Fallida historia del Congreso de 1816

Fallida historia del Congreso de 1816

Se encargó el trabajo a Paul Groussac, quien lo rechazó en una cáustica nota dirigida a la Comisión Nacional.

PAUL GROUSSAC. “La hora de la apoteosis no es la de la crítica”, manifestó a la Comisión. PAUL GROUSSAC. “La hora de la apoteosis no es la de la crítica”, manifestó a la Comisión.

Es sabido que para los argentinos, empezando por los porteños, el único Centenario que quedó resonando en la historia es el del 25 de mayo de 1810. Cuando cinco años después debía celebrarse el del 9 de julio de 1816 las cosas eran completamente distintas. Hemos recordado varias veces que se retaceó el lugar que a Tucumán le correspondía en los festejos. No se le dieron los fondos necesarios (a última hora, la Nación entregó a la Provincia 200.000 pesos, menos de la mitad de lo que Tucumán, en medio de su penuria, había ya afectado de su presupuesto). No se centralizaron en Tucumán las ceremonias. No vinieron el presidente de la República, ni su gabinete, ni las representaciones diplomáticas, ese día, a la ciudad histórica.

Las fiestas tuvieron, por eso, un tono mucho menor del que había imaginado razonablemente el gobernador, doctor Ernesto Padilla. Este, de todos modos, había hecho lo imposible para darles -dentro de esas dificultades- el máximo brillo y la mayor dignidad. En su discurso del gran día, el gobernador no pudo menos que insinuar su desencanto ante el ministro de Instrucción Pública, Carlos Saavedra Lamas, único representante del Ejecutivo Nacional.

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La Comisión

Otra cosa hubiera sido si viviera el presidente Roque Sáenz Peña -comentaban los tucumanos de entonces- atribuyendo a celos de salteño la reticente actitud de su sucesor en la Casa Rosada, Victorino de la Plaza. Y no faltaba quien hallaba la raíz del asunto en la anécdota de que, siendo joven, el veterano presidente solterón había sido rechazado por una tucumana a la que pretendía…

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Pero, de cualquier manera, por decreto nacional del 11 de marzo de 1914, se constituyó la “Comisión Nacional del Centenario”, que presidía el ministro del Interior, doctor Miguel S. Ortiz. Eran, contando el ministro, diez miembros, entre los cuales estaban tres tucumanos: el teniente general Julio Argentino Roca -quien moriría el 19 de octubre de ese año- y los senadores nacionales doctor Manuel I. Esteves y don Brígido Terán.

Proyecto de libro

Empezaron las sesiones de la Comisión Nacional, que serían como las de todas las comisiones: salteadas y enredadas en asuntos minúsculos, sin decidir nada. El gobernador Padilla, en cambio, quería que los fondos nacionales, además de costear los festejos, se invirtieran en algo realmente perdurable. Y, cultor de la historia como era, se le ocurrió que la Comisión debía contratar a un historiador de nota para que escribiera la gran historia del Congreso de la Independencia.

Con ese propósito, se le ocurrió inmediatamente el nombre de Paul Groussac, ese “tucumano de adopción” que “nunca perdió su avecindamiento”. Nadie parecía más capaz que el maestro franco argentino para confeccionarlo. Había vivido en Tucumán durante más de una década (1871-83), cuando todavía sobrevivían testigos de “los días grandes”: pudo conversar con ellos y empaparse del paisaje y del ambiente social y hasta edilicio que los rodeó. Era, además, el autor de la primera obra integral sobre nuestro pasado: aquel “Ensayo histórico sobre el Tucumán”, tan elogiado por Nicolás Avellaneda, que abría la voluminosa “Memoria descriptiva” de 1882.

Paul Groussac

Padilla hizo la gestión por carta, ante Paul Groussac, y logró que este aceptara en principio y hasta le enviase un esquema. Mientras, en Buenos Aires, empujaba en el mismo sentido el doctor Esteves. Otra misiva de Padilla a Groussac, de octubre de 1914, era optimista. Ya había recibido el esquema y, al mismo tiempo, la noticia del Congreso -transmitida por Esteves- le hacía pensar que en breve la Comisión Nacional dictaría una resolución que encargase formalmente el trabajo a Groussac.

“Percibo -le decía Padilla- todo el interés que le dará (al libro) con su dominio del asunto y con su disciplina mental, con los nuevos documentos que puede hacer conocer. A mi vez, me siento muy complacido de contribuir a ofrecer a mi provincia (usted ha de justificar mi punto de vista tucumano) la oportunidad de que un nombre tan respetable como el suyo y vinculado al primer estudio histórico que de ella se ha hecho, sea llamado a presentar el estudio definitivo del acontecimiento de 1816”. Acontecimiento que “por muchos motivos deseamos que reciba plena luz ante la posteridad. Y agrego a esto el sentimiento personal, que comparto con los tucumanos que tienen motivos para recordarle en nuestra sociedad, con respetuoso afecto”.

La negativa

Pero hubiera sido raro que en un asunto donde intervenía Groussac no se suscitaran problemas. No era el docto director de la Biblioteca Nacional una persona fácil. Mucha gente llevaba en la piel los moretones de algunos de sus escritos, donde con tanta independencia enjuiciaba el “medio saber superficial y parasitario”, que consideraba “uno de los peores males del intelecto argentino”.

