Que la inocencia les valga a los que pensaron que ya habían quedado atrás los tiempos de las rencillas entre los líderes del PJ. Las pintadas que aparecieron en paredones hacia el sur y hacia el este de Tucumán dan cuenta de que el “huracán” no deja de soplar, aunque a veces busca esconderse detrás de algún arco iris (como el boleto estudiantil para el interior) o de alguna tormenta (como la ola de inseguridad). Osvaldo Jaldo volvió a agitar el tablero con una tímida pero contundente muestra de interés por conducir el peronismo tucumano. El mensaje de las paredes con su nombre junto a la del ex alperovichista, ex canista y ahora jaldista Hugo Balceda llegó fuerte y claro para los que frecuentan la renovada sede de Virgen de la Merced: el vicegobernador no cesa en su lucha por, mínimamente, mantener por cuatro años más el lugar que actualmente ocupa.
Es impensado que Balceda -tendría un contrato en la Legislatura- haya utilizado la brocha sin el aval del titular de la Cámara como para blanquear sus intenciones. O al menos para instalar esa posibilidad. La jugada de Jaldo no es ni tibia ni inocente ni tímida. Muy por el contrario, arrincona tanto a José Alperovich como a Juan Manzur.
A favor o en contra
Si el vicegobernador pugna por la presidencia del PJ, lo hará nada más y nada menos que para disputarle el poder al alperovichismo, hoy encarnado en la actual titular del partido Beatriz Rojkés. Intentar destronarla es lo mismo que mojarle la oreja al hombre que condujo los destinos de la provincia durante tres períodos consecutivos. Respecto de Manzur, no tendría otra alternativa que salir a favor o en contra, de uno u otro, y con ello se vería obligado a dejar de lado el eterno coqueteo y definirse por alguno de ellos.
Por supuesto que para cuando se deban renovar autoridades en el justicialismo podría estar definida ya la lista que peleará por la gobernación y la vicegobernación.
Sin embargo, la movida de Jaldo podría significar que algunos adelanten los tiempos, que otros comiencen a avizorar con mayor claridad quién piensa en jugar hasta el último y que culminen definiéndose las lealtades (o las traiciones).
El manual que el oficialismo utilizó en los últimos comicios enseña que hasta marzo siempre llegaron con las postulaciones definidas. Así sucedió en 2015. En ese mes recién se blanqueó la fórmula sucesora del ahora senador, luego de cientos de especulaciones y de ilusiones truncas para muchos.
Como para evitar que alguno de sus “socios” Manzur o Alperovich se altere -más aún-, adláteres del presidente de la Legislatura salieron a susurrar en los oídos adecuados que su jefe estaba “muy molesto” con la campaña que había lanzado Balceda porque en las pintadas no aparece el nombre de Manzur. Bien jugado.
“El peronismo va a llegar unido. Vamos a ponernos de acuerdo”, había dicho el vicegobernador la semana pasada en “Buen Día”, el programa de LG Play. Había sido cuidadoso y había hablado bien de Juan y de José, aunque también se había dado tiempo para decir que él no tenía tiempo -valga la redundancia- para tomar un café con el senador.
Desconcertados
Mientras los tres líderes se revuelcan en esta suerte de Guerra Fría, los dirigentes discuten y vaticinan posibles resultados con posiciones tan disímiles como las que se establecen cuando se discute sobre si saldrá o no campeona del mundo la Selección argentina. Ello provoca una suerte de estado de levitación en vastos sectores y líneas internas del peronismo. Los muchachos no saben para dónde tirar y se impacientan por la falta de definiciones. Como dijo Jaldo en la entrevista televisiva, el peronismo siempre arregla y llega unido a los comicios. Pero los justicialistas necesitan siempre un líder claro al cual seguir. Poseen una capacidad propia de los vampiros, pero no para oler sangre sino poder. ¿Dónde irán a buscar ese potente aroma?