Leito, feliz: Zielinski le dio el “sí”
Cristian Lucchetti, acompañando a la delegación y sentado en el mismo sector que el “Ruso”, llamaba a “Pizzi”, que calentaba a un costado. Unos consejos del “Laucha” para el joven y a la cancha.
Todo era parte del nuevo partido. Esos nervios no estaban y a partir de ahí estuvieron. Y no se movieron. Se quedaron en las entrañas de todos los que estaban relacionados a Atlético en el estadio.
En ese nuevo partido no había delanteros para Atlético. El punto era lo que necesitaba y no quería saber nada más con nada. Adiós Leandro Díaz, adiós Luis Rodríguez. Hola volantes. Hola nervios, otra vez. Porque seguían ahí.
Y seguirían hasta el final; 97 minutos de poco fútbol pero con 58 de angustia para Atlético. Angustia que se transformaría en alegría tras el pitazo final de Wilton Sampio. Sufrió como siempre pero se clasificó a los octavos de final de la Libertadores como nunca.