Surrealismo judicial

La Justicia Federal tiene que abandonar la impostura. Léase dejar de hacer de cuenta que investiga. No lo dijo Lilita Carrió, sino el propio juez porteño Ariel Lijo en su debut oficial en Tucumán como secretario general de Ajufe, corporación de magistrados melliza de la fundada en Brasil hace más de 45 años. Los juzgadores argentinos no ocultan que, al menos en la superficie, quieren parecerse a los del Lava Jato. Se acordaron de ellos en 2017, cuando Sergio Moro ya era una leyenda y Comodoro Py, una maldición. ¿Puede haber una puesta en escena en el actor que convoca a terminar con la puesta en escena? Si algo fue falso, fingido y engañoso también puede serlo lo contrario de ese algo. El elenco es el mismo, sólo hay otro libreto: un “contraguión” inspirado en circunstancias políticas y humores sociales renovados. Cambian las audiencias y el nombre de la obra, los personajes se mantienen.

Como si librara una contienda imaginaria con sus críticos, Lijo anticipó que nada iba a variar si variaban los protagonistas. “El problema es sistémico”, anunció al público congregado este jueves en el salón de actos de la sede de Congreso y Las Piedras para capacitarse con los directivos e integrantes de Ajufe. Por si quedaran dudas, añadió que reemplazar al que investiga es “una pavada”, y que lo difícil era remodelar los mecanismos y procedimientos. En otras palabras, los jueces no son responsables de la impunidad del crimen organizado sino parte necesaria de la solución. El fuero penal de la Justicia Federal se siente del otro lado del mostrador. Los años allí adentro (15 para Lijo, más de 30 para el camarista tucumano Ricardo Sanjuán) no han transcurrido en vano. Perplejo ante este discurso crítico sin autocrítica, un príncipe del foro opinó que a los Tribunales les sucedía lo que a los contratos de locación de larga duración: de tanto perdurar, los inquilinos se comportaban como propietarios.

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Después de admitir que la caja de herramientas a disposición de los magistrados no servía para desbaratar bandas sofisticadas (pero sí para atrapar arrebatadores de gallinas) y que los allanamientos solían llegar demasiado tarde -otra puesta en escena-, Lijo, el showman de Comodoro Py, sacó de la galera la metáfora del inodoro. Ni Marcel Duchamp, el artista del mingitorio, lo hubiese imaginado. Pero ahí estaba: acodado en el estrado solemne, el juez alabó la eficacia del retrete, y cómo este cumplía su función silenciosa y consuetudinariamente. Sin ruborizarse, Lijo propuso imitar el modelo sanitario en la Justicia para que fuera indiferente quién accionaba el botón. El mismo orador que hacía unos segundos había afirmado que no servía de nada sustituir a los actores proponía, segundos después, su lisa y llana anulación. En ese punto se detuvo, justo a tiempo de que el inodoro se tragara a la Justicia Federal, con él incluido.

Pero la idea escatológica ya había penetrado en la platea atraída por la posibilidad de informarse sobre la lucha contra los narcotraficantes, como indicaba el programa. Fue precisamente Claudio Maley, el ex gendarme ascendido a ministro de Seguridad de la provincia, quien la retomó al final de las exposiciones de la judicatura. Sentado al lado de su colaborador y yerno de Sanjuán, José Farhat, Maley pegó sus labios al micrófono, y dijo que cuando todo debía funcionar -tan bien- como la mochila del inodoro, la preocupación pasaba por quién había iniciado el expediente, por a quién estaba dirigido este y por quién hablaba con quién. No precisó a qué actuaciones y autoridades se refería, lo que añadió niebla y misterio a la revelación. Y cuando relataba los esfuerzos que hacía el Gobierno provincial por rehabilitar a los presos, Maley agregó que había que aumentar la presencia de fuerzas de seguridad nacionales en Tucumán. Lo dijo al pasar, en un rapto de bussismo, sin especificar por qué. Pero sus palabras no pasaron inadvertidas por el contexto -había agentes antidrogas presentes en el recinto y batalla de clanes en la vereda- y por el hecho de que el ministro está a cargo de la Policía local. Si se demandan refuerzos de afuera, es porque lo propio resulta insuficiente o anda mal. ¿Qué sucederá si el auxilio externo no llega? El interrogante se impone.

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La apelación al Poder Ejecutivo Nacional ya es una constante cuando de los males vernáculos se trata. Siempre es otro el que está en falta. Fiel al frontalismo que viene cultivando, Sanjuán, anfitrión de la jornada en su carácter de vicepresidente de la región Norte de Ajufe, disparó contra el pasado. Según su criterio, las mafias avanzaron mientras la Justicia Federal apagaba los incendios generados por las sucesivas emergencias y vaivenes económicos del país. El camarista tucumano aseguró que a él no le sorprendía la proliferación de bandas delictivas. Sanjuán siempre está más allá: ¿será esa capacidad para adelantarse y atacar primero la que hace que algunos lo vean como posible candidato a gobernador? Aunque reiteró que el retroceso del Estado es monumental, el patriarca avisó al auditorio que no planea darse por vencido. Aseguró que, tres décadas después de haber llegado a la institución, su pasión sigue intacta. Otra ratificación de que la obra de la Justicia Federal podrá experimentar modificaciones, pero las figuras permanecen.

Cuando el fiscal federal general Gustavo Gómez levantó la mano, los panelistas ya se estaban retirando del estrado. Obligados, volvieron sobre sus pasos. Luego de jactarse de ser el primer integrante del Ministerio Público que hacía sentar a los jueces, Gómez les preguntó por qué no querían “soltar el chupetín” de la investigación de las causas penales (la delegación a los fiscales sigue siendo optativa). Mientras Lijo sonreía, el magistrado cordobés Abel Torres desmintió que la reticencia obedeciese a la defensa de una cuota de poder, y explicó que sólo los asustaba la hipótesis de descontrol y los eventuales excesos de los funcionarios encargados de acusar. “Hay una esquizofrenia judicial”, había diagnosticado el fiscal. En voz baja, un asistente que todavía no digería la alusión al inodoro, rectificó la hipótesis psiquiátrica de Gómez. “Es surrealismo”, murmuró atravesado por el asombro y el espanto.

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