Un arqueólogo recupera la vida cotidiana azucarera de entre las ruinas de un ingenio

Un arqueólogo recupera la vida cotidiana azucarera de entre las ruinas de un ingenio

Fernando Villar será el primer doctor en Arqueología Industrial de la Argentina. Huellas del siglo XIX tucumano.

-FERNANDO VILLAR.-  LA GACETA / FOTOS DE FRANCO VERA.- -FERNANDO VILLAR.- LA GACETA / FOTOS DE FRANCO VERA.-


la fábrica
fue fundada por Baltazar Aguirre en 1834Aguirre compró en Londres la moderna maquinaria originaria, en sociedad con Justo José de Urquiza, pero el negocio no salió muy bien. En 1847 Evaristo Etchecopar lo relanzó. Para 1880 contaba con la más moderna tecnología disponible y se realizaron importantes ampliaciones edilicias, que incluyeron una refinería. En 1901 pasó a integrar la Compañía Azucarera Tucumana. Después del cierre, en 1966, funcionó allí una fundición. 

Además de derribar un imaginario equivocado, Fernando Villar hará historia en la ciencia tucumana: su tesis doctoral, en entusiasmado proceso, será la primera en el área de la arqueología histórica industrial. “Sí, es cierto: la gente suele asociar la arqueología al pasado muy remoto; y no sólo la gente ‘común’; hasta nuestro plan de estudios lo hace”, reflexiona.

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Fernando tiene su sede oficial de trabajo en el Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES), dependiente del Conicet y de la UNT. Pero el lugar “de verdad” es el predio del ex ingenio Lastenia, uno de los tantos que murió como tal en 1966. Son 11 hectáreas donde quedan como testigos (que gracias a los trabajos de investigación como el de Villar están dejando de ser mudos) más de 30 edificaciones, muchas de ellas en ruinas, desmanteladas y, en muchos casos, saqueadas. “Y pensar que hasta 2000 casi todo estaba en pie...”, cuenta apenado.

-SALA DE ACOPIO. Allí (futuro museo) se cargaba el azúcar en el tren. 

Junto con los actuales propietarios del lugar, con ex trabajadores del ingenio, con la comunidad de Lastenia, con la Provincia y con el municipio, el ISES arma un gran proyecto de rescate que incluye (pero no se agota allí) un museo de sitio. Pero eso es material para otra historia.

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Fuentes no escritas

Volvamos a la tesis pionera. Con la dirección del arqueólogo Salomón Hocsman y la subdirección de Daniel Campi, director del ISES, Fernando trabaja, con materiales encontrados en un pequeño sector del predio -“por ahora”, cuenta y recupera el entusiasmo-, en tres ejes: producción, cotidianidad y disciplinamiento.

“Esto no es prehistoria. Por supuesto que hay muchas fuentes escritas; pero ya sabemos: la historia la escriben los que ganan... -reflexiona en lo que fue parte del canchón del ingenio-. Por otro lado, los hallazgos en el terreno permiten confirmar, complementar o cuestionar, según el caso, la documentación escrita”.

-LA CASA. Alrededor de ella y bajo su control se organizaba el espacio. 

Una de las ideas es poder recuperar lo que los textos no cuentan: cómo era la vida cotidiana, qué comían los empleados del ingenio, cómo eran las viviendas... El material que está procesando es el resultado de un hallazgo en la zona no tan estropeada del ingenio. Detrás de uno de los edificios más nuevos (lo que fue la destilería) una medianera les dio la primera pista: “aparecían esos ladrillos extraños, más grandes que lo habitual”, cuenta mientras señala el muro. Comenzaron a excavar y se encontraron con tres recintos habitacionales que estaban 80 cm por debajo del suelo “nuevo”. “De estas excavaciones en los espacios domésticos pudimos recuperar información sobre la vida de los ex trabajadores: monedas, botellas (de ginebra y vino) y botones del siglo XIX, muchos de ellos, de nácar, así como restos de lo que fueron las viviendas, que las construía la empresa para los empleados. Así sabemos, por ejemplo, que, aunque el piso era de tierra, tenían techo de tejas y tirantes de madera”, cuenta. También encontraron más de 500 restos óseos de animales, muchos con señales de haber sido sometidos a cocción, lo que permite acceder a los patrones de alimentación y consumo de fines del siglo XIX y principios del XX. “En general, fueron hervidos, lo que indica que la base de la alimentación familiar eran los guisados”, relata, y aclara que los trabajos no los hace solo, sino con un equipo de profesores y estudiantes de la carrera de Arqueología, tanto en el campo como en el laboratorio.

Lo simbólico del espacio

“El ingenio Lastenia fue de los pioneros, y uno de los más modernos -cuenta por su parte Campi-; en 1841 ya tenía trapiche de hierro”. “Pero junto con las máquinas llegaron el modelo productivo y la proletarización del trabajador”, añade Fernando.

Haber encontrado los restos habitacionales permite confirmar los que se observaba en fotos y planos y sostiene las hipótesis sobre el disciplinamiento: las viviendas de los operarios se construían de manera tal que se podía observar todo lo que ocurría, con “el mirador” de la casa funcionado como panóptico.

“Las viviendas eran proveídas por la empresa, y eso implicaba la luz, la leña, el agua potable, el blanqueamiento de las casas... los consabidos almacenes... Todo a cambio de formar parte del sistema. Cuando el sistema se quebró y se cerraron más de 10 ingenios (el Lastenia entre ellos), la gente no sólo se quedó sin trabajo. La crisis fue total; un proceso traumático, que todavía no ha sido estudiado en su totalidad”, explica Campi.

Pues ahora un joven arqueólogo está ayudando a completar la comprensión de ese proceso.

La fábrica

Fue fundada por Baltazar Aguirre en 1834

Aguirre compró en Londres la moderna maquinaria originaria, pero el negocio no salió muy bien. En 1847 Evaristo Etchecopar lo relanzó. Para 1880 contaba con la más moderna tecnología disponible y se realizaron importantes ampliaciones edilicias, que incluyeron una refinería. En 1901 pasó a integrar la Compañía Azucarera Tucumana. Después del cierre, en 1966, funcionó allí una fundición.

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