Así, cuando se planteó en la Comisión Nacional la posibilidad de que se le confiase el libro, no faltó quienes formularan ciertos reparos: además, es francés, no argentino, dijo alguno. Aunque la Comisión dispuso finalmente encargarle el libro, la objeción deslizada sobre la nacionalidad será suficiente para que Groussac resuelva no aceptar, derrumbando la ilusión de Padilla y de Esteves.

A fines de octubre, Groussac se dirige a la Comisión. Acusa recibo del encargo y lo rechaza en una nota cáustica.

Unas precisiones

“Entiendo -dice- que en la misma sesión se dio lectura de la carta que días antes había dirigido al señor senador doctor Manuel I. Esteves, manifestándole que, ante las objeciones de algunos miembros de la Comisión, desistía del pensamiento que, a instancias suya y del señor gobernador de Tucumán, doctor Ernesto E. Padilla, había aceptado”.

Había considerado que esa resolución era “de las que, como ciertas sentencias del jurado, requieren, para ser moralmente valederas, la unanimidad”. Habiendo “persistido, en la sesión a que se refieren estas líneas, la actitud reservada de la minoría, podía limitarme a fundar en ello mi resolución, hoy definitiva, de no admitir aquel encargo”. Pero, agregaba, “creo responder mejor a la honra que la Comisión me ha dispensado, exponiéndole, en pocas palabras, otras razones que después de reflexionar detenidamente en el carácter y exigencias de la obra proyectada, me deciden a no intentar su ejecución”.

“Soy francés”

A continuación, Groussac reafirmaba la más fuerte faceta de su carácter: esa imposibilidad de pintar retratos relamidos y complacientes, que le acarrearía tantos problemas. “Por lo angustioso del plazo señalado y su riguroso vencimiento a la fecha del Centenario, se infiere claramente que no se trata, en la mente de la Comisión, de un estudio meditado y realizado con criterio de historiador, sino de un escrito de circunstancias: un cuadro apologético del Congreso con apoteosis de sus miembros y magnificación de sus resultados. Así las cosas, debo reconocer lo bien fundado de la objeción principal que, prescindiendo del sentimiento desdeñable que la inspirara, se ha formulado públicamente contra mi designación: para pronunciar tal panegírico, sin reservas ni matices, padezco, en efecto, el vicio inveterado -que hoy más que nunca reivindico como una gloria- de ser francés”.

Apoteosis y crítica

Apreciaba “el impulso de noble simpatía que ha movido a mis distinguidos amigos Padilla y Esteves hacia el viejo maestro que bosquejó en su juventud ese ‘Ensayo sobre Tucumán’, cuya desenvuelta insuficiencia fue acogida con harta benignidad por el jurado de 1882. No levantó aquel las objeciones actuales, sin duda porque -sobre ser gratuito- se detenía en lo pasado, orillando apenas la selva espinosa de lo presente en la que, como allí mismo decía en una imagen dantesca, cada hachazo dado en un tronco le arranca un grito de humano dolor”.

Consideraba que “sí tanta resistencia encontraron hace algunos años mis honradas críticas a la obra célebre de Alberdi, ¿qué acogida merecería una apreciación poco entusiasta, aunque benévola en la forma, de aquellos honrados congresales, generalmente animados de excelentes intenciones -incluso los artiguistas- pero al fin medianos, y los más altos de ellos, como Paso o Serrano, intelectualmente muy inferiores a Alberdi? La hora de las apoteosis no es la de la crítica, y para retratar a los hombres conviene dejar que se disipen las nubes del incienso oficial”.

“Non possum”

Terminaba: “en la alternativa, Señor Presidente, de defraudar la confianza puesta en mi trabajo, o apartarme para merecerla de la sinceridad y rectitud de criterio que han sido la norma de mi vida, prefiero abstenerme”. Creía que otros ejemplos eran los que debía a sus discípulos. No quería dar, a la vejez, “tan triste epílogo a una existencia de labor y probidad. Non possum”.

Pocos días después, el gobernador Padilla escribía a Groussac. Respetaba los motivos de su renuncia, pero la lamentaba profundamente.

“Yo esperaba tranquilo el resultado de sus estudios definitivos sobre el Congreso y los congresales, y mis sentimientos de argentino no habrían de haberse resentido porque los hombre aparecieran inferiores a la obra que tenían por delante. Tal vez este contraste fuera motivo de mayor orgullo patriótico, ya que vemos una Patria formada por manos no muy hábiles… Pero lo que V. nos hubiera dicho, habría tenido el sello de la verdad y de la seriedad que necesitamos y que estamos obligados a ofrecer a cada generación…”

Otras páginas

Así, la obra quedaría en proyecto: no la ejecutó Groussac y la Comisión Nacional no lo reemplazó. Pero sobre el gran suceso de 1816, el maestro dejaría ese bello texto que, publicado primero en “La Nación”, se editaría luego en el tomito de 54 páginas, “El Congreso de Tucumán”, dedicado “a la memoria de mis primeros amigos tucumanos, Nicolás Avellaneda, Delfín Gallo, Manuel y Sixto Terán”, en 1916. El gobernador Padilla, el mismo año, las reimprimiría en folleto con el sello de la Provincia.

“Puedo valorar -decía la última carta citada de Padilla a Groussac- la pérdida que sufrimos con su renuncia. He de agregar que siento con ella una impresión de derrota: me parece que son los resabios de ese pasado de ignorancia que tanto nos empeñamos en destruir, los que se han hecho escuchar en algunas publicaciones de la prensa y en algunas discusiones de la Comisión que han producido este resultado”.

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