MISCELÁNEA
EL ESTEREOSCOPIO DE LOS SOLITARIOS
J. R. WILCOCK
(La Bestia equilátera - Buenos Aires)
Macedonio Fernández imagina en sus Papeles de Recienvenido el posible argumento de una novela donde sus personajes viven apaciblemente al margen de la guerra, indiferentes a las ocupaciones, a las descargas de obuses y fusiles, de los fusilamientos y las bombas, amparados por el azar, hacen su vida normal y tranquila en una granja del sur de Francia o de Italia.
En El estereoscopio de los solitarios, Rodolfo Wilcock ensaya, no con menos éxito que maestría, una rara especie de novela donde sus personajes nunca se conocen, nunca interactúan o dialogan, porque simplemente la soledad los habita o los retiene. Así, análogo a aquella imaginación de Macedonio, en este libro no es la guerra la que queda al margen de la historia, sino la interacción, el roce social, la posibilidad de compartir los universos propios, íntimos.
Claro que, ciertamente, estos personajes, estos solitarios, son tan humanos como puede serlo un centauro que sufre el frío en su torso y no en su mitad equina, y que pinta acuarelas surrealistas y naturalezas muertas; o un ángel que se ofrece como prostituto en la costanera pero cuya ausencia de orificios sexuales provoca que los clientes se enojen con él, a pesar de sus demostraciones de levitación angélica, o un vanidoso cuya piel trasluce sus órganos y los muestra satisfecho.
En El estereoscopio de los solitarios, algo a primera vista sugiere un conato de alegoría, una similitud con las fábulas de Esopo, un tinte que recuerda las pesadillas ingeniosas de Kafka, pero su lectura devela otra clase de originalidad, de belleza, de compleja genialidad. Temas mitológicos, históricos, cotidianos y acaso teológicos se mezclan maravillosamente con conceptos científicos pertenecientes a la física cuántica o a las teorías literarias de mediados del Siglo XX para conformar un universo único de inquietudes literarias felizmente, amablemente resueltas.
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César Di Primio