Se debe combatir con firmeza la contaminación sonora

Se debe combatir con firmeza la contaminación sonora

Bocinazos, escapes libres, excesivo volumen de altoparlantes que sale de los negocios, los gritos de los vendedores ambulantes, la publicidad callejera con megáfonos, el estrépito en las obras en construcción, las manifestaciones que recorren casi a diario el centro con a paso redoblado al compás de redoblantes y de las bombas de estruendo. Desde hace años, San Miguel de Tucumán se ha vuelto una ciudad estrepitosa, en la que una buena parte de sus habitantes le falta el respeto al prójimo. El 12 de abril pasado, se recordó el Día Mundial de la Contaminación Acústica, que tiene por objetivo general concientizar sobre el daño que ocasiona la polución sonora.

Caminar en las horas pico por las calles del centro, como Santiago del Estero, entre Avellaneda y la plaza Alberdi; Crisóstomo Álvarez, entre La Rioja y Entre Ríos; Monteagudo, entre Crisóstomo Álvarez y Santiago del Estero, o en la General Paz, entre Jujuy y Monteagudo; Salta, Jujuy, Córdoba, puede resultar un martirio para el transeúnte. Los constantes embotellamientos llevan a los indolentes conductores a prenderse de la bocina, como si esta pudiera lograr inmediatamente la reanudación del tránsito. Parece obvio que si hay 10 autos delante del propio que no avanzan, es porque alguna razón lo impide, no por voluntad propia, pero ello pareciera difícil de entender en muchos automovilistas.

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Durante la intendencia de Roberto Avellaneda, en diciembre de 1966, entró en vigencia la ordenanza N° 661 sobre los ruidos molestos. En el artículo 5° se prohibía el toque de bocina durante las 24 horas y esta solo se justificaba en forma excepcional para evitar accidentes; se exceptuaba a ambulancias, bomberos y la policía que en casos de urgencias podían usar la sirena moderadamente. La norma que legislaba con severidad sobre los otros ruidos, se respetó curiosamente durante varios años hasta que poco a poco la costumbre se fue relajando y en 1978, se volvió a establecer la prohibición de ruidos innecesarios o excesivos originados por vehículos. En la década de 1990, el estruendo de los bocinazos conquistó la ciudad. En julio de 1996, la Municipalidad recordó que seguía vigente la ordenanza 266/78. Pero la escasez de controles y las sanciones poco severas permitieron que la falta de acatamiento.

Según la Organización Mundial de la Salud, lo máximo que puede soportar un ser humano son 70 decibeles. A partir de esa intensidad y hasta los 80 dB, se pueden producir daños físicos y emocionales. Por ejemplo, 90 dB es el sonido de las sirenas de ambulancias; 100 decibeles produce el motor de un colectivo en mal estado al frenar, y el martillo mecánico; 110 dB aguanta quien baila en un boliche o los que emite una moto; 120 dB generan los parlantes traseros de un automóvil a alto volumen; 130 dB produce un trueno, a 600 metros a la redonda, y 140 decibeles produce un jet antes de despegar.

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En el microcentro, donde a diario suceden embotellamientos, los automovilistas suelen expresar su impaciencia o malestar tocando y aturdiendo a los demás. Para los inspectores municipales sería muy fácil sancionar a los automovilistas o colectiveros que expresan su malestar tocando bocina y aturdiendo a los demás, porque como consecuencia del atascamiento, no pueden moverse de su lugar. Otro tanto podrían hacer en esos momentos con los motociclistas que circulan sin casco.

En pro de la salud y del respeto por el otro, se debería actualizar la ordenanza y aplicarla a rajatabla. Si las autoridades municipales lo lograron hace 52 años, significa que no es imposible educar a los conductores y proteger a los ciudadanos.

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