La victoria en Manchester no abrió las puertas del Paraíso, del mismo modo que no las cerraría una derrota en Madrid, pero de momento son de valorar las señales que ha dado una el equipo argentino sin Lionel Messi. Una Selección que anduvo de zozobra en zozobra hasta que selló su pasaporte al Mundial conducida por un director técnico que a tono con las circunstancias había hecho lo que podía, sin que estuviera demasiado claro qué quería.
Aquellos fueron los días de Messi y saltaba a la vista que para bien o para mal, deberían llegar los días de Jorge Sampaoli. Urgía, y en algún sentido no deja de urgir, una versión más nítida del conductor del plantel que dispone del mejor jugador del planeta, de un nutrido grupo de futbolistas competentes, algunos de ellos muy buenos, y en la suma urgía una insinuación más nítida y más robusta de una formación que sin ser favorita llegará al Mundial de Rusia como una amenaza para todos.
De los días de Messi a los días de Sampaoli: ¿serán acaso incompatibles, marchan por veredas diferentes, pueden prescindir el uno del otro?
Pues no, más bien lo contrario: el descomunal desafío de Sampaoli es dotar al equipo de una estructura, de un soporte y de una caja de herramientas capaz de liberar las compuertas de Messi para que el delantero de Barcelona alumbre el colectivo, haga mejores a sus compañeros y, por qué no, hasta pueda devenir mejor que sí mismo.
En este sentido, el partido del viernes en el Etihad Stadium supuso una prueba arriesgada en los papeles, ineludible y al cabo satisfactoria por donde se la mire, incluso con Messi en ausencia o, mejor, sobremanera porque “Lio” no se calzó la número 10.
Es cierto que un partido amistoso no deja de ser tal y que Italia atraviesa una crisis profunda, pero en todo caso es tan cierto como que a las selecciones argentinas siempre les costó superar a una Italia que aún en un trance tan desdichado como el que sufre bien podía haber representado un dolor de cabeza.
Y no, no lo representó, por más que la “Albiceleste” no haya cumplido un papel excepcional, que durante un buen rato del primer tiempo la “Azurra” la haya incomodado con su propuesta de presión sostenida y por más que en el segundo tiempo haya convertido en figura a Wilfredo Caballero.
Creció Argentina, y si exageramos un poco, si se nos permite la exageración, hasta podríamos afirmar que jugó su mejor partido de la era Sampaoli. ¿Por qué? Porque esta vez, en buena hora, una plena coincidencia con un Sampaoli cuyas observaciones en las conferencias de prensa más de una vez dejaron la sensación de que el hombre vivía una realidad paralela.
Sí, señor Sampaoli, su Selección, la Selección, consumó un buen nivel colectivo, se le notó la valentía y la audacia, la cercanía y la compatibilidad de interlocuciones varias, entre dos, entre tres, cuatro o más, y se notó, por fin, un vigoroso paso adelante.
Certero
Fue certero el estratega calvo de Casilda cuando aludió al compromiso expresado en el campo por Gonzalo Higuaín, asimismo cuando ponderó la talla dada por las caras nuevas y sobre todo a la hora de admitir que el adversario del martes próximo tiene consolidados los modos que llevará al Mundial y que en cambio la Selección todavía adeuda encontrarlos.
España es una de las tres expresiones colectivas más competentes del planeta. El martes en el Wanda Metropolitano no habrá en juego puntos, ni copas, ni nada irreparable, pero sí que estará a mano la oportunidad de subir un par de escalones más, de alimentar la autoestima y de atizar el fuego del reverencial respeto que, lo digan o no, profesan a la Selección los más poderosos de cuantos estarán en Rusia.