Hiperconsumidos

“La industria publicitaria nos anima a gastar dinero que no tenemos, en objetos que no necesitamos, para impresionar a gente que no soportamos”.

El joven holandés Rutger Bregman (30) acaba de publicar una obra sociológica magnánima titulada “Utopía para realistas” (Barcelona, Ediciones Salamandra, marzo 2017).

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Magnánima por la rigurosidad de la investigación y la frondosa documentación que la respalda. Magnánima por su enfoque político revolucionario, fáctico y contrafáctico a la vez, original y obvio al mismo tiempo. Magnánima porque clava el puñal de caza hasta el hueso de la presa, sin concesiones ni tibiezas, sin tediosos protocolos ni panegíricos a los que nos tiene acostumbrados la demagoga y somnífera retórica política actual.

Bregman no nos invita a pensar, nos empuja a pensar, nos obliga a pensar. Y a hacerlo colectivamente. Está loco.

En tiempos de una patológica dispersión multitarea (multitask), de una automatización robótica en la que saltamos de Tic en Tic -que bien podrían ser Tecnología de la Información y la Comunicación o también Trastorno Involuntario Compulsivo-, detenerse a pensarnos desmoldados, a debatirnos sin origen y sin futuro, es realmente un acto subversivo. Y si encima en la era del híper individualismo debemos hacerlo colectivamente, es casi terrorista.

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Algo no me cierra

Bregman aborda su tesis con un enfoque paradojal, con muchas similitudes con la teoría que poco antes había planteado el israelí Yuval Noah Harari en su gran obra “Homo Deus: Breve historia del mañana” (Barcelona, Editorial Debate, septiembre 2016). Homo Deus es, a su vez, una continuidad del mega bestseller de Harari, “Sapiens: De animales a dioses”, publicado en hebreo y en inglés en 2011 y traducido al castellano y a otros 30 idiomas en 2014.

Ambos coinciden -y así inician sus trabajos- en que nunca antes la humanidad estuvo mejor que ahora. Y allí la paradoja. “Hoy vivimos en el mejor de los mundos conocidos”, afirma Bregman, tras lo cual cita una larguísima lista de datos y estadísticas comparativas entre los distintos momentos del hombre en el planeta.

Como por ejemplo:

*Hace medio siglo uno de cada cinco niños moría antes de cumplir cinco años. Hoy, uno de cada 20.

*En la década del 60, el 40% de los niños no iba a la escuela. Hoy, menos del 10%.

*El coeficiente intelectual aumenta de tres a cinco veces cada 10 años, gracias a la nutrición y a la educación moderna.

*Tal vez por eso hoy somos mucho más civilizados, al punto de que la década pasada fue la más pacífica en la historia de la humanidad, en términos de muertos en guerra y en combate.

*Según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Oslo, el número de víctimas de guerra por año ha descendido el 90% desde 1946. También los asesinatos, los robos y otras formas de criminalidad.

*En Europa, la tasa de criminalidad es 40 veces inferior a la Edad Media.

*En los últimos 30 años más de 1.000 millones de personas han salido de la pobreza extrema y la esperanza de vida se ha duplicado en tan sólo 100 años.

*En 1965, el 51% de las personas sobrevivía con menos de 2.000 calorías diarias. Hoy sólo el 3%. Y nunca antes tanta gente tuvo acceso a agua potable en el mundo.

Y luego continúa con el empleo, los ingresos per cápita, la salud y las enfermedades, la pobreza, las vacunas y un largo etcétera de mejoras innegables.

¿Qué nos pasa entonces?

Está claro que el capitalismo ha producido enormes y tangibles beneficios a la humanidad, que aún no acabamos de dimensionar, del mismo modo que ha generado un generoso catálogo de nuevas pestes, que tampoco terminamos de reconocer ni magnificar.

Entre los 70 y los 80, cuando el triunfo del libre mercado a nivel global empezaba a impactar de lleno en nuestras vidas cotidianas -en EEUU y en Europa unos años antes- comenzaron a surgir nuevos problemas cuyas consecuencias aún hoy no comprendemos.

El híper consumismo, el individualismo exacerbado, la excesiva competitividad, el estrés, la manipulación mediática y publicitaria, el materialismo, la disolución de la familia como núcleo tradicional, el fin de las utopías (sueños), la explosión de las adicciones a drogas legales e ilegales, la ultradependencia tecnológica, la desigualdad, la ambición desmesurada y la especulación por sobre la producción, entre otras patologías, son algunos de los “nuevos valores” que impuso el capitalismo a nuestras vidas.

