Aquí no hay dos iguales. Ser diferente gusta. Por eso, hay cabida para los tímidos que apenas se dejan ver; los extrovertidos que apabullan; los ancianos inmóviles; los pequeños meticulosamente alistados. Cada cual con su propio atuendo. Todos caben. Para ser exactos, en el Jardín Botánico de Horco Molle hay 240 especies de árboles y arbustos. Toda esa diversidad se reproduce en las 89 hectáreas que lo conforman y convierten en uno de los jardines más grandes de la Argentina.
Además, se han contabilizado 184 especies de aves; 57 especies de hongos, líquenes y musgos; 40 especies de hierbas y 33 especies de mariposas. Pablo Quiroga recita esos números a la perfección. El biólogo habla, enseguida, de los ocelotes, hurones, corzuelas, comadrejas y zorros que, tras una lluvia, dejan sus huellas en el barro. El jueves pasado, él y Juan Pablo Juliá -el director de la Reserva de Horco Molle, donde se encuentra el jardín- recibieron a una comitiva internacional encabezada por el suizo Joachim Gratzfel, director de los programas regionales de Botanic Gardens Conservation Internacional (BGCI, por sus siglas en inglés), y por la francesa Florence Guillaume, directora de la fundación botánica de Klorane.
La BGCI es una red global de jardines botánicos. El laboratorio Klorane se dedica a la fabricación de productos provenientes de plantas; su Fundación procura proteger y revalorizar los patrimonios vegetales de las diferentes regiones. Además de los europeos, la delegación incluyó a Graciela Barreiro, la gerenta operativa del Jardín Botánico Carlos Thays, de Buenos Aires.
Los objetivos centrales de la visita -explica Juliá- pueden reducirse a la búsqueda de financiación para proyectos de investigación y a un intercambio de experiencias. “Esto forma parte del proceso de creación de nuestro jardín. Necesitamos vincularnos con otras instituciones, para abrir nuevas puertas”, añade.
Las plantas son vida
La mañana ha tocado extrañamente calurosa para abril. El sol calienta desde arriba. Abajo, en el seno del jardín, la vegetación revienta por todas partes. Y esa exuberancia es lo primero que causa impresión en la retina de los foráneos. “Esto es interesante. Yo manejo un lugar que empezó de la nada y se hizo bosque. Aquí, sucedió al revés. Tenían el bosque y decidieron hacer un jardín”, observa Barreiro. Luego destaca la importancia de dotar al entorno de obras de infraestructura, como el patio de gradas o la laguna artificial que, a juzgar por el avance de las obras, pronto tomarán forma. Además, elogia el empeño puesto para recuperar las plantas nativas, a fin de competir con las exóticas.
Mientras la ingeniera dialoga con la prensa, un grupo de estudiantes de escuelas de Yerba Buena escucha a los guías decirles que ese rincón alberga una enorme biodiversidad que, en ocasiones, es ignorada. La francesa Guillaume los observa. Habla su idioma e inglés. Igual, parece comprender el castellano. Y ella misma se expresa en un lenguaje que es una mezcla de miradas, gestos y palabras. Es como si los conservacionistas tuviesen una jerga universal que los hermana.
“Las plantas son vida. Y estas plantas existen únicamente en este ecosistema. Debemos proteger la vegetación endémica en vías de extinción. Para eso, es importante educar a las nuevas generaciones”, expresa.
También el representante de la BGCI -la red que nuclea a unos 3.500 jardines botánicos en el mundo entero- menciona la significación de conservar los entornos autóctonos. “Si la flora original se acaba, ya no habrá más. La vegetación nativa tiene un valor importante; cumple una función”, subraya.
En detalle
La reserva es un área protegida que pertenece a la Universidad Nacional de Tucumán (UNT). Sus instalaciones le fueron cedidas a la Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo. Se encuentran ubicadas en el Parque Sierra San Javier, también propiedad de la UNT. Desde su inauguración, a fines del año pasado, el jardín botánico pasó a ser el tercero de Tucumán, junto al de la Fundación Miguel Lillo y al de la Facultad de Agronomía y Zootecnia.
El arquitecto y paisajista Oscar Chelela se ha propuesto el desafío de lograr que este jardín sea accesible a las personas con capacidades diferentes, al menos en un tramo. De hecho, para ellos se conservó un bosque de araucarias, puesto que esas hojas pinchudas proporcionan información para ciegos. Además, han propiciado el diseño de un laberinto, con senderos que se ramificarán y formarán un uturunco, que es un personaje mitológico andino.
Al frente de ese laberinto se encuentra el profesor de biología animal Daniel Dos Santos, quien dirige la tesis de la alumna Natalia Dávalos. Actualmente, la Municipalidad yerbabuenense financia la construcción de un anfiteatro natural, donde planean realizar actividades artísticas y culturales.