Hace muchos años ya. En el siglo pasado hubo un candidato a gobernador que ganó las elecciones y nunca fue gobernador. Rubén Chebaia, el actual legislador, había triunfado sobre un peronismo dividido. Luego se unió en un colegio electoral y terminó eligiendo a otro mandatario, el justicialista José Domato. Víctima de esas rencillas que sólo se soslayaron para aquella decisión, Domato fue intervenido.
Estamos en el año 1987. Desde entonces para los tucumanos la voluntad popular es maleable. Ocupa un segundo plano. Desde aquella época el que diseña las leyes electorales es el que gana. Las leyes no se han venido diseñando para mejorar la representatividad ni para darle transparencia al ciudadano. Por el contrario, se han ido diseñando para conveniencia de los que manejaban las riendas del poder.
Terminaron poniendo la famosa Ley de Lemas (la mamá de los acoples actuales) cuando ya no se la aplicaba casi en ningún lugar del mundo. Hasta los uruguayos la habían probado y desechado, pero, como era conveniente, se la adoptó.
Esta semana la dupla gubernativa dijo que no iba a reformar la Constitución. Juan Manzur y Osvaldo Jaldo muchas veces han supeditado sus verdades a las necesidades y conveniencias electorales. Sin embargo, y suponiendo que así será, se entiende que es muy lógico que la Carta Magna quede petrificada y por lo tanto haya larga vida para los acoples
Pero ellos adolecen de una legítima representatividad. Hoy un legislador llega a la Cámara con 10.000 votos cuando mucho. Si se los multiplica por los 49 legisladores ellos representarían a unos 490.000 ciudadanos, es decir menos del 30% del 1,7 millón de habitantes que tiene nuestra provincia.
Es absolutamente lógico que Manzur y que Jaldo se aferren a estas cuestiones porque con 400 acoples se aseguran seguir en el poder. Aquellos deteriorados sublemas llevaban los votos de los que menos tenían al que más había sacado; en cambio hoy los acoples sólo le aportan al postulante a gobernador. Por lo tanto, si le adjudicamos 1.000 votos a cada acople, con sostener en la estructura a aquellos 400 es muy posible lograr mantenerse en el poder.
No está en discusión quién lo haga o a qué partido pertenezca, sino que la representatividad, virtud esencial para el ciudadano, esté asegurada.
Un viejo legislador, polémico, pintoresco, de lacónica prosapia pero de incansable militancia en el interior, llegó a decir: “yo soy más que Dios. Él del barro hizo a los hombres y yo a cualquiera lo puedo hacer legislador”. Con un lenguaje más campestre, Alberto Herrera sinceraba que con sólo votarlo a él, después cualquiera podía llegar a ser legislador sin necesidad de ningún pergamino.
Si de verdad no habrá reforma constitucional, los acoples seguirán con vida. Hay quienes consideran que habrá que limitarlos y para ello deberán reducir partidos, tarea que ya viene haciendo la Junta Electoral. En la Cámara hay quienes sostienen que para hacer buena letra deberían dejar no más de 100 partidos provinciales, con lo cual se eliminarían los comunales y municipales y hasta piensan que podrían quedar reducidos a la cantidad de bancas que se ponen en juego en cada sección electoral. En ese caso alguien podría sugerir que aumenten las secciones electorales, pero para ello habría que modificar la Constitución y, como Harry Potter y sus amigos, Manzur y Jaldo han puesto la varita sobre la Carta Magna y han dicho: “petrificus”.
La transparencia y la legitimidad de la representación popular están en juego. Algo que desde que Chebaia fue electo gobernador es manipulable.
Palabras que desnudan
El trascendental 13 de agosto de 2009 el senador José Alperovich, que entonces era gobernador, dijo: “no sé qué hacer frente al delito de la quema de caña. El Estado puede actuar hasta cierto límite”.
El triste 23 de junio de 2013 el mismo Alperovich sentenció: “la droga entre los jóvenes nos está ganando”.
El 27 de julio de 2013, el mismo gobernador afirmó: “Habrá tolerancia cero para los policías corruptos”.
El 17 de noviembre de 2014 manifestó a raíz de ciertos casos de “justicia por mano propia”: “La verdad es que hay que estar en el cuero de la gente. No sé cómo reaccionaría uno, si me pasara”.
Así pensaba, mientras gobernaba, Alperovich. Sus palabras dejan claro el desconcierto que en todo momento tuvo en materia de seguridad, un caballo que nunca pudo domar a pesar del poder omnímodo que tuvo durante la docena de años que estuvo al frente de Tucumán.
Está claro que el Estado no supo qué hacer.