Hace un siglo nuestra principal preocupación era alimentarnos. Hoy, en términos porcentuales, nadie roba por hambre.

Según un estudio de la Universidad Estatal de San Diego, detallado en “Utopía…”, hubo un gran aumento de la autoestima desde los 80. A simple vista y con los nuevos valores esto parece bueno pero…

La generación actual, por ejemplo, se considera más lista, más responsable y más atractiva que nunca.

Es una generación en la que a todos los chicos se les ha dicho “vos podés ser lo que quieras, porque sos especial”.

“Nos han criado con una gran dieta de narcisismo y cuando nos sueltan al mundo, nos estrellamos”, concluye el holandés, nacido en Westerschouwen, una ciudad costera ubicada al suroeste de Holanda, en una isla que forma parte de los terrenos ganados al mar. Toda una metáfora en la formación intelectual y humana de Bregman.

Ansiedad y depresión

El mismo estudio de la estatal de San Diego compara que los niños de los 90 padecían la misma ansiedad que la que tenía un paciente psiquiátrico en la década del 50. Y 20 años después, es decir hoy, mucho más que los locos de los 50. Impresionante.

Según la Organización Mundial de la Salud, la depresión se ha convertido en el principal problema sanitario entre los adolescentes y llegará a ser la primera causa de enfermedad en todo el mundo, en 2030.

En los 50, según el mismo informe, el 12% de los chicos se consideraba una persona especial. Hoy, más del 80%. Mientras, se lamenta Bregman, le achacamos una y otra vez a este individuo hípernarcisista problemas colectivos, como el desempleo, la insatisfacción o la depresión.

Fronteras borrosas

Este escenario de consumo superindividualista en un contexto de exclusión y desigualdad extrema es una bomba de tiempo. Hoy cualquier persona puede llevar hasta $ 50.000 en bienes en una mochila, mientras camina como si nada junto a otro chico que está descalzo, limpiando parabrisas en un semáforo. Las consecuencias son previsibles.

Y en un territorio pequeño como Tucumán, donde la ostentación vive a media cuadra de la marginalidad, los resultados son los que ya conocemos.

Según el Indec, Tucumán encabeza el ranking nacional de delitos contra la propiedad y somos la segunda provincia argentina con más robos con violencia (porcentual). Pero la violencia no es sólo marginal, porque estas “ansiedades”, “depresiones” y frustraciones actuales trascienden a las clases. Basta ver cómo se comporta la clase media/alta y el nivel de violencia que exterioriza en el tránsito, en la cola del súper o del banco, en los espectáculos, en los estadios…

“La política se ha diluido hasta convertirse en la mera gestión de problemas. Los votantes cambian su voto no porque los partidos sean muy diferentes sino porque es casi imposible distinguirlos”, advierte Bregman.

La política aparece entonces como una competición de carreras, no de ideales. “Lo vemos también en el ámbito académico, donde todo el mundo está demasiado ocupado escribiendo como para leer o demasiado ocupado publicando como para debatir”.

Pareciera que lo único que importa es lograr más y más objetivos, más audiencia, más dinero, más estatus.

Afirma el holandés que “la calidad está siendo reemplazada por la cantidad” y que ahora sólo vale ser tú mismo, hacer lo tuyo. “La libertad puede ser nuestro ideal más alto, pero se ha convertido en una libertad vacía”.

Entonces, bombardeamos 24 horas a los chicos diciéndoles que si no tienen determinadas zapatillas no son nadie, que si no viajan a tal parte no existen, que si no consiguen tal moto o auto son “losers” (perdedores) y después nos hacemos los espantados cuando toman un arma y masacran un colegio o te matan por un celular.

Este es el nuevo mundo que debemos pensar y debatir, sin prejuicios, sin egoísmos, sin partidismos, sin fanatismos enceguecidos y tontos que sólo aportan más confusión.

Pretendemos resolver nuevos problemas posmodernos con argumentos de la modernidad. Y por eso chocamos y chocamos contra una pared.

Bregman dimensiona muy claramente lo confundidos que estamos: “Si un partido político o una secta religiosa tuviera siquiera una parte de la influencia que la industria publicitaria tiene sobre nosotros y nuestros hijos, nos sublevaríamos ya. Sin embargo, como se trata del mercado, permanecemos neutrales”.

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