La cena con la que el plantel festejó el histórico triunfo, el primero de un equipo argentino en La Paz en 48 años, fue en el vestuario del “Hernando Siles”. Nada de glamour, candelabros ni servilletas de tela. Fue una especie de vianda que algunos necesitaban horrores y que otros no podían siquiera ver.
No es que el club haya escatimado en gastos, todo lo contrario. El plantel viajó en un vuelo privado ida y vuelta y se alojó en un hotel cinco estrellas. La cena en el vestuario era una mezcla de continuar lo que habían hecho en el partido contra The Strongest y no salirse de un estricto plan de regreso a casa, marcado por el charter que los esperaba para depositarlos en Tucumán. Sándwiches, frutas y algunas galletas integrales aparecían cuando se abría la cajita feliz de los “Decanos”. Algunos se abalanzaron sobre ella, cansados por el desgaste. Otros, en cambio empezaron a padecer los efectos de haber jugado a más de 3.500 metros de altura sobre el nivel del mar.
Aún así, en plena comida, las camisetas comenzaron a revolearse. “Gracias a los jugadores, a los huevos que ponen para ser campeón”, entonaron en el vestuario. Javier Toledo, autor del gol del triunfo, estaba exultante: subió una foto a su cuenta de instagram con todos los “comensales” mientras se aplicaba la mascarilla conectada a un tubo de oxígeno. Todo un símbolo de lo que significa jugar en La Paz para un equipo argentino.
Andrés Lamas también podía darse instantes de felicidad. Era algo así como un desahogo después de haber perdido a su suegra, Inés, ese día. Él a su suegra, pero su esposa a su madre, claro está. “Tenía que honrar a la mamá de mi mujer. Era una oportunidad y la aproveché”, contó el defensor, que tomó la situación con la inteligencia emocional necesaria. O en realidad con la que le surgió en ese momento, que suele ser la correcta.
Luego de la cena, el equipo debía subir hasta los 4.000 metros para llegar al aeropuerto El Alto. El viaje partió algunas cabezas de los jugadores, que aún así escucharon cumbia durante los 40 minutos de trayecto. Hasta allí, no había cánticos ni dedicatorias más que las que habían hecho en el vestuario.
El éxtasis volvió para cuando la delegación esperaba en sala de preembarque. LG Deportiva informó a Cristian Lucchetti del segundo gol de Libertad, sobre la hora. “¿Lo empató?”, preguntó el arquero. Cuando se enteró de que era el gol del triunfo (se había quedado en el 0-1), el del 2-1, volvieron a explotar. Era el resultado que los dejaba virtualmente segundos. En realidad Peñarol lo está, pero con la derrota, sólo la diferencia de gol lo pone por encima de Atlético.
Mario Leito no estaba tan atento al resultado del partido de Asunción, al menos no hasta que se subió al avión, sino a una pastilla que le calme el dolor de cabeza. Otros escogieron el mate de coca, un remedio más natural que la píldora “sorochi”, presentada en el aeropuerto mismo como “la pastilla que combate el mal de altura”. Esos dolores se fueron casi como por arte de magia una vez aterrizados en Santa Cruz de la Sierra, el llano. Era una escala necesaria para cargar combustible.
La mayoría se sacó las camperas que los siete grados en la Sede de Gobierno boliviana obligaban a usar. Los 27 grados centígrados del lugar donde hicieron base, así lo requerían. Mucho más si en Tucumán, a una hora y 45 minutos de allí, los esperaba una temperatura similar. O al menos una mucho más cercana a la de Santa Cruz que a la de La Paz.
Lo que le siguió al aterrizaje en el “Teniente Benajmín Matienzo”, a las 3.30 de la mañana de ayer, no fue más que un desfile de jugadores, completa y entendiblemente cansados después de un día movidísimo. Movido e histórico. Un día que seguramente tendrá otra cena para festejarlo.