Su esposa esta semana también responsabilizó al Estado por la muerte de un pequeño en manos de la Policía y por las circunstancias de pobreza que entrelazaban la vida de Facundo Ferreira. Literalmente le echó la culpa al presidente Mauricio Macri, pero lisa y llanamente también los hizo responsables a su esposo, que durante 12 años no logró revertir estas cuestiones, y al actual mandatario, Juan Manzur. Dejando a un costado la discusión de la seguridad, desde la política y, en el marco de la interna que ya están viviendo, los “sijuancistas” le advirtieron a Manzur que Alperovich no es inocente ante estas palabras. Siempre, a lo largo de la exposición pública de los Alperovich, los integrantes del matrimonio han tratado de mostrarse absolutamente independientes el uno del otro; sin embargo, ambos son fuente de consulta permanente del otro y además han constituido un equipo compacto en aquel lapso de gobierno.
José dice que está para ayudar a Juan, pero Betty le pateó los tobillos cuando responsabilizó al Estado de la muerte de Facundo.
Y este niño de 12 años abrió una discusión fortísima en la sociedad tucumana. En la política hay argumentos especulativos, en los actores de la sociedad hay miedo, frustraciones, bronca, desilusiones, venganzas, rencores, ilusiones. Lamentablemente el debate está cargado de prejuicios que obligan a los interlocutores a buscar justificativos para destruir los argumentos de quien está conversando. No hay un discurso con la auténtica intención de que estos hechos no vuelvan a ocurrir. La estimatización de la Policía como agente de la violencia o del chico como un delincuente es más fácil que pensar en otra sociedad.
Está claro que si el chico murió por un balazo en la nuca no hubo enfrentamiento. Enfrentarse implica estar de frente, mirándose. También hubiera ayudado que las pericias de balísticas las hubiera hecho una institución distinta a la de la policía provincial, que es parte en el hecho. En todo caso hubiera ayudado la pericia de Gendarmería o de la Federal, pero no la dudosa intervención de los azules tucumanos. También es irrefutable que Facundo vivía en el infierno; la despedida que le hicieron a los balazos es una síntesis de la realidad que le tocaba enfrentar.
El 8 de diciembre de 2014 el camarista federal Ricardo Sanjuán dictó sentencia: “al no haber políticas de Estado sobre las cuestiones que duelen a la República, como salud, educación y seguridad, el Estado no existe y la política rellena los huecos con muy poco éxito”.
A las palabras se las lleva el viento. Quedan los hechos y en materia de seguridad, Tucumán pierde por goleada.
Una visita inesperada
Nadie esperaba el anuncio de la venida de Mauricio Macri. Fue de sopetón. Viene a una provincia hostil con sus ideas y con su gestión. Llega a un territorio donde Pro les cedió -les cede- terreno a los protagonistas radicales y peronistas. Macri lo sabe, pero también tiene claro que su siembra no tiene buenas cosechas. También aterrizará en un momento propicio para Cambiemos. Hace apenas nueve días los principales dirigentes se miraron a la cara y se dijeron que tienen una oportunidad, pero que ella se diluirá si cada uno cuida solamente su quinta. Por eso la visita del Presidente va a ser para sacar balcones, pero balcones que miren hacia adentro. Cada gesto, cada acompañante tendrá un sabroso subtitulado. José Cano, Silvia Elías de Pérez, Germán Alfaro, los intendentes Roberto Sánchez, Mariano Campero y Sebastián Salazar, y Domingo Amaya van a estar en la mira de todos. Pero no serán los únicos; desde lejos Alfonso Prat Gay ajustará sus binoculares para saber qué pasa en la tierra de sus ancestros.
De alguna manera la sombra del ex ministro de Economía perturba a los tucumanos. Esta semana fue duro contra la gestión de la que supo ser protagonista. Prat Gay abre signos de interrogación en la provincia, no transmite certezas. ¿Por qué no desembarca? Si no lo hace, ¿será porque aún tiene algún proyecto en Buenos Aires, donde hay pocos referentes radicales de fuste?
Mientras este tucumano por adopción ajusta su largavista, Cano aceita reuniones, se concentra en las postulaciones, proyecta colaboradores y posibles gabinetes y trata de recuperar el terreno perdido en enamorar a los popes de la Casa Rosada. Silvia Elías de Pérez hace algo parecido; esta semana llenó el Centro Cultural Virla para decirles a distintos actores de la producción y de la intelectualidad que a Tucumán se lo transforma con un trabajo en equipo y escuchando a todos. Indudablemente, los referentes de Cambiemos están repasando errores del pasado que los llevó a llegar tarde a los comicios. Lo que tienen que demostrar es si aprendieron a convivir con sus socios y si pueden trabajar sin pelearse.
A la cancha
Esta semana también salieron a la cancha José García y Sergio Pagani, el futuro rector y el futuro vicerrector de la Universidad Nacional de Tucumán. Prometen otra universidad, con menos problemas internos, con más transparencia y con una atenta mirada hacia la sociedad. Hasta ahora están solos, no tienen rivales. Para ello han venido haciendo un silencioso trabajo de seducción que conquistó amigos y enemigos en la UNT y también encuentros con los tres poderes a fin de tender puentes con buenos cimientos, no como el que se derrumbó en Miami.